14. El perro volador

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*De nuevo di la opción de elegir a mis seguidores en Twitter (@alsabetha ) el nombre de este capítulo. Y de nuevo lo han vuelto a hacer*

Hades había terminado sus quehaceres pendientes. No eran tantos, en verdad, podría haberse quedado perfectamente a cenar con Perséfone. Se sentía dividido, por una parte había deseado quedarse a cenar y pasar más tiempo con la diosa, por otra su lado racional le aseguraba que pasar tanto tiempo con ella no era para nada buena idea.

Se estaba acostumbrando demasiado a la diosa y sabía que en cuando las cosas se calmasen ella se iría sin mirar atrás del Inframundo. Y no pasaba nada, sería volver al orden natural de las cosas, la primavera tenía que estar en el mundo de los vivos. Era lo mejor para ella, estar en el mundo exterior junto a su madre trayendo la primavera al mundo, la vida después del frío y la muerte del invierno. El invierno era bastante parecido a lo que los mortales pensaban del Inframundo.

Después, por muy bien que pareciera estar pasandólo, se olvidaría de su reino y de todos sus habitantes, incluido él. Sus días de escondite quedarían borrados en medio de flores y ninfas.

Se había acostumbrado muy rápido a tener a la diosa en su reino, con su energía curiosa y su encanto especial. Había iluminado sus días y le había ayudado a levantar un peso que había estado atenazando su corazón, pero sabía que estaba tornandose en algo peligroso para él. Desde luego no era una amenaza ni parecida a la que ella sufría, pero no era una perspectiva agradable a la que se enfrentaba.

Tenía que pensar en una forma en la que pudiese controlar los impulsos sexuales de su hermano para con ella, lo ideal sería en general pero eso era algo que Hera llevaba siglos intentando sin éxito. Sin embargo era una tarea dura, desde luego, pero seguramente encontraba alguna manera para conseguir que se alejase de ella, así al menos podría estar tranquilo sabiendo que su principal peligro estaba controlado. Sobre satiros y demás criaturas estaba seguro de que ella podría verselas sin problemas con ellos. Si podía controlar el ataque de las furias sería capaz de hacerles frente a seres de ese tipo con menos dificultades que un humano a una mosca.

Normalmente ante el estrés se metía en su magnifica bañera, eso le solía ayudar a relajarse, pero saber que Perséfone había estado tan sólo unas horas antes en ella le hacía sentirse extrañamente ansioso. No era idiota para no fijarse en el efecto que la belleza de la diosa le estaba empezando a surtir. Llevaba mucho tiempo solo hasta para la perspectiva de un dios, aunque los dioses que conocía solían aguantar menos tiempo de célibato que los humanos, y encontrarse con una diosa tan exuberante no era el mejor remedio para eso.

Además, la consideraba una buena amiga, no era bueno mezclar esas dos cosas y menos para gente tan inocente. Más bien no era bueno en absoluto pensar en ella de esa manera y mucho menos actuar en consecuencia a esos pensamientos. Por respeto a ella principalmente, pero también por estar seguro de que si había una forma de revertir su inmortalidad Deméter la encontraría.

Casi atraviesó la pared con la cabeza por pura frustración al darse cuenta de que deambulando había entrado en la que había sido hasta hacia unas horas la habitación de la diosa. Le había hecho mucho bien el tiempo que compartió con ella en ese sitio, fueron unas horas que le valieron por años, abriendo su corazón con el consuelo de tenerla entre sus brazos con una intimidad diferente a la que nunca hubiera experimentado con nadie.

Se sentía como un anciano perverso yendo a olfatear las sábanas de una jovencita, por lo que salió de allí y se dispuso a seguir vagando sin rumbo ahora a una distancia prudencial de la habitación de la Koré.

Fue en estas circunstancias como se lo encontró Hécate en uno de los pasillos centrales. La diosa lo llevaba buscando un rato a pesar de haber usado uno de sus hechizos de rastreo y de la compañía de sus fieles perros que lo seguían gracias a una prenda que prefiero no preguntar de donde había salido.

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