2. Un paseo accidentado.

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Se sentaría a negociar. A las jovencitas les gustaban las cosas brillantes. Le mostraría unos cuantos diamantes y piedras preciosas y sería sencillo que le siguiese sin protestar, encantada de llevarse lo imprescindible de verdad para cambiarlo por los lujos que podría encontrar en el Inframundo.

-Realmente es bonito pero, ¿para que me sirve un puñado de piedras bonitas? Necesito mis cosas, no las que me pueda dejar de prestado su majestad.

La inocente muchachita hablaba con una inocencia juvenil que habría pasado por cierta para otra persona que no llevase juzgando miles de años a los embaucadores más astutos. Miró a Deméter pidiendo ayuda silenciosa, pero se dio cuenta de que la madre de la diosa era la primera que había caído en las redes de estafa de la joven con un futuro prometedor en la delincuencia. Cuando todo volviese a su cauce tendría que explicarle un par de cosas sobre la manipulación a la diosa de la agricultura.

-No tenemos tiempo para este tipo de diatribas sobre el equipaje, dama Perséfone.

-Por supuesto que no, simplemente llevemos mis cosas y le seguiré sin demora, su majestad.

Probó a usar su aspecto más intimidante y su voz más tenebrosa para insistirle una vez más, pero aunque la vio titubear un poco por la intimidación no cedió ni una pulgada de determinación. Todos estaban tan enfrascados en su intercambio que no se dieron cuenta hasta que escucharon un rayo. Zeus estaba cerca.

Sin tiempo para seguir con esa situación absurda el bidente se materializó en la mano de Hades, un golpe seco y la tierra se vio abierta. Por suerte los de la comitiva pillaron la idea con rapidez y tiraron la carga por el agujero. La diosa de las flores iba a gritar con indignación, pero no le dio tiempo. Recorrer el camino a través de la cueva sería largo y si Zeus sospechaba que estaba ahí quizás le daría tiempo a alcanzarlos antes de llegar a su reino, el enfrentamiento no sería agradable. Se cargó a la diosa del hombro sin ninguna delicadeza y saltó por el mismo sitio. Aun en la caída le dio tiempo a la Koré a pegarle un par de patada revolviéndose como un animal salvaje.

Seguramente la diosa estaba pensando que era un incivilizado, estaba tentado a serlo de verdad y dejarla caer libremente hasta que aterrizase contra el suelo. No es que le hiciese daño, aunque no estaba escatimando en fuerza, es que había sido herido tantas veces que unas patadas en el pecho no marcaban una gran diferencia. Al llegar al suelo, aterrizando encima de las cosas (con varios crujidos que indicaban roturas), la dejo sobre sus propios pies con más delicadeza de la que tenía ganas realmente de mostrarle.

-Bienvenida a mi reino. No tardarán en recogerte, a ti y a tus pertenencias y llevarte hasta tu palacio en los Campos Elíseos, yo tengo que ir...

-Por favor, no -la inocencia jovial había sido borrada en una caída, según parecía estaba genuinamente asustada- ¿Zeus podría...?

Así que realmente estaba asustada de Zeus. No la culpaba. Quizás por eso el cortejo de Deméter parecía mucho mayor de lo que nunca le había visto, no servirían como defensa contra el dios rey de dioses, pero al menos servirían de testigos. Aunque fuese despreciable no solía cometer sus actos cuando había testigos cercanos, tenía una imagen de dios respetable y justo que mantener que prefería alimentar con mentiras y sobornos que comportándose de una manera mininamente decente.

-Zeus no tiene poder dentro de mis dominios. Mira hacia arriba, no hay rastro del lugar por donde hemos venido -aunque la postura de la diosa se relajó un poco, no se la acababa de ver cómoda- está bien. Te llevaran las cosas a tu palacio. Yo te escoltaré personalmente.

Perséfone pareció fascinada por los ayudantes fantasmales. Eran tremendamente eficientes cuando uno aprendía a dejar de estar asustado. Hades convocó su cuadriga hasta el sitio donde estaba, no tardó a penas en obedecer la voluntad de su amo. Ayudó a la joven diosa a montar, sabía que normalmente la idea de montar en su imponente medio de transporte era aterrador para los no iniciados. Los pocos que habían montado se habían alegrado cuando el viaje llegaba a su fin.

