Memorias

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—Maldito...—decía furioso mientras me levantaba frustrado del suelo y limpiaba mi rostro con la camisa que aun llevaba desabotonada cuando ellos se marchaban.

Solté una carcajada después de esa pelea entre el protector de Helga y yo, me dirigía cerrar la puerta notando solo algunos cuantos vecinos que se asomaban curiosos. —No hay nada que ver, vuelvan a sus asuntos— dije tratando de calmar su curiosidad para después cerrar la puerta y dejar caer mi cuerpo sobre el sofá y percibir solo el mero desastre que había causado este acto tan inmoral de mi parte que por alguna extraña razón me causaba tanta satisfacción.

En realidad, no fue muy difícil hacerte rabiar Arnold, con todo a mi favor, no tenías oportunidad, Bob no necesito comprar mi amistad pues el dinero es algo de lo que no me preocupo, era irremediablemente innecesario, pero si me ofreció a cambio llegar a este día tan culminante y saborear este momento, si, su plan era simple, acercarme a ella y conquistarla nuevamente pero se nota que en nada conocía a su hija pues cada plan tenía errores empezando con que Helga me odiaba por haberla engañado, pero alguien sí sabía de ella aun mas de lo que esperaba, Scarlett, esa mujer castaña que habría hecho perder los estribos de lo hermosa y excitante que me parecía su actitud, si tan solo esa exuberante y enigmática mujer me hubiera dado aunque solo un gesto de aprobación, seguro seria un mas en la lista de las bellas mujeres que pasaron por mi cama; pero no era hora de ganarme enemigos con semejante poder, así que, solo escuchaba sus planes a mi conveniencia.

Scarlette guiaba cada paso de lo que hacían, y saber todo lo que haría aquella noche de fiesta me vino muy bien a mi con mente en los resultados, solo fingir que no sabía nada, traicionar la confianza de Bob y ganarme la de ustedes era algo de lo que disfrutaba a plenitud, cada momento era oportuno para arrebatártela y hacerla mía aunque solo fuera en tu mente.

Aun recuerdo el día que vi a Helga por primera vez, Don Luis Tenorio una puesta en escena que era terrible y su insistencia en repetirla me causaba nauseas, algo tan cutre solo a Gerónimo Sargue se le ocurriría, hacer la misma cosa solo con un disfraz de bellos actores pero que a mi parecer la mediocridad les relucía por todos lados; todo excepto algunas de las actrices que eran esplendorosas musas en cuerpos humanos, así que no fue tan difícil aquella noche de estreno seducir a algunas de ellas pero, con Helga, demonios..., ella era una diosa, ninguna era compara con cualquiera de ellas, tan acendrada parecía sobre aquel escenario empapada en llanto tratando de salvar aquella mísera puesta de escena. Lo hacia excelente, era más que excelente ella era... perfecta... y verla ahí con la luz del reflector sobre su rostro en ese monólogo trágico me era excitantemente cautivador.

Era hora de presentarme y que mejor con un arreglo de flores que llegaron a su camerino pero según el mensajero no fueron de su agrado, así que una invitación personal sería la única forma de llegar a ella.

—Tok... Tok...—toque su camerino mientras me acomodaba el smoking.

—Adelante—gritó desde adentro.

Sin pensarlo dos veces, solo abrí la puerta para encontrarme con las expectativas por los suelos pues su belleza era aún mejor que de lo que se apreciaba en el escenario.

—¿Si?—me miro confundida y algo molesta.

—Dígame algo Señorita Pataki, mis rosas fueron un agradecimiento por haber hecho a este simple espectador muy feliz esta noche, pero... me han dicho que no han sido de su agrado—dije con un tono seductor.

Ella miró el arreglo de rosas para después mirarme fríamente.

—A si aja, disculpe, no escuche su nombre—dijo cuestionando con esa ceja perfectamente delineada que levantaba.

—Soy Damien Laforet—respondí extendiendo mi mano hacia ella.

Ella miró mi mano extendida pero no accedió a estrechar la mía.

Recordar, no siempre duele. Arnold Y Helga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora