49. La procesión

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Ok, vamos a hacer un experimento. El próximo capítulo es ya el 50. Voy a marcaros un reto. El capítulo 50 saldrá en cuanto se dejen 50 comentarios. Obviamente si estoy durmiendo no, con unas horas de margen si es rápido. No vale comentarios de una palabra en plan actualiza 50 veces por la misma persona. La razón es que solamente pido feedback por esto y tengo bastante poco. Y este comentario tiene muchas cosas que comentar, así que... A leer y nos vemos a los 50.

A Perséfone no paró de maravillarse en ningún momento lo rápido que se organizó todo en el tiempo en el que a Hades se le ocurrió. En menos de una hora los Asfocelos se encontraban llenos de uno de los cortejos más temibles e imponentes que jamás se habían visto reunidos.

La marcha la abrían Megara, Tisáfone y Alecto, las terribles Erineas eran las abanderadas del terrible cortejo del Señor el Hades, cosa que no hacía albergar ninguna esperanza de que el cortejo fuese a ser agradable. Les seguían en enormes monturas los tres jueces, aunque Minos no fuese favorable a desobedecer a Zeus disfrutaba igual que Radamitis y Eaco de su posición en primera línea tras las Erineas.

Hécate rodeada de sus seguidoras, las mormonicleas, armadas con antorchas, seguían la marcha junto con los espíritus de las lampedes, que fueron apartadas momentáneamente de guiar a los espíritus a los Eliseos para sumarse a la titánica procesión de antorchas.

Detrás de las antorchas estaba en impresionante carro de Hades con sus caballos. Perséfone a su lado tomaba su mano. El atuendo de Hades tenía prendidas una serie de flores discretas y el de Perséfone estaba decorado con joyas, simbolizando la pertenencia mutua de ambos. La pareja real estaba lo suficiente imponente para destacar antes de los que tenía por delante. Cerbero les acompañaba fielmente con sus tres pares de ojos rojos centrado en el avance.

Los dioses gemelos Hipnos y Tánatos vestidos con su panoplia completa, junto con su hermano Moros el dios del destino, seguían muy de cerca el carruaje real, siendo ellos otro espéctaculo en si mismod. Moros embozado en túnicas grises pero de buenísima factura estaba rodeado de ambos hermanos dorados creando un efecto curioso.

Lo siguiente eran las tropas. Abrían la marcha Castor y Polux, en otro tiempo guerreros incomparables entre los vivos y ahora leyendas entre mortales e inmortales. Los mejores guerreros que habían pisado la faz de la tierra tarde o temprano se habían acabado convirtiendo en habitantes del Inframundo. Las huestes de Hades estaban formadas por todos aquellos que habían sobresalido a lo largo de la historia humana. Millones de soldados entre lo más granado se encontraban en esa formación potente. La lealtad de todos era indiscutible a su señor, dejando claro que tras la muerte no habría mortal que no le rindiese a Hades su total servicio, aunque como en el caso de los Dioscuros fuesen fruto directo de Zeus.

Tres figuras solitarias cerraban la marcha. Eran distintas entre ellas, pero indistinguibles si se las miraba por separado. Las tres Moiras eran definitivas, así pues Cloto, Laquesis y Atropos eran las que terminaban la procesión hacia el exterior.

Hades hizo aparecer el bidente en su mano y con un gran crujido y envueltas una explosión de diamantes y otras piedras preciosas las terribles Erineas entre gritos que hicieron temblar de miedo no solamente a los mortales, sino a los dioses más cercanos, salieron al exterior. Si bien hacía frio, el miedo tuvo mucho más que ver con el escalofrió general que se produjo.

Los tres jueces siguieron la marcha. Desde luego su presencia no era tan terrible como la de las furias, pero en el fondo sus miradas especulativas recordaban algo a todo el mundo. Todos iban a morir tarde o temprano y a ser juzgados por sus actos. No dijeron nada, pero su mera presencia hizo más por recordar actuar con bondad a todos los que tuvieron la suerte o la desgracia de encontrarlos que cualquier discurso sobre moralidad que pudiera engendrar la mente de un filósofo.

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