32. Pensando en Hades

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Entre Hécate y Perséfone inventaron una mentira lo suficientemente creíble, que al haberse movido tan libremente por el Inframundo había quedado aun ligeramente conectada y que al haber usado sus poderes en un sitio tan diferente y tanto decorando en los Elíseos estos se habían hecho más fuertes. Desde luego no querían terminar de contarle a Deméter lo que estaba pasando con su hija hasta que esta no hubiese hablado con su futuro esposo.

Después de asegurar que no habría ningún susto más y que se podría celebrar la fiesta con normalidad siguieron los preparativos con un poco más de prisa por el tiempo perdido. Aunque la fiesta era en honor de Perséfone el Señor del Inframundo era el invitado de honor, por lo que no podría faltar. Madre e hija tenían muchas ganas de verlo, la madre para asegurarse de que su hija quedase del todo desvinculada de la tierra de los muertos y la hija porque lo amaba y quería hablar sobre ser la reina de esa tierra a su lado. Propositos algo distintos pero que al fin y al cabo necesitaban del mismo.

Hécate volvió al Inframundo seguir con sus obligaciones con la promesa de volver para la fiesta, si iba a simplemente trabajar en lo suyo o a contar detalladamente a su señor toda la cuestión era algo que solamente sabía ella, y para ser honestos, ni siquiera ella lo tenía claro lo que al final haría en ese momento.

Los preparativos siguieron su ritmo un poco más rápido ya que Deméter no tenía a Hécate para entretenerla, aunque al cabo de unas horas hubo una visita inesperada para cuestionar la lista de invitados. Deméter odiaba tener que mostrar respeto ante otros dioses pero ante la reina de los dioses no le quedó otro remedio más que inclinarse formalmente.

-Oh, no es necesario, estamos en tu casa querida -dijo de manera absolutamente falsa, pues si no lo hubiera hecho seguramente habría expresado de manera bastante contundente su desagrado y se habría quejado de la falta de respeto a su rango pese a estar en casa de Deméter- Quería pedir tu aprobación para incluir a unos invitados más y para plantearte una cuestión sobre la fiesta.

Deméter se llevó a Hera a probar uno de los cenadores que habían instalado para la celebración, de paso tendrían privacidad. No sabía lo que quería comentarle, pero la conocía desde hacía miles de años y sabía que normalmente era mejor tratar sus asuntos con discreción.

-Desde que estuvimos en la encerrona que le hizo Hades a mi marido no he podido dejar de trabajar en algo, pues como diosa del matrimonio llevo tiempo preocupada porque en junto al rey del Inframundo no se siente ninguna reina y me he dedicado a hacer una lista. Como Hades es tan difícil de hacer salir me preguntaba si te importaría que añadiese a las candidatas que he encontrado a la fiesta de tu hija.

-Por supuesto que no, siempre y cuando no empañen el hecho de que mi hija es la homenajeada...

-Oh, claro que no, tu Koré brilla con luz propia. Hablando de lo cual... -hasta para Hera resultaba difícil hablarle de eso a la madre de la chica, su tendencia protectora era famosa- ¿Debería estar ella en la lista?

La respuesta de Deméter fue un no rotundo. Que como se le podía haber pasado por la cabeza si quiera que su niña pudiera estar interesada. Hera le quitó importancia comentando que simplemente estaba soltera y en edad de merecer, era una candidatura automática. No iba a contarle que vio la cara de Afrodita cuando hablaban sobre emparejar a Hades. Conocía a la diosa de la belleza lo suficiente como para saber que no se solía equivocar en materia de atracción y que cuando hablaban del interés de su sobrino favorito el margen de error se hacía aun más pequeño. Que al tener esa pista no pudo evitar fijarse en ello también. La diosa de la primavera miraba a Hades con devoción amorosa nada disimulada y él parecía devolvérsela, sabía que él era generoso, pero no para montar todo eso por la simple hija de una amiga. Hera conocía a Hades desde tiempos... En fin, desde que acababa de escapar y era un triste reflejo de un dios. Lo vio convertirse en lo que era ahora y las miradas de fascinación siempre le habían acompañado. Hasta ella misma llegó a fantasear ingenuamente con el mayor de los hijos de Cronos hasta que Zeus la comprometió, esa fantasía se había quedado en un deseo de juventud y en una amistad recíproca. La mitad de las candidatas estaban asustadas por el titulo, sabía que de hecho ese miedo se les borraría a penas y diesen un vistazo a la apariencia real del rey alejada de las historias para asustar a niños del dios. Pero Perséfone no parecía simplemente estar fascinada por el exterior ni por los lujos que podía ofrecerle. Si eso era así la voluntad de Deméter poco podría hacer para oponerse.

Después de eso el ambiente se enrareció, por lo que Hera decidió después de unas cuantas cortesías básicas que era el momento perfecto para irse, puso de excusa que tenía que reunirse con Iris para entregar las invitaciones y se fue en su imponente carruaje.

Deméter no pudo evitar quedarse inquieta por esa idea de la diosa del matrimonio. No es que no fuese consciente de que su hija ya era adulta, ojala y lo fuera menos y se pudiese haber librado de Zeus sin ayuda, pero el matrimonio era demasiado para ella. No es que se fuese a oponer si algún día no muy cercano encontraba a alguien que la hiciese feliz, pero es que Hades era... Demasiado. Demasiado mayor. Su reino era demasiado oscuro para su niña. Demasiado intenso en todo, su forma de amar a Leuce se había convertido en leyenda, una pasión así era demasiado para lo que su niña podría afrontar.

Su florecilla necesitaría un esposo que viviese a su ritmo, que la dejase crecer al sol, no a alguien que la arrastrase a un mundo yermo. Seguramente estaba aterrada por la idea de haber quedado vinculada de algún modo a esa tierra.

Su querida hija estaba teniendo unos pensamientos muy lejanos a los de su madre en ese momento, pero que iban en la misma dirección. Se encontraba siendo asesorada por todos los miembros de su séquito en busca del modelo perfecto para la fiesta de la que sería protagonista. Todas sus ropas eran bonitas, no tenía ninguna queja en ese aspecto. Además, ahora tenía una cantidad curiosa de joyas nuevas, no supo cuando en sus arcones fueron apareciendo, pero lo cierto es que en el Inframundo era raro que Dorcas o cualquiera de las siervas fantasmales que la ayudaban no apareciese con joyería nueva a diario.

El único problema es que se seguía viendo como siempre cuando terminaban, quería algo diferente. Algo que no fuese tan de Koré sino más de Perséfone. Su aspecto era forzosamente infantil desde que empezó a desarrollarse y no era beneficioso cuando quería reivindicarse como reina del Inframundo ante su rey. Lo malo es que para los primeros que no podía dejar de ser una niña era para sus propios acompañantes. Ojalá poder decir abiertamente que sus sentimientos por el señor del Inframundo eran de todo menos propios de una niña, que más allá del trono estaba ansiosa por ocupar el lecho del rey.

Fue plenamente consciente por primera vez en su vida de que no había tenido control nunca sobre su apariencia física. Desde el peinado hasta las sandalias eran cosas que podía seleccionar dentro de las cosas que su madre previamente había seleccionado cuidadosamente para ella. Quizás la túnica gris que le habían dejado para pasar desapercibida por el palacio de Hades no era algo que escogería, pero se dio cuenta de que la sintió tan extraña porque era la primera cosa que su madre no había seleccionado.

Cuando fuese reina iba a cambiar eso. No creía que a Hades precisamente le importase mucho que su reina se vistiese como le viniese en gana, después de todo había leído la vida de Leuce y visto como siempre la ayudó e incluso empujó a hacer lo que le desease hacer. Quería encontrar su propio estilo de verdad, no el elegido por otros. Se dio cuenta de la cantidad de mujeres y diosas que no tendrían nunca esa oportunidad, no era algo que desconociese pero que en su breve experiencia en los juicios a las almas de los difuntos había observado profundamente, la libertad era algo muy escaso para las mujeres sin importar del rango que fueran.

Quizás como reina podría hacer algo en eso, al menos lo intentaría. Si no podía intervenir demasiado en la vida de los humanos lo haría después de esta. Habiendo visto como juzgaba Hades los delitos contra ellas su corazón se llenó de la certeza de saber que la apoyaría.

Sus sueños de justicia se vieron interrumpidos con frustración cuando se dio cuenta de que sus ayudantes habían terminado de vestirla con exactamente lo mismo que siempre. Ahora quedaba soltarle los cabellos y ponerle una corona de flores como siempre. A no ser... Claro que tenía una corona regalada por Hades, desde que era una niña. Puede que no le estuviese bien como antes, pero se dio cuenta de que encajaba perfectamente sujetando su cabello en un moño, osea que les ordenó hacer eso a las que la peinaban.

No era un gran cambio, pero al menos era algo diferente a lo de antes. Parecía más madura. Le sonrió a su reflejo. Hades no podría escaparse de ella, y en parte era simbólico como sin saberlo la había coronado hace años.

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