Capítulo 32

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—Lo siento muchísimo, linda. No mido mis palabras, soy como un cañón torpe que solo suelta las cosas. No quise arruinar la noticia...

—No te preocupes, amigo. De cualquier forma ya estaba todo arruinado— Hope le dio una palmada en el hombro a Bob y se fue escaleras arriba. —Si me disculpan, ya es hora de leerle a los bebés.

—¿Quieres que te acompañe?— pregunté.

—Quedate con lo chicos. Te diré si necesito algo.

Entendí que quería estar sola y no la seguí. Cuando terminó la frase y sorbió por la nariz fue muy evidente que en realidad iba a llorar en la habitación.

Me senté en un banco de la barra de la cocina y suspiré.

—Eso fue un reverendo desastre, ¿verdad?— todos asintieron.

Estaban los chicos del bar con las corbatas sueltas y las camisas desordenadas con los chalecos abiertos desparramados sobre el sofá de mi sala de estar.

—Hubo veces en las que está cosa me trajo mejor suerte— dije lanzando a una esquina mi saco y recordando cuando fui a buscar a mi novia al baile de graduación.

—Me siento como un idiota.

—Lo eres, Bob— señaló Hurley. —Pero no es el fin del mundo. Se lo iban a decir de todas maneras.

La noticia de los bebés no había sido tan impactante como en ver a la madre de Hope.
Nunca me la imaginé así, a decir verdad de parecía mucho a una mujer que se movía en nuestros círculos y no en los del oficial Julian con toda esa gente importante.
Por lo menos sabía de dónde había sacado Hope esa gallardía.

El plantarse frente a tu ex y tus hijos después de abandonarlos cuando eran bebés debe de requerir mucho valor. O mucha indiferencia.

—¿Se dan cuenta de que conocí a mi suegra y fue la peor presentación del mundo?— no me di cuenta de que había dicho eso en voz alta.

—Lo sorprendente era que tú estabas mejor vestido que ella, no me causó buena impresión, ¿sabes?

—Se parecía a una ex que tuve— dijo Tanner. —Nunca esperé ver a la madre de Hope pero definitivamente no esperaba que se viera así.

Joe asintió.

—Esperaba una señora con postura perfecta, su mismo cabello y un enorme collar de perlas de esos que usan las señoras elegantes.

Nuestra conversación fue interrumpida por varios golpes en la puerta.

—¿Dejamos a alguien afuera?— pregunté.

—No, estamos todos.

Me froté los ojos y me levanté.

—Carajo. Solo espero que no sea ella.

No supe si celebrar o no cuando apareció en el marco el oficial Julian.
La patrulla estaba estacionada en la calle junto a las motos de todos. La lluvia había hecho que el cabello de mi suegro se le pegara a la frente y que su saco quedará prácticamente empapado.

—Buenas noches— me dijo.

—La verdad es algo tarde para desear que sean buenas, ¿no?— el asintió. —Ella está bien. Está triste y desilusionada por como resultó todo pero está bien. Solo necesita asimilar.

—Por supuesto que no. Lo que necesita es que esa mujer no vuelva a hablar con ella— apretó los párpados y volvió a su expresión neutral. —Creo que no tuve oportunidad de hablar con ella y eso puede malinterpretarse.

Pues si.
Ella piensa que su padre la odia por estar embarazada de mi antes de casarnos y que le dirá las muchas maneras en las que arruinó su vida por tener a mis hijos creciendo dentro de ella.

—No puedo dejarlo pasar si va a mortificarla— dije serio.

—¿Me negaras ver a mi hija?

—Está delicada y no le hará ningún bien escuchar reclamos. Me preocupo por mis hijos como usted por los suyos.

Me miró fijamente un momento en silencio y luego sonrió amargamente.

—Me agrada que seas protector, muchacho— miró hacia dentro de la casa. —Solo quiero entrar a abrazarla y a sentir con mis propias manos a mis nietos. ¿Me dejarías hacerlo?

Sus palabras era sinceras y parecía estar preocupado por ella.
No le iba a negar la entrada.

Me hice a un lado y lo dejé entrar.

—Siguen aquí— dijo sin sorpresa al ver al club en los sofás. —Ya no me sorprende. ¿Dónde está Marcus?

—Con Dorian. Supongo que lo llevó a su casa.

Todos lo saludaron con un gesto en silencio y luego de responder se siguió de largo hasta las escaleras.
Decidí subir con él para ver cómo estaba ella.

Estuvimos a punto de entrar, pero un momento antes de cruzar la puerta escuché hablar a Hope.

¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura!— estaba leyendo, pero también estaba llorando. Trataba de darle carácter a su dicción con la voz quebradiza.

—Siempre dijo que les leería Shakespeare a sus hijos desde el vientre si llegaba a tenerlos— murmuró el señor Julian. —Yo se lo leía cuando era pequeña. Creo que fue el primer libro que leyó.

—Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla...

—Comenzó a coleccionar ediciones— comenté igual de bajo. —Siempre que ve una distinta la compra.

Su padre sonrió. Al parecer era algo especial.

Las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro?...

Se detuvo.
Dejó de leer y guardó silencio. Esperé un momento pero luego abrí un poco la puerta y vi que había dejado de lado el libro porque ahora se abrazaba a sí misma.

El señor Julian se me adelantó y entró primero a la habitación.

El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara.

¿Soy bueno ahora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora