6. El palacio

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Había sido un error, cada vez lo veía más claro. Ya de per se la llegada de Perséfone estaba demostrando no ser nada de lo que había esperado cuando le había prometido hacerle el favor a Deméter, pero al menos la mayor parte del tiempo estaba a salvo en los Campos Elíseos al cargo de almas competentes y entretenida en lo que fuese que le gustaba hacer cuando estaba sola. Ahora la estaba llevando al núcleo de su reino, a su hogar.

No tenía la cabeza muy despejada cuando había sido invocado por Deméter esa misma mañana. Menta se había pasado su buen tiempo reprochando tener tiempo para pasear en recorrido turístico a niñas con más pecho que sentido común por el reino pero no para ir a verla. Su relación con ella había terminado hacia bastante tiempo, aunque sabía reconocer que la culpa era de él por simplemente haber desaparecido en vez de dejar las cosas claras.

No es que alguna vez hubiesen tenido una relación formal propiamente dicha, los dos pasaban buenos ratos ocasionales y ya, hasta que un día la ninfa empezó a querer más de la relación y él se sin más distanció. Se había portado como un cretino y lo sabía. Debería haber hablado con ella para aclarar la situación, pero no se encontraba en condiciones para hacerlo. La evitaba porque cada vez que la veía no podía evitar sentirse mal por todo aquello.

Había empezado a encontrarse con ella en los meses más oscuros tras la muerte de Leuce. La había usado para abrirse camino entre las tinieblas de la soledad que se cernían a él cuando la dama que más cerca había estado de su corazón fue. Nunca había dependido tanto de nadie hasta encontrarla, no se había fiado de nadie y sus relaciones habían sido superficiales. Leuce había hecho que su corazón latiese como debería y, aunque no estaba seguro de haber llegado a amarla alguna vez, sintió por ella un enorme afecto y su perdida le dejó devastado.

La acompañó hasta justo antes de su último suspiro, viendo como su vida se escapaba poco a poco y siendo consciente por primera vez realmente del transcurso del tiempo. Leuce siempre sería el más bello de los árboles de los Elíseos, así como siempre tendría un hueco en su corazón.

Cuando acabó por comprender que usar a Menta para ocultar su dolor no servía de nada, de que a más trataba de taparlo con las caricias de la ninfas más extrañaba la suave risa de Leuce es cuando debería haberlo dejado, pero no fue hasta cuando se dio cuenta de que la ninfa empezaba a desarrollar sentimientos que él no sería capaz de corresponder no pudo reaccionar de otra manera de la que lo hizo.

El dolor por la perdida seguía presente, pero cada día el recuerdo de su querida amante era más soportable. El tiempo que había sido el asesino de su querida Leuce terminaría por ser el que le diese el alivio que buscaba. Podía visitar su álamo sin sentir un amargor tan profundo.

Le había contado todo eso a Menta, sabía que su sinceridad le había hecho daño, pero que lo había comprendido. Eso no quería decir ni mucho menos que lo hubiese perdonado, por lo que le arrancó la promesa bajo amenaza de ir con la noticia fuera de hacerle compañía de cuando en cuando. Podría haberla amenazado para que no se atreviese, después de todo era su soberano, pero ya le había producido bastante daño a la ninfa.

La conversación se prolongo bastante y no fue fácil de mantener, por lo que le había dejado mentalmente exhausto. Para colmo de males Deméter le había invocado bien temprano dentro de una cueva oculta de ojos y oídos ajenos. Estaba más triste de lo que nunca la había visto, languidecía sin la cálidez de su hija cerca. Le había hecho contarle todo lo que había estado haciendo desde que llegó al Inframundo, interrumpiéndolo con constantes preguntas que no parecían contentarla del todo en ningún momento. Finalmente, tanto por la preocupación de su amiga como por su propia salud mental preparó un plan para que madre e hija se viesen esa misma noche. Hécate le era completamente leal a él y era a su vez buena amiga de Deméter, así que no tendría problemas en crear un portal entre el mundo exterior y el Inframundo para que madre e hija se viesen por un rato.

