sesenta y tres

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Creo que este capítulo era lo suficientemente trascendental como para hacer un adelanto de él. Espero que os guste y os emocione. Nos leemos.

Tras la charla con Amanda, me di cuenta de que tenía razón. Debía dejar de elucubrar a cerca de lo que podía pensar Miriam y preguntarle por ello directamente, como habíamos hecho siempre.

Regresé a casa deseando que Miriam estuviese en el piso; sin embargo, cuando entré había un silencio sepulcral, señal de que no había nadie. Me di una ducha y después me dirigí a nuestro cuarto para descansar después de un día súmamente ajetreado.

Me encontré una nota en la cama: <<Canaria, siento no estar presente en esta situación, pero realmente necesito tomarme un tiempo para mí. Sé que desde que éramos pequeñas hemos afrontado los problemas juntas, y no es mi intención cambiar eso; sin embargo, he de admitir que esto me está superando. Voy a pasar esta noche en casa de mis padres pero te prometo que mañana nos podremos ver. Lo siento mucho. Miriam>>.

Con esa nota me di cuenta de que la respuesta a mis preguntas estaba justo delante de mis narices. La respuesta era un rotundo NO, no merecía la pena seguir con esta relación. El amor no debía doler y en esta relación había demasiado sufrimiento.

Cogí una muda de ropa y me dirigí hacia casa de mi madre. Necesitaba desahogarme y en mi madre siempre podía encontrar un apoyo incondicional donde refugiarme, siempre podía hablar con ella sin que me judgase.

-Hola- dije entrando en la casa. Mi madre estaba haciendo la cena en la cocina mientras escuchaba música a todo volumen. Me acerqué a ella y bajé la música.

-¿Eh?- preguntó confundida dirigiendo su mirada hacia el reproductor- ¡Ah, hija! ¡Eres tú!- dijo viniendo a abrazarme.

La rodeé con mis brazos con fuerza. Realmente necesitaba sentirla y recrearme en el calor de su abrazo.

-Hija, ¿qué tal te encuentras?- preguntó en mitad del abrazo.

-Bien, pero tengo que contarte una cosa... Verás, el otro día después de ver el álbum me desmayé volviendo a casa con Miriam.

-¡¿Cómo?! Eso paso hace dos días y, ¿no has tenido la decencia de decírselo a tu madre hasta ahora? ¿Y Miriam? ¿Por qué no me lo ha dicho Miriam?- preguntó mi madre rompiendo el abrazo para mirarme fijamente a los ojos.

-Lo siento, ya sé que deberíamos habértelo dicho. No le eches nada en cara a Miriam porque acordamos que de mi enfermedad me encargaba yo, que yo me encargaba de anunciar lo que me pasaba.

-Está bien, pero tú no tienes perdón. ¿Cómo se te ocurre no contármelo?- preguntó mi madre con cara acusatoria.

-Verás... Es que después de desmayarme, estuve un día inconsciente y cuando me desperté no recordaba nada. Mamá... ¡Nada! ¡Absolutamente nada!- exclamé angustiada-¡No recordaba ni siquiera quién era Miriam!- dije estallando en llanto.

Mi madre volvió a abrazarme con fuerza.

-Anda, espera que apago el fuego y nos vamos a sentar para hablar más tranquilas- dijo manipulando la vitro.

Nos sentamos en el sofá.

-¿Y qué te ha dicho el médico?- preguntó mi madre con miedo.

-Mamá, me voy a operar, si no lo hiciese me quedaría alrededor de un año de vida- dije seria.

La preocupación se reflejó en la cara mi madre y los ojos comenzaron a brillarle.

-Supongo que es una operación delicada- dijo.

-Sí, consiste en implantarme neuronas sanas replicadas a partir de una propia.

-¿Y cuántas probabilidades hay de que salga bien?- preguntó preocupada.

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