Capítulo 54

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—No salgan, ¿okay?

Un hombre de cabello obscuro y chaqueta de mezclilla con parches en los brazos bajó del lugar del copiloto.
Azotó la puerta como si quisiera intimidar a alguien. O medianamente tomé una postura sería y alerta.
Él y su amigo en el lugar del piloto me miraban con cara de buscar problemas.

Comencé a avanzar hacia ellos cuando me miraron fijamente, uno desde dentro del auto y el otro cara a cara.

—¿Puedo ayudarlos?— dije con los ojos entrecerrados. Señalé mi casa. —Sus estridentes acelerones asustaron a mi hija.

Eso era mentira. Seguro estaba del otro lado de las cortinas atenta a todo, eso sí Hope no la había obligado a no ver lo que pasaba afuera.

—Estamos buscando a una persona.

—Hay muchas en el mundo, no veo la necesidad de venir a molestar aquí— me crucé de brazos.

Tenía que recordar mantenerme apasible, no explotar solo con ver el carácter de los tipos. Pero es que el simple hecho de ver cómo se lanzaban miradas confiadas entre ellos me hacía arder la sangre.
Podría venir a recoger el recibo de luz y aún así me darían ganas de golpearlos.

—Buscamos a una chica, una con un nombre cursi...— miró a su amigo de nuevo, —¿cómo era? ¿Esperanza?

Apreté los puños al saber que buscaban a Hope. ¿Qué querían estos simios con mi prometida?

—Esperanza no se encuentra pero puedes tratar sus asuntos conmigo.

Soltó una carcajada boba.

—¿Quién eres? ¿Su sirviente? ¿Su gato?

—Su perro, gato y su elefante también, ¿porqué?

Él también estaba a punto de soltarme un golpe. Era un don el que yo tenía de exasperar a las personas hasta que se les antojara llenarme la cara de moretones, solo que rara vez sucedía.

—Tenemos un problema en común con la chica.

—No veo que pueda ser.

—Una loca, una mala perdedora— abrió la puerta del auto y jaló hacia afuera un triciclo rosa. —La mujer nos debe una buena hucha.

Me di una patada en los testículos mental. Yo sabía que esto iba a suceder.
Inmediatamente pensé en Candice.
El tipo lanzó el triciclo a mis pies.

Miré a otro lado mientras exhalaba todo el aire que la furia me había hecho contener.

—Te equivocaste de casa, aquí no pagamos las deudas de nadie.

—Es una pena— sonrió.

—Ya la tienen, ¿no?— señalé el triciclo. —Esto lo prueba. Ahora no la dejen ir hasta que les pague.

Su amigo y él soltaron una carcajada.
El que estaba frente a mi señaló mi casa como si le estuviera hablando a alguien en el pórtico. Seguramente Hope estaba ahí, pero no le quitaría los ojos de encima al gorila.

—Tu dueña no piensa igual, elefante, estoy seguro— volvió a mí. —No nos asusta lastimar a la gente.

El bar, mi moto.

—Claro que no, pero son malos en ello. ¿No sé supone que cortas los frenos por completo? ¿Que si entras al bar te llevas el dinero?

—No había dinero en la caja, ella nos envió por eso porque pensó que escaparía mientras perseguiamos dinero inexistente— pensé en matarla lentamente, estoy muy seguro de que la mataría. —Pero no había nada. Lo de tu moto lo hice yo, pero ella lo sabía. La idea era asustarte, no matarte, ¿quién paga si mueren los del dinero?

Entendía su mensaje.
Candice debía, ellos la tenían, ella no tenía dinero, nos molestaban a nosotros. Si no pagábamos su deuda entonces la matarían por nuestra culpa.

Hope nunca me lo perdonaría, por más mierda que su madre sea no la abandonaría.

—¿Quiénes son ustedes?— pregunté. —¿Con el elefante de quién hablo?

Parece que les leí la mente. Claro que ellos no eran el dueño del circo.

—Trabajamos en apuestas durante los arrancones— explicó sin ganas. —Ella dijo que sabía correr.

—Y cuando ganó una sola carrera apostaron todo a ella, ¿no?— me reí. —Dime que no fueron tan estúpidos.

Me tomó del cuello de la camiseta en un microsegundo, pero lo empujé con toda la fuerza de mis brazos y fui yo el que lo tuvo del cuello está vez.

—No te enfades porque no te dije que eras fea, princesa— hablé con los dientes apretados.

—Kasaquir, la niña.

No tuve que volverme hacia ella para saber que Alice se había colado entre sus piernas y ahora estaba junto a ella viéndonos. Había escuchado sus pasos apresurados cuando el simio intentó sujetarme.

Tenía que controlar la situación antes de que asustara a Alice.

—Mi familia es demasiado buena como para poder permitirme a mi mismo golpearte frente a ellas, date de buenas por eso.

—Dame lo que nos debe y la liberaremos.

—Me importa un carajo ese mujer— murmuré y lo solté de golpe. —Yo no pagaré nada.

Pero Hope.
Maldita sea Candice.

—Esta es una advertencia— me dijo el simio retrocediendo y abriendo la puerta del coche.

—No me interesa.

—Lo hará cuando despiertes sin tu pequeña en casa...

Suficiente.

Si un paso rápido hacia el coche y cerré la puerta con fuerza atrapando todos los dedos del tipo y haciendo que de su boca saliera un poco silencioso alarido de dolor.
Al mismo tiempo el hombre al volante me apuntó por lo bajo con un arma.

Me quedé quieto.
Si Hope la hubiera visto seguro se habría puesto a gritar, el hombre la estaba usando en un ángulo en el que solo yo y él la veíamos.

—No quieres morir frente a tu bella familia, ¿o sí?— habló por primera vez el conductor.

El hombre a mi lado respiraba con dificultad y yo no me movía, en parte por el arma h en parte por no liberar los dedos de la puerta.

—Entre las cosas de la mujer debe estar el número de Frank. Si quieres que todo termine, nos llamarás para acordar el lugar donde nos entregaran el dinero. Dos mil completos.

Casi escupo el corazón.

—¿Dólares?

—No imbécil, piedras— contestó el simio jadeando y yo apreté más mi peso contra la puerta. Al mismo tiempo que sus alaridos escuché como quitaban el seguro del arma.

—Ya lo dije claro. Llama o seguiremos haciendo nuestras rondas por aquí.


¿Soy bueno ahora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora