cuarenta y nueve

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Me desperté en mitad de la noche, estaba completamente despejada. Estaba ansiosa por lo que se avecinaba. Faltaba un día para la gran final, simplemente no podía esperar, ¡quería jugar ya! Me tiré un buen rato dando vueltas en la cama intentando regresar al mundo onírico. Finalmente desistí, estaba demasiado excitada. Sabía que era imposible que volviese a conciliar el sueño, por lo que decidí ir a dar un paseo para no despertar a mi Leona.

Después de escribir una nota, diciendo que iba a salir un rato por si Miriam se levantaba ,veía que no estaba y se preocupaba, cogí el balón que llevaba siempre conmigo y me dirigí hacia el que se había convertido en mi monumento preferido.

Normalmente la oscuridad que cubría las desiertas calles de París era sobrecogedora, no porque diese miedo o sorpresa, sino porque infundía un respeto tan profundo que sentías la historia de la ciudad en lo más profundo de tu ser. Sin embargo, hoy tenía una sensación completamente diferente, la ciudad entera me gritaba y me animaba para que lo diese todo en la final.

Estaba corriendo hacia la torre Eiffel conduciendo el balón cuando de repente una figura con un aroma muy característico pasó como un rayo y me lo arrebató. 

-¡Leona! ¡A ver si tenemos más respeto por las cosas ajenas!- grité feliz.

-Canaria, lo tuyo es mío y lo mío también es mío- contestó chula mientras se ponía a dar toques.

-Pues ya no- respondí tras robarle el balón y salir corriendo.

-Ya veremos- contestó corriendo hacia mí.

Nos pusimos a jugar a la pelota como niñas pequeñas en medio de la plaza de la torre Eiffel. Adoraba jugar al fútbol y daba gracias a poder ganarme la vida haciendo lo que me gustaba, jugar el la Selección Española y en el Triunfo era todo un honor, sin embargo, si tenía que elegir entre ello y jugar como lo hacía con Miriam, me quedaba con lo segundo. En ese momento, bajo el cielo estrellado de París, podía decir que era completamente feliz, independientemente de lo que pasase mañana. 

Terminamos por perder la noción del tiempo y para cuando nos quisimos dar cuenta ya estaba amaneciendo.

-Pfff... Leona, ¿vamos a desayunar?

-Canaria, ¿es que ya te has dado por vencida?- me preguntó picándome como de costumbre.

-Lo digo por ti, para no seguir humillándote con la genialidad de mi juego- respondí guiñándole un ojo.

-¿A sí? ¡Pues ya verás! Te voy a hacer la propuesta más import- empezó a decir.

-Ya me has hecho la propuesta más importante de mi vida- dije interrumpiéndola- Te recuerdo que te pusiste de rodillas y me diste esto- continué enseñándole el anillo.

-Cierto, bueno, te propongo una reto. Tenemos que ir dándonos pases hasta el final de la avenida sin que el balón toque el suelo, obviamente no vale darle con la mano, a quien se le caiga paga el desayuno. ¿Aceptas? Te aviso de antemano que te voy a ganar.

-Ya, seguro- dije irónicamente- Por mucho que digas, espero que te hayas traído dinero porque me vas a invitar a desayunar.

Comenzamos con nuestro reto. Era relativamente fácil ya que, además de tener una gran técnica, estábamos compenetradas, sin embargo, no contamos con algo que decantaría la balanza a mi favor pero que armaría un pequeño desastre.

Habíamos llegado a la plaza del final de la avenida, en uno de los pases, Miriam fue a recibirlo cuando de repente un estruendo sonó cerca de ella, ¡una maldita maceta había caído a cinco metros de donde estaba! . Obviamente, no controló el balón y este salió disparado hacia la pared. Rebotó y acabó en la fuente en medio de la plaza. 

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