Deméter había estado enormemente contenta con la solución, Hécate no había puesto impedimentos y todo parecía bien, salvo el momento en el que vio a Perséfone al borde de tocar al álamo. Seguramente no le habría hecho nada malo, no por nada era la diosa de la primavera, pero no podía evitar pensar en que alguien podía dañarla aunque fuese por accidente.

En lo que no pensó al planificarlo todo era en el factor de la Koré. No es que le desagradase, ni mucho menos, pero le gustaba poder poner campo a través entre los dos cuando era necesario. Si la tenía en su palacio esa posibilidad disminuía drásticamente.

Le indicó zonas prohibidas para visitar sola por si alguien la reconocía, al menos cuando la amenaza de Zeus se presentaba se mostraba capaz de ser prudente. La dejó vagar libremente hasta la hora de la cena, aunque sabía que Hécate la había encontrado tiempo antes y seguramente estaban poniéndose al día. Le costaba asumir lo que le había dicho Deméter, pero al parecer ambas diosas se conocían desde hacia mucho tiempo y se llevaban bastante bien, lo cual era bastante sorprendente dado que Hécate no solía soportar a casi nadie.

No entendía como, pero cuando se encontraron para cenar las personalidades de ambas, a pesar de ser tan contrapuestas, no chocaban en ningún momento. Ni siquiera se pudo llevar bien con Leuce, que era el ser más puro y bondandoso que se había encontrado nunca; decía que era demasiado buena y no sé encontraba cómoda al no verle nada de malicia.

-Entonces, ¿lo de juzgar como lo hacéis? -Hécate la había llevado a las proximidades de la sala de los juicios, pero no la había dejado entrar, por lo que había fomentado más su curiosidad.

-Tenemos un informe sobre sus vidas y en base a ello los mandamos a un lugar u otro, aunque muchas veces los tres jueces no precisan de mi asistencia -le contestó con paciencia.

Perséfone procedió a bombardearlo con cuestiones sobre de donde se sacaba la información y quienes eran los jueces que no cesaron hasta que consiguió una invitación para asistir a los juicios al día siguiente. Hécate no pudo evitar mirar la conversación pasando de un interlocutor a otro, le sorprendía que él no se cansase de responder ni ella de preguntar. Incluso en alguna ocasión Hades soltó un chiste. Ante ese suceso le dieron una ganas enormes de llamar a Hipnos y Tánatos para que le confirmasen que estaba viendo lo que tenía en frente y que los vapores se sus pociones no le habían alterado el juicio.

Desde luego, la visita de la diosa de la primavera iba a resultar de todo menos tranquila a ese paso. Cuando llegó la hora acordada tuvo que sacarlos de la conversación en la que se habían enfrascado para que fuesen a atender la diosa Ctonia antes de que empezase a pensar lo peor de la ausencia de su hija.

El conjuro era relativamente fácil para la diosa bruja, conectó dos palanganas de agua del mismo manantial para que se viesen a través de ellos. A pesar de los regaños a ambas, tuvo que esperar a que se parase de nuevo al agua porque las dos diosas trataron de tocarse metiendo las manos en la palangana.
La diosa portadora de estaciones le hizo las mismas preguntas a su hija que le había hecho a Hades, más si eso era posible. También es cierto que su hija le respondió a todas con el triple de detalles que el dios de los muertos y con muchisimo más entusiasmo.
Tanto su anfitrión como la bruja les dieron privacidad yéndose a la sala continua, aunque los gritos de entusiasmo y las carcajadas de Perséfone les llegaban con bastante claridad. Tal pareciera que estaba en una excursión placentera para conocer otro reino en lugar de huir del dios del trueno.

La diosa de las brujas no pudo evitar dormitar en un divan mientras esperaba, no quería saber cuanto tiempo habían pasado hablando, pero su cuello al levantarse le dijo que mucho. Hades la esperaba adelantando trabajo para el día siguiente, leyendo sobre las almas que esperaban en los campos de Asfócelos a ser juzgadas, seguramente lo habría estado haciendo también en su dormitorio, pues no dormía mucho de todas formas.

Cuando el conjuro se dio por finalizado una sonriente Koré de la habitación, aunque con cara de cansancio y abrazó a Hécate sorpresivamente agradecida por poder hablar con su madre. Si se detuvo de golpe al ir a hacerlo con Hades como le había parecido o no, eso es algo que solamente supo la propia Perséfone.

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