Su caballo era rápido. Sobrenaturalmente rápido. Él era un auriga excelente, por lo que la potencia de su caballo no le suponía ningún problema, jamás había tenido ningún percance con él. Por eso tendía a olvidar que no era una velocidad a la que se pudiesen acostumbrar la mayoría. Trató de reducir la velocidad al recordar la compañía, pero al mirarla de reojo se dio cuenta de que la diosa no solamente no estaba asustada, sino que tenía una sonrisa de oreja a oreja, por lo que no pudo evitar acelerar aun más a su montura. El camino hasta los Campos se hizo en un tiempo record, una vez dentro tuvo que reducir la marcha.

-¿No os ha llevado nunca vuestra madre en monturas así?

-No, quiero decir sí -Perséfone parecía haber olvidado el miedo que la atenazaba un rato antes- Pero nunca de esta manera, vuestra bestia es magnifica... ¿Podría conducirla alguna vez?

-No.

Esperó que su respuesta fuese tajante. La miro por el rabillo del ojo, había puesto un puchero de disgusto, pero aun tenía los ojos brillantes por el paseo. Puede que su cuerpo no fuese el de una niña, pero tenía un carácter infantil.

Los habitantes del Elíseo se apartaban con facilidad de su camino, aunque no es como si fuesen a morir si fuesen arrollados. La mayoría se inclinaba con mucho respeto a su paso, aunque era un señor benevolente sus súbditos aun albergaban el temor adquirido a lo largo de toda una vida.

Los nuevos siervos de la diosa ya la estaban esperando, habían sido gentes honradas y humildes, tenían un temperamento cariñoso y habían sido un matrimonio que siempre quiso tener hijos pero no pudo. Tratarían a la diosa como su propia descendencia, no tenía dudas de ello, Deméter no la mimaría más.

Iba a despedirse e irse, no era una tarea difícil, al menos en teoría.

-Entonces, ¿vendrá mañana a comer? -él estaba empezando a negarse, no lo dejó, sino que creo un plan alternativo- Entonces a cenar, claro -los enormes ojos de la diosa lo miraban como un animalito herido, le pidió con cuidado que se agachase para decirle algo al oído- Verá, es que seguro que fueron personas maravillosas. Pero están muertos. Si tengo que pasarme mucho tiempo rodeada de muertos voy a acabar como ellos.

¿Cómo rechazar a la diosa que lo miraba con la expresión de niña perdida? La había visto genuinamente asustada con Zeus, y si bien era una niña mimada no tenía culpa, estaba seguro de que Deméter la había sobreprotegido hasta niveles ridículos. Claro, después de la infancia de Deméter tampoco es que pudiese culparla por proteger con todos sus esfuerzos a su hija. Aunque eran recuerdos muy lejanos no podía olvidar el miedo de la niña que fue cuando llegó donde estaba, a pesar de los llantos no tardó mucho en ganar entereza y ayudarle a él en su autoimpuesto rol de cuidar de los demás hasta que fueron liberados y acabaron con Cronos.

-Está bien. A cenar. Recuerde no comer nada que no venga del exterior. Y déjese guiar por tus sirvientes, los Campos Elíseos son grandes y no hay peligro dentro, pero no puedo jurar lo mismo del exterior.

Sin alargar más el momento se fue como había venido. Quizás no se la podría quitar de encima tan definitivamente como había pensado, pero cuando se acostumbrase seguramente no requería más de su presencia. Podría presentarle a otras deidades del Inframundo, seguramente Hécate sería una compañía cuanto menos interesante para ella.

Ahora podría volver temporalmente a su calma. A cumplir con sus obligaciones sin que nadie le molestase por un tiempo, si los otros dioses hicieran lo mismo quizás le molestarían menos. A veces le habían achacado tener un gran sentido del deber, como si eso fuese algo malo, no quería imaginarse su reino en manos de uno de sus hermanos.

Durante siglos había estado enfadado por el reparto de reinos, no podía negarlo. Nadie quería estar en el Inframundo para siempre y si no fuese por la treta de Zeus de atarlo con la granada, se habría resistido. Fue el paso del tiempo y poner las cosas en perspectiva lo que le hizo darse cuenta de que si bien no había sido otra cosa que una decisión egoísta, Zeus había acertado. Poseidón o él ocupándose del Inframundo, eso sí que era una idea terrorífica, las almas de Tártaro pasarían más tiempo campando de nuevo sobre la tierra que castigadas. Los Campos Elíseos se convertirían en una zona de pesadillas. No solamente era lo mejor para su reino, sino que al menos allí no tenía que soportar a los demás dioses salvo en raras visitas.

Sí, prefería la paz del Inframundo, paz eterna e irrompible. Al menos hasta que la diosa de la primavera decidió darse un paseo.

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