3. Eres adorable

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-Repítelo, con más claridad, quiero entender bien lo que me estás diciendo, creo que no te he entendido.

Intentaba aparentar toda la calma que podía, sabía que el mensajero ya de por sí estaba temblando de miedo antes de llegar hasta él. El dedo indice le martilleaba sin cesar en el reposabrazos del trono, sin ser consciente del todo de ello, era uno de esos tics nerviosos que nadie se atrevía a reprocharle. No había pasado ni un día completo. Le había prometido ir a cenar con ella al día siguiente de su llegada y aún quedaban horas y ya le estaban dando problemas. Si no fuese por el hecho de que le quedaba la duda de si Zeus la habría encontrado simplemente habría mandado a un puñado de fantasmas a buscarla, si se asustaba sería totalmente el problema de ella. Si se había metido en un lio que lo deshiciera igual que lo había formado. Pero un puñado de fantasmas no podría hacer nada si era su perseguidor el que la había encontrado.

-El señor Acacio y su esposa Dorcas estaban acomodando las cosas de su divinidad la Kore, esta les dijo que iba a descansar a su cámara, por lo que no prestaron atención a ella por largo tiempo. Cuando la demora Dorcas fue a ofrecerle un aperitivo a la señora para hacerle la espera a la cena llevadera y de paso a ver como se encontraba no recibió respuesta. Cuando entró preocupada por la falta de respuesta se encontró con que había una enredadera que antes estaba segura de que no existía que subía hasta la habitación y la doncella ya no estaba dentro.

Un enredadera. Una planta. Al menos le parecía claro que Zeus no tenía nada que ver en ello, simplemente la diosa había creado una planta para salir por su propia voluntad, aunque no entendía porque simplemente no salió por la puerta. Pero claro, engañar a las damas para que saliesen por su propia voluntad al lugar donde pudieran ser atrapadas sin problemas también era una de las especialidades de su hermano.

-Vuelve a tu puesto, me encargaré yo personalmente, diles a Acacio y su esposa que no tienen culpa de los actos de otros.

Se levantó del trono y salió raudo, aunque conservando la dignidad en el paso, su súbdito aun seguía tirado en el suelo haciendo la prokinesis de rigor cuando él ya había hecho aparecer a las erinias. Las mandó a sobrevolar todo su reino mientras él buscaba por tierra con toda la velocidad que le aportaba su carruaje. No se le ocurría donde podría haber querido ir la diosa de la Primavera en el Inframundo, salvo a los Elíseos de los que había escapado.

Las furias eran rápidas en su trabajo, localizar presas era algo que hacían con una velocidad superior a cualquier perro de presa, aunque llamarlas así era una manera estupenda de perder varios miembros. Podría simplemente haberlas mandado a buscarla y esperar pero se sentía demasiado inquieto para ello. Una vez localizada lo llamaron, esperaba sinceramente que las otras dos no se hubiesen quedado a atosigarla demasiado para que no escapase como era su costumbre, había olvidado pedirles que la tratasen con respeto mientras llegaba.

No es que fuese difícil encontrarlas en ese momento. Las zonas intermedias del Inframundo eran más bien áridas, de golpe tuvo que frenar y se tuvo que bajar del carro al encontrarse un bosque por el cual no se podía circular. No había avanzado más de unos metros cuando se encontró a una de las temibles furias atrapada entre las ramas de un árbol, atada con unas hiedras que tenían pinta de ser bastante molestas y quizás urticantes.
La diosa estaba tan concentrada intentando con bastante buen tino atar a la segunda que no fue consciente de que la estaba llamando. No le dejaba otro remedio, aunque no era de su agrado. El bosque era un elemento vivo, osea que le sería fácil abrirse paso por él segando su vida.

-¡Hades! -la diosa gritó con alegría al verlo, notando su presencia por la muerte que atenazaba repentinamente a sus creaciones- Estás criaturas me estaban atacando, aunque he podido reducirlas por ahora no creo que pudiese haber aguantado mucho más.

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