69. Un parche para la herida

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Isaza

Estábamos a mitad de mes, había dejado de contar los días para su regreso pero ese día Villamil había enviado algunas fotos de ellos en Costa Rica recalcando los quince días que faltaban para vernos. Intentaba tener esperanzas y no decaer por la incertidumbre de saber si ella querría recuperar nuestra historia. Debes dejarla ir me decía Martín por cuarta vez desde que nos habíamos separado. Simón intentaba omitir todo tipo de comentarios y se limitaba a decir que no quería verme mal nuevamente.

Mi animo estaba por las nubes y la responsable era esa pequeña niña llamada Lucia con sus constantes insistencias había logrado entrar en mi corazón y estaba dispuesta a quedarse. En mi mente saltaban miles de probabilidades, tal vez era momento de escuchar a mis mejores amigos, dejar ir todo con Julieta y aunque era muy pronto, darle una oportunidad al amor que Lucia me estaba ofreciendo. 

La mañana transcurría normal, estaba sentando en una silla bastante cómoda en la peluquería de la madre de Lucia. Ella había insistido en qué la acompañara a arreglar su cabello y decidí cortar el mío ya que llegaba a mis hombros. El recuerdo de Julieta rogando cortar mi cabello en mi pasado cumpleaños me invadió mientras diversos mechones de cabello caían sobre el piso. Sonreí con nostalgia.
Al terminar, me quedé encantado con el resultado y en palabras de aquella chica ojos almendra, me veía más vivo. Su madre no me dejó pagarle a petición de su hija y como agradecimiento la invité un helado.

Nos sentamos al borde una fuente, los recuerdos nuevamente vinieron a mi. Era la misma plaza que meses atrás había sido testigo de unos locos enamorados. Sentí la mano de Lucia sobre la mía y como un acto reflejo, la quité.

(Isaza): perdón — dije acariciando su mano que aún estaba sobre mi pierna.

(Lucia): ¿En qué piensas? — preguntó rosando mis largos dedos.

(Isaza): en el pasado — admití.

(Lucia): ¿No crees que es tiempo de dejarlo atrás?

(Isaza): ojalá fuera tan fácil — dije un poco seco y enseguida cambie el tono de voz — no sé cómo dejarla atrás.

(Lucia): yo te puedo ayudar — dijo antes de juntar nuestros labios.

Me sorprendió pero el calor que emanaban sus labios era reconfortante. Puse mi mano sobre su mejilla y la acerqué aún más. Una vez nos separamos, su rostro se torno rojo y por más que hubiese disfrutado de sus besos, la realidad me golpeó.

(Isaza): no debí corresponderte — dije sin mirarla con la culpa a flor de piel.

(Lucia): ¿No te gustó? — preguntó apenada.

(Isaza): claro que me gustó pero no es justo para ti. Puede que mi cuerpo y mis labios se sientan atraídos por ti pero mi mente y más importante mi corazón tienen el nombre de Julieta tallado como una runa antigua en piedra, de manera que es imposible de borrar. No quiero hacerte ilusiones, que luego salgas lastimada y me odies.

(Lucia): yo jamás podría odiarte — dijo sincera.

(Isaza): creeme, si podrás.

(Lucia): mira yo sé toda historia con ella pero ahora no está aquí. No puedes aferrarte a ella toda la vida — dijo muy cerca de mis labios. Sabía sus intenciones.

Quise debatir y volver a explicarle que yo no era capaz de corresponderle pero no me dejó. Sus besos me inundaron nuevamente y no quise seguir luchando. Estaba siendo egoísta pero a ella no le importaba, Lucia sabía cómo llegar a mi. Se había empeñado tanto en ser parte de mi vida que se enamoró en el proceso. Dejé que sus labios acaricien los míos pero por las razones equivocadas, anhelaba sentir el calor y el amor de otra persona, por eso no la detuve. Por que aunque yo no la quería de la misma forma, su amor alcanzaba para los dos. Al separarnos se formó un silencio extraño, como cuando haces algo no debido y no quieres que nadie se entere.

(Isaza): Lucia, yo... — intenté decir.

