METRÓPOLIS

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Después del incidente con Rhea y el reproche de Anissa, el Consejo se produjo de forma normal, fijándose la estrategia a seguir para cuando llegara el ejército daxamita. Todos estaban dispuestos a luchar al día siguiente hasta el último aliento. Fuera de las murallas de la ciudad, J'onn encabezaría al Ejército Real, mientras que Alura, Bruce y Anissa comandarían a sus respectivos ejércitos. Sara y la tripulación de la Waverider también estarían fuera comandando una milicia de ciudadanos de Metrópolis que los piratas habían estado alistando por los bajos fondos de la ciudad por orden de Sara. Por su parte, Alex se encargaría de coordinar la defensa dentro de la ciudad, por si el enemigo traspasaba las murallas, al frente del V Ejército, la Guardia Real y la Guardia de la Ciudad.

Todos ellos estarían bajo el mando de Lena, quién estaba dispuesta a permanecer en la vanguardia de sus fuerzas en lugar de esconderse en la retaguardia. Para ello, había hecho que sacaran la espada que perteneció a Lorian el Conquistador y que los reyes Luthor habían ido heredando cuando subían al trono; aunque, los últimos reyes no llegaron a utilizarla y la tenían más como un objeto de museo. También hizo que le prepararan la armadura de Laura Corazón de Dragón, nieta de Lorian y la primera mujer que reinó en el Imperio Metropolitano.

Pese a que todo el mundo, incluso Kara, le pedían que no lo hiciera, Lena estaba dispuesta a salir a combatir pese a que, en el fondo, estaba aterrada porque sabía que era una batalla perdida. El ejército daxamita era demasiado grande y, aunque lograran contenerlo, finalmente les superarían y arrasarían con todo; como en National City, pero a mayor escala. Esto hacía que estuviera triste y, al finalizar el Consejo, pidió estar sola en sus aposentos, donde hizo que le llevaran algo de beber. Ni siquiera quería que Kara la acompañara, ya que no quería que la viera en aquel estado.

Muy seria, cabizbaja, con un brillo en los ojos y una copa de vino en la mano, Lena se sentó frente a una pequeña mesa donde había un viejo tablero de ajedrez. Empezó a jugar con sigo misma, que era lo que siempre hacía, ya que era la única forma de tener una partida larga, puesto que lograba vencer sin problemas a todos los que se habían enfrentado a ella. El único que lograba igualarla jugando al ajedrez era, por desgracia, su hermano.

Mientras jugaba, su cabeza no paraba de pensar en estrategias con las que vencer a una ejército tan enorme con las fuerzas que disponía, pero le era imposible. Finalmente, se desesperó y, frustrada, derribó todas las piezas de un manotón, haciéndolas caer al suelo.

– Ese ajedrez lleva generaciones en la familia.

Se volvió sobresaltada hacia el lugar de donde provenía aquella familiar voz. Lillian salió de unos de los rincones de la inmensa habitación con una maliciosa sonrisa. Lena se dispuso a gritar para avisar a la Guardia Real, pero la Reina Madre alzó una mano en señal de paz.

– Tranquila, sólo he venido a hablar. Si no te interesa lo que he venido a decir, puedes hacer que me arresten.

Lena la fulminó con la mirada.

– ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado?

– Conozco muy bien este castillo. Vivía en él antes de que tú nacieras o de que tu madre llegara para arrebatarme lo que era mío.

– ¿Ha eso has venido? ¿A regodearte ahora que Metrópolis está al borde del ocaso? –alzó una ceja – ¿O es que te has aliado con Rhea, al igual que Penelope Blossom, y vienes a tratar de convencerme para que me rinda?

– Para tu información, Penelope vino a proponerme aliarme con Rhea antes de que esta trajera su ejército al Continente. Su oferta era generosa, ya que me ofrecía el trono de Metrópolis. Pero sería a cambio de servirla y yo, ante todo, soy una humana y me niego a estar al servicio de los daxamitas. Este mundo pertenece a los humanos y así debe ser.

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