Compañera

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El tiempo las había vuelto esposas y amigas.

Tan compañeras  para los días buenos y tan compañeras para los días complicados.

La vida no iba a ser perfecta siempre, pero si algo pesaba, si algo le pesaba a alguna o en conjunto tenían una de las cosas más importantes, eran esa clase de compañeras con la que agarrarse de la mano y ir a enfrentar, entonces nunca nada pesaba al límite, los malos entendidos no tenían por donde entrar porque hablaban, tenían esas eternas ganas de escucharse y entenderse.

El mundo de ser madres era hermoso pero también les generaba alguna preocupación para las dos.

De a poco despacito aprendían antes de colapsar a entender que todo era una manera de aprender para cada ve manejarlo mejor, y porque la otra ayudaba a comprender, a prestar otros puntos de vista, otras impresiones de las situaciones, los abrazos no serían soluciones inmediatas a ciertas cosas pero le daba ternura a la vida, porque después de el veían calma, y así se iban a la cama no sólo enamoradas, sino enamorándose del desafío de manejarse con amor en las situaciones sorpresas, de ser aquellas compañeras que en el camino iban sabiendo entender los cambios de la vida de a dos, de las responsabilidades nuevas através del tiempo.

No tenía que ser todo color de rosa para ser perfecto, lo perfecto era tener días difíciles y mirarse con amor, de mimarse hasta que la otra se sintiera mejor, y que les brillen los ojos dándose cuenta de que estaban juntas y no sólo juntas en un lugar, juntas acompañándose el corazón, estaban juntas en las ganas, en los días, en lo impredecible, dos humanas eligiendo vivir siendo compañeras.

Tantas veces cada una en noches distintas o en la misma se acomodaban en la almohada mirando a aquella pelirroja o a aquella enrrulada dormir con calma y acordarse de aquellos detalles durante el día o cómo una le hacia el aguante a la otra, actos que tenían amor.

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Llevar a Noa a jugar al parque era reírse como niñas, era ayudarla a levantara y abrasarla si hacía puchero y volver a casa con ella y con las rodillas de sus pantaloncitos con tierra.

Jazmín arreglandole la colita palmera que le habían hecho en el pelo antes de salir y que estaba casi por desarmarse, Flor la llevaba a caballito y Jaz los juguetes.

La pelirroja le ofrecía llevarla a upa cuándo la bajita ya iba con ella algunas cuadras.

Ahí iba ella de la espalda de una a los brazos de la otra.

Las charlas de Noa con Dulce que moría con la expresión de su cara y su cabello que no era ni lacio completamente ni enrrulado, y lo tenía casi por sus hombritos y la risa de Jazmín cada vez que Florencia totalmente asombrada la miraba a su hija ser. 

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Llegaron a casa después de haber dejado a su hija en el jardín por primera vez, cualquiera de las dos se sentían raras, haber salido con ella y llegar sin ella, el día era entre lindo y muy raro.

Haber visto su delantal chiquito a cuadros, verla como se corría el cerquillito para que le sacaran la foto, era divertida y ellas se volvían locas.

La carita entre ganas de llorar y la risa que también le daba a la de rulos mirando a la alta que le recordaba lo nada difícil que le pareció a la niña entrar al jardín.

La ausencia de la pequeña era complicada para ellas, pero se acurrucaron contentas en el sillón de saber que no había llorada cuando la acompañaron a la fila de niños.

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El buso quedo de Flor quedo en el suelo, le quedaba la camisa de abajo que la deslizo por cada brazo de la bajita, la alta veía aparecer cada lunar que se escondía debajo de la tela y que aunque ya conocía el punto en donde se encontraban, siempre la sorprendían.

Le corrió el pelo a la de ojos marrones hacía atrás, los hombros de Flor se juntaron a los de la pelirroja que con sus manos desde la cintura subía a su espalda llegando a su cuello, un recorrido suavecito.

Dejó la camisa por ahí con su mano derecha, agarro la mano izquierda de la de rulos que la tenía hacía abajo cuando dejo que cayera la prenda.

Moría por los recorridos suaves sobre su piel.

En sus cuerpos pasaban el invierno cuándo se les erisaba la piel, y por el verano cuando sus cuerpos se entibiaban juntos.

Pasaba por un millón de sensaciones si la bajita pegaba su cuerpo y apoyaba su perfil en el de ella, llevar las manos por sus rulos y agarrar su cabeza, sostener el aire unos segundos y soltarlo sintiendo vida.

Y sentirla respirar con ella, y pensar que detestaría la idea de solo sacarle la ropa y hacerlo fugas.

Y pararse en sus labios y no preocuparse por cuanto se quedo en ellos y que Flor se los quite para ir a su cuello, y que en el se vayan los minutos que quieran. 






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