Capítulo 28

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No hubo sexo esa noche. Me quedé dormido abrazando a los tres seres más amados por mi en el mundo mientras Hope seguía leyendo.

Algo en mi cuerpo sabía que a la mañana siguiente mi novia estaría como loca y por eso no la solté en toda la noche.
De vez en cuando me despertaba y la sentía lejos, entonces volvía a atraerla hacia mí para que no le diera frío y mis bebés no estuvieran abandonados.

De acuerdo, no estaban abandonados, pero en mi mente ellos necesitaban estar cerca de su padre mientras dormían.

Al abrir los ojos sentí que me faltaba alguien entre los brazos y efectivamente, Hope ya se había levantado.

Suspiré para tomar valor y afrontar lo que se me venía.
Vamos, Kas, hoy le pedirás que se case contigo. Por más malo que sea el día de hoy con toda esa gente estirada y los enredos del nudo de la corbata, valdrá la pena cuando el anillo esté por fin en su dedo y me haya dicho que si.

Me levanté y fui a buscarla.
Me di cuenta de que estaba muy nerviosa cuando el olor a limpiador de pisos llegó a mi nariz.
Ella nunca lavaba los pisos a menos que estuviera tratando de evadir los pensamientos que la atormentaban.

Estaba en la cocina junto a la nevera con un tazón lleno de uvas en el brazo mientras devoraba la fruta inmersa en sus pensamientos. Únicamente reaccionó cuando metí la mano para robarle una uva.

—Buenos días— dijo.

—Estar preocupada no le hace bien a nuestros hijos— le di un beso corto en los labios y me aparté solo lo suficiente para verla a los ojos. —Una fiesta elegante es pan comido para ti, bombón.

Suspiró.

—No es solo la cena...— dejó de lado el tazón y me abrazó pasando sus manos por toda mi espalda antes de detenerse en mis omóplatos. —Tengo que decirles sobre los bebés.

—No estás sola— besé su cabello.

—No. Te tengo a ti— me miró a los ojos y sonrió. —También tengo a varios gorilas moteros que estarán esperando en el bar a que llegue para anudarles la corbata antes de irnos. Debería terminar de limpiar la casa...

—Yo lo haré, puedes ir a encargarte de lo que sea que vayas a hacerte antes de la cena.

—Limpiar me relaja— frunció el entrecejo.

—Mejor un manicure— acomodé los mechones rebeldes de sus rizos. —Yo invito. Ve al salón y nos vemos más tarde en el bar.

Se lo pensó un momento, pero tratándose de ese tipo de cosas, Hope no iba a negarse. Menos en un día como este.

Salió de mis brazos para comenzar a caminar por la sala apuradamente en busca de sus llaves.

—De acuerdo. Llamaré a Marcus para ver si quiere ir conmigo, le gusta platicar con la manicurista mientras me arreglan las uñas.

Ese maldito picaflor.
Hace unos días pensé que moriría virgen o aplastado por una viejita y ahora resulta que tiene chicas por todos lados.

Busqué mi tarjeta bancaria bajo el frutero de la barra en la cocina y se la entregué.

—Diviertete.

—Yo puedo pagarmelo, no tienes que...

—Hace mucho no te regalo nada, bombón. Tómalo como mi presente de aniversario— o el de bodas, si dices que si está noche.

—Te lo pagaré.

—Esta noche hablaremos sobre dinero, no te preocupes.

Me sonrió ampliamente y se guardó la tarjeta en la bolsa. Por su cara supe que había tomado mi referencia como un doble sentido, en realidad quise decir que planeariamos como hacer una boda linda sin gastar mucho ya que venían en camino los gemelos. Pero eso ella no lo sabía así que dejemos que piense que le cobraré.

Salió de la casa luego de mandarme un beso en el aire y partió hacia el salón de belleza.

Una vez que me quedé solo y volví a la cocina para tomar el trapeador, sentí el peso de mi nueva vida sobre los hombros.
Me estaba volviendo un esclavo.

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—¡Ahí estás! ¿Por qué tardaste tanto?— preguntó Tanner cuando entré al bar con la corbata colgando de mi brazo y la camisa desabotonada.

—Estaba limpiando la casa y cuando menos pensé ya era hora de la tortura— me estiré un poco y mi espalda tronó como matraca. —¿Cuántos niveles de masculinidad perdí con decir eso?

—Más de los que deberías— dijo Joe. —Pensamos en tomar unos tragos antes de irnos para soportar la noche y...

—Ni lo piensen, está de un humor delicado— Marcus entró en el bar cargando una caja de pastel y la puso en una de las mesas. —Aquí viene. No mencionen nada referente a sus pies, por lo que más quieran.

Incluso antes de verla supe que sería un problema tratarla esta tarde, por la cara del enfermero.

Pero un ángel entró por las puertas del bar con un destello enorme detrás de ella que me dejó mudo.
Carajo, mi chica, la madre de mis frijolitos y mi futura esposa era la perfección andando. No podía esperar para pedirle matrimonio.

Tenía un par de zapatos de tacón en una mano y el teléfono en la otra mientras usaba su hermoso vestido nuevo. Estaba existiendo simplemente y se veía magnífica.

—Si, papá. Yo estaré ahí en un momento para recibir a todos, no te preocupes. Solo tengo que supervisar que mis muchachos estén presentables— colgó el teléfono y nos miró a todos juntos en silencio. —¿Qué... qué pasa?

—No la miren demasiado— susurró Marcus girándose para que solo lo escucharnos nosotros.

—¿Es el delineado? No está igual en ambos ojos, ¿verdad?— se cubrió el rostro un momento y luego de la nada se le ocurrió otra cosa. —No... Son mis pies gordos. ¡Te lo dije, Marcus!

Tanner se acercó a ella y la en volvió en un abrazo mientras todos comprendiamos la advertencia del enfermero.

—No, claro que no, Hopy. Te vez hermosa, además de que tus pies ni siquiera se ven...

—¡Insinúan que es un alivio que no se ven!— casi gritó. Se levantó el vestido para que viéramos sus piel descalzos. —¡Sin zapatos! ¿¡VEN ESTO!? ¡COMPRÉ UNOS LINDOS JIMMY CHOO EN OFERTA Y EL BROCHE CASI REVIENTA! Estos gemelos no solo me agrandaran los pechos, ¡VEAN LAS ENORMES LANCHAS QUE TENGO POR PIÉS!

Marcus intervino al ver que nuestros gestos y el abrazo de Tanner no funcionó.

—Hope, hermosa. Recuerda cómo recuperar la compostura, no queremos dramas en la cena...

—Tienes razón— soltó a Tanner y caminó a paso firme hasta la caja de pastel de Marcus. Sacó un tenedor y comenzó a comer más de ese pan de zanahoria. —Mucho mejor.

No pude evitar reírme y eso llamó su atención hacia mí.

—No puede ser, estás guapísimo— murmuró con la boca llena. —Pero te agradecería que te fajaras, te pusieras la corbata y acabaras de abotonar la camisa, cielo.

—Ya mismo— sonreí.

—Gracias, y todos los demás, ¿ya se tomaron su trago de whisky para soportar la cena?— todos miramos mal a Marcus y este levantó las manos al aire.

—¡Está bipolar! ¿¡Cómo pretenden que sepa lo que quiere!?— se cubrió los ojos y suspiró hondo. —Definiticamente yo sí necesito ese trago.


¿Soy bueno ahora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora