En su momento me preguntaron si iba a escribir sobre Eros y Psique. Aquí tenéis la respuesta.
A pesar de que Macaria era una diosa de la muerte a veces también iba con su madre a ayudar, por lo que Deméter le asignó una dama de compañía entre sus jóvenes ninfas nuevas, ya que las antiguas estaban demasiado ligadas a su madre como para que fuese cómodo para generar confianza. Lo malo de aquella decisión es que la ninfa en cuestión que le asignaron no estaba enterada de primera mano de todo lo que aconteció en la boda y fue más influenciada por las canciones de Orfeo que por sus compañeras, estás a su vez encontraban todo su dramatismo con respecto a la boda de su señora demasiado divertido como para contradecirla y sacarla de su ignorancia.
Anthousa en un principio estuvo aterrorizada ante la idea de servir a una diosa de la muerte, pues aunque conocía y admiraba a Perséfone esta era la diosa de la primavera y la hija de su amada señora Deméter, no la terrible hija del Rey del Inframundo. Cuanto la pudo tranquilizar conocer la diosa solamente podía decirlo ella, pues el encanto y la natural dulzura de Macaria la hicieron replantearse sus concepciones del mundo.
Quizás la muerte sí que era algo deseado y bienvenido en algunos casos. Lo que no podía aceptar es que el Señor del Reino de los Muertos fuese algo menos que un monstruo cruel, asumía que era algo de conocimiento común y por lo tanto, debía de ser cierto.
Macaria trató de hablarle positivamente de su padre, pero Anthousa solamente tomó la idea de que era tan buena hija que no quería hablar negativamente de su padre aunque fuese, bueno, el causante del invierno.
Delante de Perséfone no se atrevía a hablar de su esposo, pues las demás ninfas le habían advertido que era mejor no hacerlo, pues era muy posesiva. No le extrañaba, no faltaba más que fuese raptada como para que encima fuese humillada con la infidelidad, incluso a la propia reina de los dioses le pasaba.
Había escuchado rumores sobre la hermana menor de su señora que se dedicaba a aterrorizar a los mortales, ver como Macaria hablaba con tanta ternura de un ser tan aparentemente terrible solamente le confirmaba que su padre había de ser un dios terrible y monstruoso.
Era un día como otro cualquiera, estaba sirviendo a su señora y fue a buscar algo al templo pues estaban haciendo una merienda campestre cuando Anthousa sintió que su mundo se daba la vuelta y comprendió porque la gente adoraba con tanto fervor a Afrodita.
Delante de ella estaba el hombre más hermoso que jamás hubiese visto, no parecía ni mucho menos el típico orante de Deméter, destilaba riqueza más allá de la de un rey común. Al reparar en ella le sonrió con amabilidad y le habló con una voz que hizo que su corazón se acelerase aun más de lo que ya estaba.
-Saludos sierva de Deméter, ¿podrías indicarme dónde se encuentra la gloriosa Perséfone?
Anthousa solamente atinó a decir que sí mientras salía corriendo muerta de vergüenza. ¿Quién sería ese misterioso hombre? ¿Quizás un amante de Perséfone en el que se refugiaba para olvidar las penas de su matrimonio? No podría culparla, desde luego, pues lo anheló con fuerza en ese instante.
-¿Qué te pasa? -le preguntó Macaria al encontrársela repentinamente- Estás muy acalorada, descansa un poco y cuéntame que ha pasado.
Que su sonrojo fuera tan evidente solamente contribuyó a que se sonrojase aun más.
-Me he encontrado a un hombre a las afueras del templo, preguntaba por vuestra madre y era... -balbuceó bajito- él hombre más hermoso que he visto nunca.
-Ah, mi padre -le contestó Macaria- Es curioso que venga en mitad de la primavera y más a estas horas.
-Dudo mucho que fuera vuestro padre –le replicó Anthousa, pensando que la diosa tenía un concepto demasiado alto de su padre- Era hermoso como ningún otro que haya visto aun, tiene un cabello moreno brillante y unos profundos ojos oscuros que...

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Escondida
FantasyCuando el mismísimo Zeus quiere raptar a tu hija la esconderías donde fuese. Incluso en el Inframundo. Deméter pide a Hades ayuda, él acepta porque total, solamente será meter a una cría en los Campos Elíseos, ¿qué problema puede dar la tal Perséfon...