treinta y cinco

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Estaba atascada. Me iba a ahogar. El agua me llegaba hasta el cuello y no era capaz de hacer nada por retener aunque sea una mínima parte de aire. Comencé a boquear, pero no servía de nada. El agua me empezó a cubrir el rostro. Me iba a morir. De repente unos brazos me agarraron por la cintura y me sacaron del asiento donde estaba atascada. Yo sabía que era mi padre. Comenzamos a subir hacia la superficie, todo iba bien hasta que mis reservas de oxígeno se agotaron. Colocó sus labios sobre los míos y me insufló el poco aire que a él le quedaba, pero aunque era poco, era suficiente para subir a la superficie. Pero no quería, no podía perderlo otra vez. Comencé a tirar de él con todas mis fuerzas, me daba igual morirme, no podía volver a perderlo, me negaba. Él no dejaba de hacerme señas para que ascendiera, pero me negaba rotundamente a abandonarlo en el fondo del mar. Al cabo de unos segundos, el aire comenzó a faltarme de nuevo. Y cuando todo se estaba volviendo negro y empezaba a tragar agua, una fuerza me sacó del agua y me puso sobre unos restos del avión. No pude hacer otra cosa que no fuese acercarme al borde y ver cómo el cuerpo de mi padre sin vida se hundía en las profundidades.

Me desperté sobresaltada por el despertador, el sudor recorría toda mi espalda y me costaba respirar. Desde que había despertado del coma, todas las noches había soñado lo mismo, y en todas mis pesadillas aquella fuerza me salvaba pero me dejaba sin ninguna posibilidad de hacer algo por mi padre.

Me comencé a preparar para el instituto y justo cuando iba a salir de casa, me vinieron a la cabeza un montón de dudas, pero conseguí ignorarlas sin más importancia. Había decidido que iba a intentar seguir con mi vida y superar la muerte de mi padre o por lo menos olvidarla, pero sin establecer ningún tipo de lazo afectivo o emocional con las personas. Así que, este era el primer paso, ir al instituto, retomar las clases, ponerme al día y terminar este año para graduarme y poder ir a la universidad. 

El domingo por la mañana, Aurora, me había llamado ya que se acababa de enterar de que me había despertado, y me había ofrecido volver al equipo, por supuesto, le dije que sí. Si había algo que me gustaba hacer de verdad, era jugar al fútbol. Aunque sabía que era un juego en equipo, siempre podía establecer los lazos dentro del campo y olvidarme de ellos fuera, por lo que no le veía peligro alguno. El resto de la mañana, me la pasé quitando todas las fotos y recuerdos de la casa y guardándolos en el desván.

A medio día, Marité me había traído a Thor, por lo que pasé lo que quedaba de la tarde con él, intentando controlar los recuerdos que asolaban mi mente. Pero lo peor fue el domingo por la tarde.

Flashback

Me encontraba en el salón mirando ensimismada un punto perdido en el infinito. El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Fui a abrir la puerta.

-Hola, ¿es usted Ana Guerra?

-La misma, ¿por qué?

-Vengo a traerle las cenizas de su padre y su abuela- eso era totalmente inesperado, me había quedado en shock. Veía al hombre hablar pero era incapaz de entender nada- Y bueno, eso es todo. Por favor, firme aquí, es para que conste que las ha recibido- dijo tendiéndome un papel y un bolígrafo. Después de leer con detenimiento el folio, lo firmé y se lo devolví- Siento mucho lo que ha pasado.

-Y yo...- suspiré.

-Bueno, yo ya me voy. Pase una buena tarde- dijo despidiéndose.

Ni si quiera me molesté en devolverle el saludo.

Subí las cenizas al desván y regresé al salón. No creía que ese fuese un buen lugar, pero no tenía ni idea de qué hacer con ellas y tampoco podía verlas, me traían demasiados recuerdos, recuerdos muy amargos y dolorosos.

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