64. Un día de invierno

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Y llegamos a uno de los personajes con los que mejor me lo he pasado. Tenía muchas ganas de presentarla, pues Macaria es muy conocida pero Melíone lo es bastante poco y es muy especial. Espero que le deis cariño, ya me diréis algo...

La reina del Inframundo volvió a dar a luz, esta vez lo hizo en la paz de su propio reino. Al igual que distintos fueron los lugares, distintas fueron las hijas. La segunda princesa era terrorífica y hermosa a partes iguales, totalmente adaptada a la tierra que la vio nacer. Melíone tenía un curioso efecto en todos los que la veían, pues emitía luz propia pero absorbía la circundante, lo que provocaba que la joven se viese siempre en blanco y negro, sin poder aguantar colores brillantes ni siquiera en su vestuario. Viniendo de una familia que se decoraba tanto con flores no tardaron en descubrir que salvo los asfócelos y los narcisos, nativas del Inframundo como ella, nada resistía su contacto.

A diferencia de su hermana, que era una criatura de Elíseos y paz, Melíone era Tártaro y caos. No es que fuese ni mucho menos malvada, pero sin estar a cargo de la muerte como Macaria siempre mostró una especial habilidad para el castigo creativo como su padre y para dirigir a los fantasmas. Y eso lo mostró desde muy joven.

Si hubo alguien a quien se sintió unida, quitando el hecho de que era una niña mimada por su padre, fue a Hécate. La diosa de la brujería fingía encontrar irritante el hecho de tener a la pequeña diosa siguiéndola y aprendiendo los secretos del Inframundo de una manera diferente a la que conocían sus padres, pero no podía estar más orgullosa de su pequeña aprendiz. Después de todo Melíone había nacido en el Inframundo, era una habitante nativa y su unión era diferente a la que tenían incluso sus padres a pesar de estar conectados a ese tierra, Hécate creía que no había nadie más conectado que la segunda princesa.

Sus padres se dieron cuenta desde muy temprano que iba a ser mucho más difícil de controlar que Macaria, cosa que su abuelo encontraba demasiado divertido, sobre todo sus salidas de tono como conseguir que Hades se afeitase por primera vez en siglos, pues después de llamarla "mi melaza" en un pésimo juego de palabras se encontró con toda la barba cubierta de una melaza pegajosa, cosa que le costó un castigo de varias semanas por parte de su madre.

El primer día que Hipnos se atrevió a hacer el mismo tipo de bromas con la segunda hermana que las que tenía costumbre de hacer con la primera se encontró con que un montón de almas habían invadido su casa y estaban sembrando el caos. La diosa de los fantasmas aprendió a controlar sus poderes a una edad más temprana de la que nadie habría querido.

Cuando su madre no estaba era aun peor, y aunque quería a su abuela, no le hacía nada de gracia que esta apartase a su madre del Inframundo. Le explicaron que era necesario para mantener el orden de la humanidad y que está sobreviviese lo más cómoda posible, lo cual entendía solamente a medias, pues si bien la necesidad de comodidad era algo que podía entender y con lo que empatizaba no entendía la necesidad de mantenerlos vivos. Los humanos solamente le eran conocidos como fantasmas y no creía que en sus envolturas terrenales fueran a ir a mejor. Sus padres le decían que lo entendería al crecer, pero crecer solamente le hizo confirmar que sus humanos favoritos eran los muertos, obedecían y no salían gritando como los vivos las pocas veces que se dejaba ver fuera del Inframundo.

Solamente podía salir en determinadas noches, el resto del tiempo la luz le resultaba molesta y le hacía sentirse enferma. Únicamente en brazos de sus padres o de Hécate podía tomar el exterior como soportable fuera de las fechas especiales. Por suerte no le gustaba demasiado salir, al menos hasta que creció y aprendió el arte de asustar.

Había muchos dioses de su edad, pues Hipnos y Pasítea tenían una pequeña multitud de hijos, los oneiros se llevaban bastante bien con ella y su hermana en general. Incluso había una academia a la que asistían, era la primera vez que en Inframundo se había visto tan lleno de Infantes como para necesitarla.

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