METRÓPOLIS

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Sara disimuló su asombro, pero su tripulación no disimuló nada el asombro ante la magnitud de aquella ciudad que parecía no tener fin, mirando boquiabiertos a todos lados mientras caminaban por las opulentas calles; incluso el borde exterior, donde se encontraban los barrios más pobres, les asombraron. No obstante, el ambiente no era muy jovial, ya que la ciudad se preparaba para un gran ataque, algo que pudieron comprobar por los miles de soldados que se estaban apostando al otro lado de la muralla. La ciudad ya estaba prevenida contra los daxamitas, algo que alivió un poco a Sara, pero esta pronto se dio cuenta de que los daxamitas no eran lo único que que tenía a la gente de esa inmensa ciudad tan deprimida.

Cuando llegaron hasta las puertas de la Fotaleza Luthor, una patrulla de soldados de la Guardia Real salió a su encuentro. Ava se adelantó unos pasos para hablar con el cabecilla.

– Soy la Comodoro Ava Sharpe, de la Armada Real. Regreso de una misión con una prisionera muy importante –sacó se su bolsa un pergamino y se lo entregó al soldado –. La reina nos está esperando, solicito una audiencia con ella.

El soldado leyó el documento y se lo devolvió. Luego le dijo algo al oído a uno de los soldados que tenía más cerca y este entró a toda prisa en la fortaleza. Al rato salió acompañado por un Capitán, quién sonrió al ver a Ava, quién le devolvió el saludo, dando a entender que se conocían. Aún así, ambos guardaron las composturas.

– Buen trabajo, Comodoro Sharpe. Permítame ser el primero en felicitarla –le extendió la mano, la cual Ava le estrechó gustosa.

– Me gustaría ver a la reina cuanto antes –el Capitán se puso muy serio, lo que hizo que Ava frunciera el ceño – ¿Ocurre algo?

El Capitán se llevó a Ava un poco lejos del grupo para hablar con ella en privado. Desde donde estaba, Sara observaba la conversación. No podía escuchar lo que decían pero, por los gestos de Ava, no parecía nada bueno. Tras terminar de hablar, el Capitán entró dentro del castillo mientras Ava regresaba con los demás.

– ¿Ocurre algo? –le preguntó con los brazos en jarras.

Ava se apresuró a negar con la cabeza.

– Nada, nada... Son solo asuntos personales.

– ¿Cuándo nos dejarán entrar para ver a la reina? –preguntó Zari malhumorada sin obtener respuesta de Ava.

– Por mi le pueden dar a la reina –dijo Rory indiferente –. A mi llevadme a las bodegas, que dicen que son las más grandes del Continente.

– Tú siempre pensando en lo mismo –bromeó Ray.

Sara, por su parte, permaneció en silencio. No se había creído las palabras de Ava y aquello la inquietaba. Algo estaba pasando y presentía que no le iba a gustar. Disimuladamente, se puso a mirar en todas direcciones examinando la situación.

Al cabo de otro rato, el Capitán regresó portando una bolsa negra en la mano y se dirigió hacia Psi, quién se encontraba encadenada y custodiada por Rip y Gary. De la bolsa extrajo una piedra luminosa de color azul unida a una especie de collar de perro.

«¡Una piedra supresoria! –pensó Sara al verla.

El Capitán la colgó al cuello de la bruja y se volvió hacia Ava, haciéndole un gesto con la cabeza. Muy extrañada, Sara se volvió hacia Ava para pedirle explicaciones, encontrándose la hoja de la espada de esta sobre su garganta. Al instante, varios soldados de la Guardia Real surgieron a lo alto del muro y apuntaron a los piratas con ballestas mientras los soldados que había allí los rodearon y los apuntaron con sus lanzas.

– ¿Se puede saber que estás haciendo? –preguntó Sara tan furiosa como sorprendida.

Ava sonrió maliciosamente.

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