68. Conversaciones del corazón

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Hoy se cumple un mes desde que empezamos nuestro viaje por Latino-américa, el clima nos había acompañado desde el día uno y nos permitía disfrutar al máximo la cultura de cada país. En los pasados treinta días visitamos Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay. Ahora mismo nos encontrábamos en Brasil, mas específico en el hospital de Rio de Janeiro. Llevábamos toda la mañana esperando a que Villa reviviera.
Llegamos la tarde del día anterior y quisimos ir a la playa y luego comer algo por ahí, yo tenía ganas de comer algo mas común y no experimentar tanto con la comida típica ya que en el viaje me había mareado, pero Villamil era tan terco que insistía en comer en la calle. Dejé que comiera lo que quisiera, lo cual fue una mala idea ya que pasó toda la noche en baño con fuertes dolores estomacales, entre vomito y otras secreciones, me miraba con cara de cachorro y estaba mas pálido de lo normal. Aunque me burlé de el durante mucho rato me preocupaba su estado de salud ya que en tres días nos iríamos a Panamá y claramente sería un infierno viajar en ese estado. Intenté que durmiera un poco para que descansara y en la mañana poder ir al hospital ya que por mas tentador que fuera, no me atrevía a salir de noche en un país que no conocía, con un idioma que no hablaba y con mi amigo casi muriendo. Muy temprano por la mañana salimos camino al hospital, Villa se rehusaba a hablarme ya que el dolor era demasiado y empeoraría, con dificultad encontramos un taxi y luego de unos veinte minutos llegamos al lugar. Me sentía inútil ya que las personas no hablaban español y aunque el portugués era parecido se me hacia imposible entender bien. Odiaba no tener Internet en esos momento. Villamil que sabia decir unas cinco palabras logró que nos atendieran y ahora estábamos en una sala con al menos seis personas más. Mi amigo estaba recostado en una camilla con suero ya mas recuperado, era un alivio. Al menos cuatro horas más tarde pudimos salir del hospital, Villa tenía mejor apariencia y por fin podríamos disfrutar de la ciudad. 

(Julieta): entonces...¿que aprendimos? - me burlé. 

(Villamil): que hay que aprender el idioma del país al que vamos.

(Julieta): a no ser un terco y escucharme cuando te digo que no comas en cualquier lugar - dije divertida - y dejar de ser tan glotón. 

(Villamil): fue mala suerte - se defendió. 

(Julieta): las señales eran claras - dije negando con la cabeza - ah y me debes un helado extra grande. 

(Villamil): ¿y eso por qué?

(Julieta): por que estuve toda la noche soportando tu malestar y toda la mañana estresada en un hospital. 

(Villamil): yo haría lo mismo por ti.

(Julieta): lo sé - dije abrazándolo - pero aun así me debes el helado y deberíamos ir al hotel a cambiarnos.

(Villamil): estoy cómodo así. 

(Julieta): créeme necesitas una ducha! Apestas a hospital y vomito - me burlé. 

Fuimos hasta el hotel a asearnos y poder almorzar ya que moríamos de hambre. Las indicaciones que le había dejado el doctor era que solo consumiera comidas livianas y mucho liquido, vi en la cara de mi amigo que eso no le causaba ninguna gracia. Decidimos comer en el restaurante del hotel ya que ofrecía platos típicos que estaba dispuesta a probar, en cambio Villa tuvo que comer ensalada con arroz blanco y un jugo de frutas naturales, me miraba con cara de disgusto y tristeza para que le diera un poco de lo que yo estaba comiendo pero no cedí ya que no pretendía pasar todo el viaje en el hospital. Pasamos el resto del día caminando por la ciudad, fuimos a visitar algunos lugares históricos y al caer la noche nos unimos a un pequeño carnaval que había en las calles, le recordé que no podía comer nada que le ofrecieran y de mala gana aceptó. Nos divertimos por unas horas con la buena música y hasta nos atrevimos a bailar con las personas locales. Cuando volvimos al hotel, permanecimos un momento recostados en la cama, habíamos decidido pedir la habitación con una cama grande para los dos ya que nos ahorrábamos bastante. Por la ventana entraba la luz de luna y se sentía el oleaje del mar, me levanté para salir al balcón y Villa me siguió. Nos sentamos como indios sobre las colchas que habían en el suelo. 

Fuiste una bala perdida. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora