sesenta y cuatro

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Me desperté de un sobresalto. Esa noche, sabiendo lo que haría hoy me había costado muchísimo dormirme, de hecho, solo logré conciliar el sueño debido al cansancio acumulado a lo largo del día.

Encendí el móvil para ver si tenía algún mensaje de Miriam, pero solamente me encontré con uno de Mimi: <<Banana, el tren se ha retrasado, llegaré sobre las siete>>. Le contesté: <<Mimita, te recojo en la estación en cuanto llegues>>.

Me incorporé de la cama y fui a la cocina para preparar el desayuno.

-Cariño, ¿qué tal has pasado la noche?- preguntó Blanca mientras hacía el café.

-Bueno, he tenido noches mejores la verdad- dije intentando no darle mucha importancia.

-Me alegro de que podamos desayunar juntas, hacía mucho que no lo hacíamos- dijo dándome un beso de buenos días.

-Y yo. Ya verás como todo sale bien y lo podemos hacer muchas veces más- dije con una sonrisa.

-Eso espero- dijo abrazándome con fuerza.

-Por cierto, hoy viene Mimi. Llega a las siete- informé- Te lo digo por si se me llega a olvidar.

-Está bien, a las seis te lo recuerdo y si no puedes ir, voy yo- se ofreció Blanca.

-Muchas gracias mamá.

Disfrutamos de un desayuno tranquilo. Cuando terminé fui a mi habitación ya que quería escribir una carta para los miembros de la pandilla por si no salía del quirófano.

Hey chicos, si estáis leyendo esto, es que probablemente no he superado la cirugía. Os pediría perdón por no haberos avisado de que me iba a operar; sin embargo, no lo siento. Quiero que me recordéis como la Ana de la fiesta de cumpleaños sorpresa de Miriam, como la chica que ganó un mundial, como la chica que jugaba al fútbol con vosotros en los recreos, como la chica que dio el discurso de graduacón de cuarto o simplemente, la chica que os quería con toda su alma. No quiero ensuciar vuestros recuerdos con una chica enferma a punto de fallecer, suficiente tenemos con que yo esté perdiendo los míos como para manchar los vuestros.

Realmente no me quiero ir todavía, siempre pensé que moriría siendo una ancianita feliz, tras haber criado a una familia llena de amor junto a la mujer que había elegido como mi pareja incondicional. Ya sabéis, Miriam, el amor de mi vida. Deseo tanto eso que cada vez que pienso en que está lejos de convertirse en realidad, me duele el pecho. Siento como si me estrujasen el corazón haciendo así añicos mis sueños.

Me gustaría deciros que no lloréis por mí, que nos volveremos a ver, pero no lo voy a hacer porque sé que realmente si me aprecíais la mitad de lo que os quiero yo a vosotros, la noticia de mi muerte os va a sentar como un tiro; sin embargo, necesito pediros una cosa. Sé que sois fuertes, que os apoyaréis unos a otros y que os mantendréis unidos, como hemos hecho desde que nos conocimos y formamos la "pandilla". Así que, aunque sé que lo haréis, necesito que cuidéis de Miriam, que evitéis que caiga en un pozo del que no pueda salir y, si así fuese, que la saquéis sea como sea.

Es extraño aceptar tu mortalidad a los veinte años de edad. Es una de los temas que sueles ignorar. Los días pasan y tú solo esperas que sigan haciéndolo; hasta que lo inesperado sucede. Conocéis lo que he sufrido y padecido, y ahora, mirando a la muerte a los ojos, os puedo decir que hagáis cosas, que os divirtáis, que riáis y que aporvechéis cada instante de vuestras vidas, porque estas pueden durar menos de lo que deseáis. Esa es la mejor parte de la vida, que es frágil, preciosa e impredecible. Cada segundo en este mundo es un privilegio, no un derecho adquirido. Así que no echéis a perder el hermoso regalo que se os otroga cada día.

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