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Transcurren unos segundos para que los asientos y el pasillo de la primera clase del avión en el que había hecho mi regreso, en un vuelo de unas nueve horas hacia mi tierra natal, quedaran vacíos finalmente permitiéndome tomarme mi tiempo para descender. Guardo en su estuche la Macbook, cuelgo la correa de mi bolsa en mi brazo y me dirijo hasta la salida por la puerta trasera para desembarcar directo en la pista casi desierta. Por precaución y comodidad, días anteriores le había solicitado a mi socio poder viajar en un horario poco transitado en el aeropuerto de Culiacán.

Al finalizar las escaleras me esperan con mi maleta de mano y una rosa envuelta por un papel negro y opaco dejando que la flor se reluzca y llame la atención a pesar de ser un pequeño regalo.

—Este detalle se lo envía el señor Ethan, señorita Jones.—Con una sonrisa les agradezco a las asistentes de vuelo y tomo lo que mi novio, por alguna razón desconocida, les entregó a ellas antes que a mí a pesar de habernos despedido en el aeropuerto. Esos pequeños detalles sorpresas son los que más lo caracterizan cada vez que enlazo mis maletas en mano y parto hacia cualquier lugar del mundo despidiéndonos por un breve lapso de tiempo. Disfruto el aroma de aquella rosa y vuelvo a repetir.

»Ethan y sus bellos detalles.« 

—Su demás equipaje ya está cargado en las camionetas.

—Esperamos que haya tenido un excelente vuelo—Aporta la tercer asistente dando por finalizado su servicio. Les doy un asentimiento de cabeza sin apartar mis ojos de la Chevrolet Tahoe que me espera a unos metros siendo escoltada por cuatro modelos de GMC Sierra.

Los tres hombres que las rodean al asecho de cualquier movimiento extraño corren a abrirme la puerta de la Chevrolet y ofrecerme cualquier tipo de ayuda así como unas breves palabras de bienvenida asegurándome que están a mi disposición. Los ignoro y me monto en la camioneta del medio.

A veces papá exageraba cuando era pequeña con la seguridad, unos años más tarde puedo afirmar que nada ha cambiado.

Nada más subir a los asientos traseros y salir del aeropuerto me tomo mi tiempo para observar a mi alrededor. Hace tanto tiempo había visto por última vez esta instalación en persona que ya me siento casi como una extranjera en mi propia casa.
Me río internamente, he pasado tantos meses observando esta zona e instalación y todavía me hace sentir extraña, también me causa risa el imaginar la reacción de mi padre si me oyera decir eso o de pensar en cómo será nuestro reencuentro. 

Hace ya ocho años en los que por querer un futuro distinto al de mi familia dejé atrás todo.
Y cuando menciono todo me refiero a todo, hermanos, amigos, lujos, vida fácil y complaciente, el confort de saber que siempre tendría el poder en la palma de mis manos, mi bello país, la tranquilidad de las fincas y ranchos familiares y demás.
Nada más terminar mis estudios del bachillerato y cumplir mis dieciocho años, había decidido que lo mejor sería renunciar a esa misma vida fácil que me daba mi padre y mi familia, que me encantaba por cierto, pero era muy peligrosa y diversos factores conllevaron a rechazarla, por lo que con paciencia, esfuerzo y con los años, más los consejos de mis hermanos y sólo una pequeña ayuda económica de mi padre y su amigo de casi toda la vida, había logrado lanzar y hacer que fuese un completo éxito, mi propia marca de ropa deportiva, cadenas de concesionarias de autos de alta gama en cuatro países diferentes y un muy buen proyecto en proceso. 

Acomodo mi pendiente de modo que no me moleste al recostarme sobre la ventanilla para así poder descansar, después de todo, lo que resta de viaje hasta llegar a la finca familiar no son más que kilómetros y kilómetros de desiertos caminos de tierra y algún que otro valiente árbol que lograba crecer por estos lados casi áridos.

A Veces | Iván Guzmán| TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora