70- Epilogo II. Una novia temible

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Perséfone amaba a sus hijos tanto como no creía que fuese posible amar a alguien antes de tenerlos. Si había alguien a quien amase de manera similar a ellos era a su esposo. Habían pasado siglos desde que llegó a su reino escondiéndose de Zeus y se encontró con que el rey del Inframundo era una criatura esplendida de la que no tardó en enamorarse. Lejos de lo que le habían predicho otros dioses esos sentimientos solamente se habían fortalecido con el paso del tiempo y notaba que era totalmente recíprocos.

Una de las cosas que fortalecían su amor sin duda era el inmenso amor por sus hijos, era un padre estupendo y sabía que ellos eran a lo único que quería más que a ella. Pero a veces su tendencia a la sobre protección era ridícula. 

-Hades, mi esposo -le llamó tentativamente, pero fue ignorada, no solía ponerse de morros pero cuando lo hacía podía ser muy cabezota- Hades, mi amor -se giró brevemente pero volvió a hacerse el digno- Hades, mi oscuridad -acabó por decir con un tono que hacía asustarse hasta a Melíone ganandóse la atención de su marido en un momento- Es una adulta responsable y capaz de tomar sus propias decisiones. No es ni siquiera peligroso.

-¿Pero y si le intenta hacer algo? -le replicó Hades exasperado sabiendo en el fondo que no llevaba razón.

-Pues que tendremos que compensar a Hipnos por la muerte de su primogénito, por Gaia que hablamos de Melíone -lo cogió de los hombros para que no pudiese esquivar su mirada- los torturadores del Tártaro la temen. Los titanes encadenados la temen. Y con razón, debo añadir. Si nuestra hija sufriese el acoso de Zeus la veo capaz de castrarlo y golpearle con su miembro. 

Hades sonrió un poco sin querer, él también la veía capaz de eso. Se sentía muy orgulloso de que sus hijas fuesen tan capaces. 

-No me parece una buena idea del todo, ya sabes que Morfeo está...

-Enamorado de Melíone, no le va a hacer nada porque la ama y aunque lo intentase descubriría que la inmortalidad tiene sus límites, ¿qué tienes contra el pobre?

-Que es un pobre imbécil, por ejemplo -gruñó una voz detrás de ellos.

Ambos reyes dieron un respingo al verse atrapados uno encima del otro pero se tranquilizaron al ver quien era el intruso. No es que los sirvientes no estuvieran acostumbrados, aunque trataban de ser descubiertos lo menos posible. Para un ojo poco experto era el doble de Hades el que había entrado, pero para cualquiera que viese la posición más relajada, los ojos más claros y los pómulos de su madre. Como todos preveían cuando era un niño Plouton y su padre eran una copia, por mucho que Perséfone insistiera en que era obviamente muy parecido a ella. La única que le apoyaba en eso era Deméter, aunque dejó de hacerlo el día que se descubrió tirándole de los mofletes a Hades.

-¿Qué te he dicho de llamar a los demás pobres? -le regañó Perséfone- Además, ya os he dicho que no nos metemos en los asuntos amorosos o en la carencia de ellos salvo que pidan ayuda, ¿acaso alguien se metió con lo de Eros hasta que pediste ayuda?

Plouton asintió ligeramente por verse regañado por su madre como si fuese un niño pequeño. Sabía que su madre llevaba razón, cuando había necesitado ayuda para defenderse de Eros sus hermanas habían sido las primeras en acudir, incluso con demasiado entusiasmo, pero respetaron esperar hasta que el pidió ayuda. 

En una reunión Eros notó algo extraño con él y decidió muy equivocado pero con mucha buena voluntad que iba a ayudarlo. La primera vez que lo sacó de fiesta se lo pasó bien, no pudo negarlo, aunque le incomodaba la insistencia que mostraba en presentarle a gente. No tardó mucho en comprender que le estaba buscando amantes. Con bastante esfuerzo le acabó por confesar que no sentía ningún tipo de atracción ni romántica ni sexual, cosa que el dios del sexo no podía ni empezar a asimilar y se  propuso curarlo. Aunque en un principio Plouton se limitó simplemente a esquivarlo e ignorarlo Eros era demasiado insistente y llevaba siglos conociendo el Inframundo como para poder esconderse de él. Fue ya cuando vio que no iba a atender a razones cuando le acabó pidiendo ayuda a sus hermanas. 

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