veintinueve

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-Blanca Morales.

Me quedé en shock. Yo me llamaba Ana Alicia Guerra Morales, por lo que si ella también se apellidaba Morales, se parecía a mí y estaba con mi padre... No podía ser... ¡Era imposible! ¿Por qué?

-¿E-e-eres mi madre?- pregunté desconcertada.

-Sí, lo soy.

No sabía lo que se sentía cuando se recibía un balazo en la tripa, pero me sentía como tal. Me quedé blanca y empecé a marearme. Todo me daba vueltas y a la vez tenía la cabeza llena de preguntas.

-Hija. Tranquilízate. Inspira hondo y exhala despacio- dijo mi padre al ver que me iba a caer.

-Ana... Relájate por favor. Sé que es una noticia difícil e inesperada, pero también sé que tienes la fuerza necesaria para asimilarla- dijo mi madre... ¡Mi madre! ¡Era increíble!

-Yo... Yo... No sé que decir.

-No hace falta que digas nada- dijo Blanca.

No me acordaba de ella porque era muy pequeña cuando mis padres se divorciaron, y antes de eso, ya estaban separados, por lo que la había visto en contadas ocasiones.

-Sé que tendrás muchas preguntas para hacerme y las responderé con gusto, pero en un lugar más íntimo. ¿Os parece bien ir a cenar esta noche a mi casa?- preguntó mi madre.

-Por nosotros sí- contestó mi padre- No te veas en la obligación de ir hija, iremos solo si tu quieres- prosiguió.

-Está bien. Quiero ir.

Volví con mi equipo para seguir celebrando la victoria del torneo pero ya nada me parecía lo mismo. ¡Después de años había vuelto a ver a mi madre! Me quedé absorta en esos pensamientos.

-Ana, Ana, Ana, ¡Ana!- dijo María moviéndome para que reaccionara.

-Eeh, ¿qué?- dije todavía absorta en mis pensamientos.

-¿Qué te pasa?- preguntó- Antes estabas celebrando la victoria felizmente y ahora estás empanada. Penca, despierta y ven a pasarlo bien.

-Ya... Es que... Bueno...- dije sin saber que decir.

-No hace falta que me lo cuentes si no quieres, pero disfruta de la celebración- dijo al verme apurada- Seguro que lo que sea que te pase puede esperar, no dejes que te amargue la fiesta.

-Gracias- contesté abrazándola.

-¡Sigamos con la fiesta!- gritó saltando.

Continuamos celebrando como locas y conseguí olvidarme de mi madre durante un rato. 

Regresamos al hotel a comer, y cuando acabamos, nos dejaron tiempo libre para hacer lo que quisiéramos. Al quedarme sola en la habitación, todas mis rayadas mentales regresaron y empezaron a atormentarme. Quería ir a la cena para resolver todas mis dudas, pero  no sabía si estaba preparada para escuchar las respuestas. No sabía que hacer. Empecé a llorar del agobio, y cuando estaba al borde del ataque de ansiedad, vi el sobre que me había dado mi padre de parte de Miriam y la llamé.

-Hola Ana, ¿qué tal?- dijo Miriam contenta por escucharme.

-Ho-hola- contesté sin poder ahogar los sollozos.

-¿Qué ta ha pasado?- preguntó preocupada.

-Mi-Miriam, mi ma-madre...- dije entre sollozos.

Entonces, empecé a llorar con más fuerza aún. ¡Cómo deseaba que estuviese conmigo en ese momento! Cada vez me costaba más respirar, y estaba segura de que me iba a dar un ataque de ansiedad, pues mi agobio no hacía más que crecer.

-Canaria... ¡Ana! - exclamó cada vez más preocupada- Escúchame, tranquila. 

-Pe-pero...

-Amor, tranquilízate. Concéntrate en mi voz. Piensa que estoy ahí, contigo, abrazándote con todas mis fuerzas. - dijo con voz pausada.

Me empecé a relajar escuchando su voz calmada. Era increíble como si estar presente, tenía ese efecto reconfortante en  mí.

-Ana, te quiero muchísimo y no me gusta que estés así. Odio no poder estar contigo apoyándote y dándote todo mi amor. Si no puedes contarme lo que te pasa, no pasa nada, pero relájate. Ya verás como se arregla.

Nos quedamos un rato en silencio.

-Es mi madre. ¿Te acuerdas de la señora de la que te hablé? Esa que veía en todos sitios. Pues es mi madre y hoy voy a ir a cenar con ella junto con papá y la abuela- dije rompiendo el agradable silencio que se había formado- Pero no se si ir o no. Estoy muy indecisa y, si te soy sincera, me da miedo.

-Puedo intentar ponerme en tu lugar e imaginarme que haría yo si me pasara lo mismo, pero me es imposible saber lo que estás sintiendo en estos momentos. Además, cada persona reacciona de una manera diferente- dijo intentando comprenderme- Sólo te digo que hagas lo que hagas, yo voy a estar ahí apoyándote, sin reprocharte nada. Pero también piensa que si hay algo peor que la incertidumbre es el arrepentimiento.

-Gracias Miriam. Por todo.

-No hace falta que me las des. Por cierto. ¿Qué tal la final?- preguntó cambiando de tema.

Estuvimos un rato hablando del partido y en un momento dado, me quedé dormida.

Me desperté con el sonido del teléfono. Me estaba llamando mi padre.

-Hija, ¿estás segura de que quieres ir?- preguntó.

En ese momento no sabía que respuesta dar, pero luego pensé en Miriam y en lo que me había dicho y decidí que era mejor saber que había pasado a quedarme con el arrepentimiento en el cuerpo.

-Sí. Estoy segura. ¿Nos vemos en una hora?

-Vale, nos vemos- se despidió.

Al cabo de una hora estaba montada en un taxi con mi padre y mi abuela en dirección a la casa de mi madre. Estaba asustada, pero también estaba llena de dudas e incertidumbre, pero sobre todo, estaba ansiosa por conocer la verdad.

Llegamos al apartamento y llamamos al timbre.

-Hola. Pasad, pasad. Poneros cómodos, estáis en vuestra casa- dijo Blanca abriendo la puerta- Ana, sé que tenemos que hablar pero, ¿qué os parece si cenamos antes?

-Muy bien- dije.

Fue una cena agradable. Los platos estaban deliciosos, la charla era distendida sin ahondar en cosas demasiado personales y para qué negar lo, la compañía también era muy grata. Pero ese momento, se tenía que acabar, y así fue. Pasó demasiado rápido para mi gusto. Llegó el momento que tanto ansiaba pero a la vez que tanto temía.

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