12. La palabra del rey

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Muy pocos mortales tenían la suerte de contar con tanto apoyo como lo había tenido esa mujer en el juicio a sus actos en su paso al Inframundo.

Normalmente eran pocos siervos de Hades, alguna sombra aburrida de la inmortalidad y los propios jueces los que estaban en la sala del tribunal. Rara vez las demás deidades del Inframundo acudir a contemplar el destino de los mortales como habían hecho en esta ocasión.

Ese día estaban además de unas cuantas almas esperando su turno, el grupo de sombras aburridas y otros seres habituales también había una ninfa  que se situaba en uno de los asientos más cercanos a los jueces, con cara de estar esperando más que todo pasase rápido y de la manera menos aburrida posible que con interés. Más atrás estaba la diosa de las brujas, que si bien alguna vez se quedaba si escuchaba de un humano especialmente memorable sorprendía verla con una persona bastante normal. A su lado estaba completamente cubierta con un modesto atuendo Perséfone, tratando de pasar desapercibida sin darse cuenta de que en su nerviosismo había empezado a crecer un bonito conjunto florar en el banco. Las acompañaba Hipnos, que se había quedado durmiendo esperando a la entrada de los jueces un rato antes. Las flores que tenía en la cabeza el dios del sueño no eran fruto de la casualidad, es que Hécate había apostado con Perséfone que no era capaz de llenarle la cabeza de ortigas sin despertarlo en el proceso. De momento la diosa de la primavera iba ganando con casi todo el cuero cabelludo cubierto.

El escaso barullo de la sala se redujo a absoluto silencio. Los tres jueces entraron como si fuesen los portadores no sólo de la justicia, sino de toda la dignidad de la que era capaz la humanidad. A veces era como si no fuese su capacidad para juzgar, sino para aparentar ser infalibles lo que les había ganado el puesto. Dado que a Minos le había regalado el puesto Zeus en persona, Hécate estaba segura de que al menos en su caso así había sido.

Pero los tres jueces del Inframundo servían solamente de teloneros del autentico protagonista del tribunal. Si bien los jueces parecían personificar la dignidad humana, Hades entraba con solemnidad y sin hacer nada especial, pero no lo necesitaba, solamente un vistazo dejaba en evidencia la diferencia entre un mortal por muy especial que fuese y la presencia de una divinidad.

Llevaba una túnica especial que le otorgaba el estatus de juez, de excelente calidad pero sencilla y su corona del Inframundo como único adorno. La gente solía pensar en que el dios tenía un aspecto solemne e intimidante, tal y como se esperaba de él. Perséfone personalmente pensaba que además de todo eso, también estaba muy guapo.

Minos comenzó a enumerar las faltas de la difunta y a dar un discurso no muy inspirado, pero sí bastante vehemente sobre que la ley dictada por los propios dioses convertía a esa mujer en un horrendo ejemplo de culpable de violar las normas y que por ello no debería ser considerada si quiera para ser considerada candidata a pasar a los Campos Elíseos. Parecía que las transgresiones de fidelidad le importunaban especialmente, pero lo cierto es que solamente le molestaba cuando venían de una mujer. 

Hades lo interrumpió con un sencillo movimiento de muñeca, toda la sala contuvo el aliento, casi pudieron escucharse las lágrimas incorporeas de la mujer. En contraposición a Minos no pronunció ningún discurso, solamente dijo una palabra:

Inocente

En el lenguaje corporal del antiguo rey de Creta se vio la tensión por contener sus ganas de protestar ante la decisión del rey del Inframundo, estuvo al borde de hacerlo. Pero, siendo realistas, por mucho que su título viniese de las propias manos de Zeus nada podía hacer él contra la voluntad explicada de manera tan clara por el Amo y Señor del Inframundo.

Normalmente a penas y había unos murmullos de aprobación por las sentencias en la parte de los visitantes. La diosa Hécate normalmente solía tener una sonrisa fastidiosa en su cara cuando sabía que la sentencia no era del gusto de Minos, pero es que esta vez no hubo murmullos, sino que la damisela que la acompañaba dio un gritito alegre y, ante la incredula mirada del juez, Hades sonrió al escucharla.

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