(Lucia): el amor es paciente Isa — me interrumpió y aquellas palabras que alguna vez me dijo mi abuelo, resonaron en mi y no supe que decir.

Me disculpé con ella y me fui caminando hasta la casa de los Vargas. Ahí se encontraban mis amigos junto a Laura y Natalia, quienes me vieron y me abrazaron. Ya todos los rencores habían quedado atrás.

(Laura): te queda bien el pelo corto — comentó animada.

(Isaza): gracias.

(Martín): pensamos que no vendrías.

(Isaza): fuí con Lucia a la peluquería.

Mis cuatro amigos se miraron y soltaron una carcajada. 

(Isaza): ¿Qué?

(Laura): ¿Que pasa entre tu y esa niña?

(Isaza): nada..somos amigos.

(Simón): ¿Solo eso?

(Isaza): claro que sí.

(Simón): a mí me parece que le gustas.

(Laura): pienso lo mismo, he visto como te mira.

(Isaza): lo sé. Ella mismo me lo dijo.

(Martín): entonces ¿Que esperas? Es muy linda.

(Isaza): Yo estoy enamorado de Julieta y no quiero saber de nadie más.

(Martín): aquí vamos de nuevo — dijo cabreado y me sorprendí ya que Marto nunca se enojaba.

(Isaza): ustedes no entienden.

(Martín): Isa te costó tanto trabajo recuperarte y quieres tirar todo por la borda, ya te lo dije, olvídala.

(Isaza): ustedes saben que no es fácil. El amor es más fuerte.

(Martín): No pensaba decirte pero Julieta ya no siente lo mismo por ti.

(Isaza): ¿Por qué dices eso?

(Martín): ella me lo dijo. No quiere tener ese tipo de relación contigo, con suerte podrán recuperar la amistad pero no le veo vuelta a lo que tuvieron. 

(Isaza): no sabes lo que dices.

(Martín): acéptalo. Ella no te ama — dijo de manera brusca.

La tristeza que tanto me había costado borrar, Martín había logrado traerla de vuelta en solo unos segundos. Los pensamientos negativos volvieron a reinar en mi cabeza y sentí un nudo en la garganta por lo que acababa de decir, decidí guardar silencio por que no quería llorar frente a mis amigos nuevamente. Una cosa era que ella estuviera dolida y otra muy diferente que ya no me amara. Los chicos se miraron entre ellos y luego con un evidente enojo a Martín.

(Isaza): yo creo que me voy a ir — dije intentado no demostrar que su comentario me había dolido.

(Simón): mi perro no te vayas.

(Martín): perdón no debí decirlo.

(Isaza): no pasa nada — tomé aire — me iré. Mi mamá quería que la ayudara en algo y si me demoro ya saben cómo se pone.

(Martín): Isa perdón. No te vayas.

(Isaza): estoy bien — mentí — solo tengo que ir a mí casa.

Les regale una sonrisa fingida y me dispuse a salir, escuché como entre todos le regañaban a Martín por lo que había dicho y sentí lastima por el. No era su culpa que Julieta no me quisiera. Quise llevar mis pensamientos a un lugar bonito pero las palabras de mi amigo resonaban como en un alto parlante.

Ella no te ama. Ella no te ama.

Aguante todas las lágrimas que amenazaban con salir y en mi intento de distraer mi mente, recordé una estúpida canción que ella solía cantar. Solté una carcajada en plena calle, una lágrima se me escapó y fui capaz de concluir mi camino. Cuando entre en la cocina, mi mamá me miró preocupada ya que todo los avances que había logrado en los pasados meses, se estaban yendo a la basura. Le mentí para que no se preocupara, ya era suficiente por todo lo que la hice pasar.

Mi teléfono sonó, retumbando en toda la cocina. Lo saqué pesadamente de mi bolsillo, era Villamil. Leí cada palabra que me había enviado, una por una, al menos diez veces. Esa era cereza del pastel, solo necesitaba leer esas palabras para tomar mi decisión y dejar toda mi tristeza en el pasado.

Fuiste una bala perdida. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora