Orfeo había llegado a la superficie.
Solo.
No era la mejor noticia que le podían dar, no por la pareja en sí, sino porque el señor del Inframundo no se acababa de fiar de que el músico no hiciese nada por contar la situación de Perséfone. Esperaba que la amenaza que había emitido sobre no volver a ver a Eurídice fuera suficiente. Al parecer Orfeo había quedado en estado de total quietud, hundiéndose en la miseria al saberse totalmente culpable de que su esposa no hubiese resucitado.
La dulce Eurídice había vuelto a su lugar en los Elíseos. La acompañó personalmente de vuelta, tratando de tantear la quietud que mostraba su alma. Al parecer se encontraba en paz, pues como suponía la idea de volver del paraíso no era agradable para ella. La distancia de su esposo y la lejanía de su música la había hecho cuestionarse si en verdad lo amaba o se encontraba bajo el influjo de su música hipnótica. Para uno de los dos la cosa había acabado bien, por lo que el rey del Inframundo se alegraba sinceramente por ella.
Había mandando a un emisario a comunicárselo a Perséfone, sinceramente no tenía ni idea de lo que había pasado ni mucho menos como reaccionar ante ella cuando se encontrasen. Habían tenido un momento especial, pero ella no se encontraba en condiciones de poder dar un paso en esa dirección. El encierro la estaba afectando y, para ser totalmente honesto, a él también.
Estaba volviendo al palacio cuando lo vio claro. Solamente tenía que atraer a Zeus a su reino y hacerlo jurar, necesitaba la excusa y ya estaba todo. ¿Cómo no lo había visto? Su mente fue fraguando el plan según avanzaba. Tendría que decírselo a Deméter, si es que era capaz de mirarla sin pensar en que lo iba a descuartizar si se enteraba de la situación con su hija.
Como siempre atravesar su enorme reino le llevó bastante poco tiempo, aunque de camino estuvo al borde de atropellar a Hermes. Al ver que no le había hecho nada siguió como si nada, ignorando que le seguía de cerca gritándole. Le gustaba comprobar si Hermes era capaz de alcanzarlo, a veces lo hacía, pero correr contra el dios de los mensajeros siempre era una apuesta interesante.
-Podrías haber parado, que venía a buscarte -le gritó nada más entrar a los establos- Tu y tu manía de competir en velocidad conmigo. ¿Contento?
Hades asintió burlón mientras le daba las riendas al siervo menos fantasmal cercano que se encargaba personalmente de su carruaje. Burlarse de Hermes al menos le hacía el día más ameno, sobre todo por la sadisfaccion de saber que era Hermes el que se solía burlar de los demás.
-¿Vienes a contarme lo de Orfeo? Llegas tarde, vengo de dejar a Eurídice de nuevo en los Elíseos -entró directo al palacio, aunque perdió resolución al cruzar el umbral.
Normalmente no tenía dudas de que hacer, iría a su despacho a seguir trabajando. Pero en ese momento no se sentía mentalmente capaz de volver al despacho y rememorarlo todo. Tampoco estaba de humor para juzgar a nadie cuando no era capaz ni de juzgar lo que le estaba pasando a él mismo en ese momento. Hermes lo seguía de cerca, estaba al borde de espantarlo cuando se cruzó con Hécate, que tenía una expresión que las furias envidiarían.
-¿Se puede saber que has hecho? -Hécate tenía los brazos cruzados con fuerza y parecía temblar ligeramente.
Todo su lenguaje corporal gritaba que se estaba conteniendo para no golpearle. No es como si la diosa de la magia pudiese causarle un daño serio, no era ni de lejos tan poderosa como él, pero el hecho era que parecía bastante dispuesta a intentarlo.
-Acabo de dejar a Eurídice de vuelta en los Elíseos, pensé que sería mejor que hacerle volver a formar la cola en los Ascefalos y pasar por un nuevo juicio sin necesidad -le contestó sabiendo perfectamente que no se refería a eso.
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Escondida
FantasyCuando el mismísimo Zeus quiere raptar a tu hija la esconderías donde fuese. Incluso en el Inframundo. Deméter pide a Hades ayuda, él acepta porque total, solamente será meter a una cría en los Campos Elíseos, ¿qué problema puede dar la tal Perséfon...