Cincuenta

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Hoy era el gran día, hoy la diosa de la victoria sonreiría a la selección que se llevaría el trofeo que toda futbolista soñaría con tener en su palmarés.

Estábamos en el autobús yendo al estadio donde se celebraría el partido más importante de mi vida. Había un silencio sepulcral, no se oía ni una mosca. No era incómodo, simplemente estábamos reflexionando en lo que se avecinaba, había una concentración máxima.

Llegamos al vestuario y, tras cambiarnos, procedimos a la que sería la última charla antes de pisar el terrenos de juego.

-Chicas, como ya os dije ayer hemos preparado este partido miles de veces, por lo que estad tranquilas. Sabéis que soy una romántica del fútbol, que siempre digo cursilerías sobre apoyaros las unas a las otras, no rendiros, etc. pero hoy va a ser diferente. Sé que muchas sentís que tenéis la responsabilidad de ganar el partido por vuestro país, para llevarlo a lo más alto. Escuchad, quitaros ese peso de encima, simplemente salid a disfrutar y demostrad que el fútbol también es un deporte de mujeres, dedicadle un espectáculo digno de admirar a todas las niñas que cada día sueñan con estar en vuestro lugar. Confiad en que vais a hacer el partido de vuestra vida y haced que vuelva a estar orgullosa una vez más de mi equipo- dijo Alexandra.

Salimos al túnel de vestuarios. Estaba muy nerviosa, pero no eran esos nervios que te paralizan, sino lo que te impulsan a hacerlo bien. Al final se veía la copa del mundo. Se suponía que mirarla daba mala suerte, pero yo la miraba y la deseaba con fervor. Simplemente la quería poder levantar ya.

El árbitro dio comienzo al partido.

Sin dudarlo le pasé el balón a Miriam y todos los nervios que tenía antes de empezar el partido desaparecieron. Salí corriendo por la banda hacia su portería, no sabía por qué, simplemente sabía que el balón iba a terminar ahí, así que continué corriendo.

Miriam hizo una jugada combinada con Vero y, cuando habían atraído a las jugadoras americanas dejando los laterales más libres, me pasó el balón sin siquiera mirar dónde estaba. Así funcionábamos ella y yo, era como si nos leyésemos la mente. Era algo que solamente ocurría cuando jugábamos al fútbol, suponía que era porque se trataba de nuestra pasión, algo superior a nosotras mismas.

Hice un control orientado gracias al cual logré librarme de la lateral estadounidense y puse un centro justo al punto de penalti, donde se encontraba la Leona lista para rematar, sin embargo, cuando fue a hacerlo, una central estadounidense le ganó la altura logrando así despejar el balón. Dejando a Miriam lamentándose.

-¡Leona, esa sonrisa! ¡Vamos que a la próxima te sale, tenlo por seguro!- grité dedicándole una de mis mejores sonrisas, mientras regresaba a mi posición para defender.

A partir de ese momento, el partido se volvió una lucha encarnizada por el balón, en la que ambos equipos teníamos un único objetivo, ganar el partido.

En una de las jugadas, la portera estadounidense saco de puerta cediéndole el balón a una de sus laterales. Esta subió por la banda y, con un pase milimétrico logró romper nuestra línea defensiva, dejando a su mejor jugadora, Alex Morgan, sola ante Sandra, nuestra portera.

-¡Vamos Paños!- grité animándola mientras corría hacia mi portería como si no hubiese un mañana para intentar llegar a un posible rechace.

En ese momento se paró el tiempo, Morgan armó la pierna y disparó. Paños, se había tirado intentado ocupar el mayor espacio posible pero había errado el lado. El balón iba hacia la izquierda mientras que ella se había tirado a la derecha. No me lo podía creer, iban a ser las americanas quienes abriesen el marcador y no nosotras. Pero entonces, Sandra estiró la pierna y logró despejar con el pie el balón, salvándonos de un gol prácticamente seguro.

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