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Al estar en casa con su familia Sakura se sintió como si pudiera respirar tranquila, por fin después de ocho meses de no poder relajarse.

Sus padres y su hermano pequeño Konohamaru, que estaba de vacaciones, la estaban esperando la noche que llego levantados, aunque llegó más tarde de las doce. La luz de la entrada estaba encendida y también se veían iluminadas las ventanas del salón y de la cocina, que estaban en la parte delantera de la casa. Sakura salió de su coche de alquiler y, cuando estaba sacando la maleta del asiento trasero, la puerta principal se abrió y todos salieron a recibirla.

—Ve a buscar la maleta de tu hermana —dijo su padre en voz baja.

Konohamaru bajó del porche y se la quitó de las manos, entonces ella recibió los abrazos de sus padres y sus besos, aquel contacto y los sonidos tan familiares le llegaron directamente al corazón.

—Tienes el pelo larguísimo —le dijo su madre acariciándole la melena rosa que le caía por la espalda.

—Sí, ya lo sé, he estado tan ocupada que ni siquiera he podido ir a cortármelo —dijo con una sonrisa cansada— a lo mejor tú podrías cortármelo un poco mientras estoy aquí

—Como cuando eras pequeña, aunque solo te cortaba el flequillo, yo no te hacía cortes grandes.

Konohamaru soltó la maleta justo al lado de la puerta, en el vestíbulo y miró a su hermana de una manera peculiar, ella estaba demasiado cansada como para descifrar su expresión. Su madre interrumpir su intercambio de miradas y la arrastro hasta el salón.

—Vamos, vamos a sentarnos un ratito para que te vea, ¡hace una eternidad que no estabas en casa!

Antes de que Sakura pudiera sentarse, su padre le revolvió el pelo y la abrazó para darle un beso en la frente.

—Me alegro mucho de que estés aquí, cariño —le dijo.

—Tenía miedo de no conseguirlo —respondió ella e intentó contener un bostezo, le pesaban los párpados— el lunes tuve que irme por un problema de último momento y no sabía si al ir a París me daría tiempo para venir.

—¡París! —exclamó su madre— ¡me encantaría conocer París!

—Y a mí —dijo Sakura refunfuñando— porque lo único vi fueron las escaleras del aeropuerto y, después, las vistas desde mi ventana mientras trabajaba.

—Bueno, algún día —se encogió de hombros su madre.

Mebuki era una mujer rubia y guapa con una figura curvilínea, llevaba un pijama y una bata, iba desmaquillada pero aun así estaba espléndida. Ella esperaba envejecer la mitad de bien que su madre.

Se quitó la chaqueta e, inmediatamente, su madre la miró con fijeza.

—¿Qué ha pasado? ¡Estás muy delgada!

—¿Eh? —preguntó Sakura mirándose a sí misma e intentando comprender lo que le decía su madre.

Ah, sí, el entrenamiento.

—Ya te conté que estaba haciendo muchísimo ejercicio, tengo el cerebro tan cansado al final del día que correr me relaja mucho —intento poner una excusa— no tengo que pensar en nada cuando salgo que correr.

En realidad nada de lo que había dicho era mentira, lo cual estaba muy bien, teniendo en cuenta su agotamiento.

—Bueno pues te voy a dar bien de comer mientras estés aquí —reprocho su madre, en un tono de voz que cualquiera pensaría que alguien había estado matando de hambre a su hija.

—He estado pensando en tu bizcocho de fresas durante todo el tiempo que he estado en París, para darme fuerzas —dijo ella— ¿ya está hecha?

No le importaría tomarse un trozo de bizcocho y un vaso de leche antes de irse a dormir.

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