BOSQUES DE STARLING

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Sara y su tripulación, acompañados por Mia y varios miembros de su banda, caminaban por los bosques en dirección al territorio de los Deathstroke. A medida que caminaba, el aspecto del bosque se iba haciendo más lúgubre y, aunque fuera de día, parecía que era de noche ya que los árboles a penas dejaban entrar la luz del Sol.

– ¿Falta mucho? –preguntó Rory fastidioso – Hace dos horas que no pruebo el ron.

– ¡Cállate, Mick! –le ordenó Sara – El viaje ya es bastante malo como para que lo empeores con tus lloriqueos.

– Al menos, podríamos haber traído los huargos –dijo Charlie, igual de fastidiosa –. Iríamos más deprisa y no nos dolerían los píes.

– Ya os lo he dicho antes –intervino Mia –. Llevar los huargos lo tomarían como un ataque y se supone que vamos en son de paz.

– ¿Qué pasa? –se mofó Rory – ¿Tienen miedo de que los devoren?

– Si es así, no deberíamos haber traído también a la Capitana –se mofó Charlie y de nuevo el grupo estalló en carcajadas.

Sara resopló.

– Enhorabuena. Solo habéis tardado veinte minutos en sacar otra vez el tema.

De nuevo sonaron las carcajadas. Los únicos que no se reían seguían siendo Nate y Ava.

– Yo sigo sin verle la gracia –replicó Nate muy serio.

– No seas aguafiestas, Nate –le dijo Zari –. Solo estamos haciendo la caminata más agradable.

– ¿Incordiando a vuestra Capitana? –replicó Ava.

Zari soltó unas carcajadas antes de contestarla.

– Si a la Capitana le molestasen nuestras bromas, ya habría decapitado a uno de nosotros para hacernos callar a los demás.

Ava abrió mucho los ojos y miró a Rip.

– Está bromeando ¿No?

Rip optó por no contestar y mirar hacia otro lado.

– Solo una última pregunta, Capitana –dijo Ray – Te tomaste la molestia de cocinar al hechicero ¿No?

– Pues claro –respondió Sara –. Trinché el cuerpo con mi espada y luego asé la carne en una fogata ¿Qué esperabas? No soy un animal.

– En la cama si lo es –dijo Zari con una sonrisa picarona. Su comentario molestó mucho a Ava, que iba detrás de ella.

– Tuviste más suerte que yo –dijo Rory –. En aquella maldita isla no podíamos hacer fogatas, casi siempre estaba lloviendo y la madera siempre estaba mojada. Así que nos tuvimos que comer la carne cruda.

– Creo que voy a vomitar –dijo Gary asqueado.

– Pues no lo hagas estando yo cerca –dijo Constantine –. Ya me pusiste bastante perdido cuando te mareaste en el huargo.

Continuaron caminando hasta llegar a un pequeño riachuelo que cruzaba el bosque. Al otro lado se podía ver una estaca clavada al suelo sobre la que había colocada una capucha que parecía la de un verdugo, con la diferencia de que esta solo era negra por un lado, por el otro era de color naranja. En uno de los agujeros de los ojos había clavada una fecha.

– Ya hemos llegado –dijo Mia –. Este es el límite que separa nuestro territorio del suyo. En cuanto crucemos, no tardarán en descubrir que hemos estado en sus dominios –miro a Sara –. Más vale que ese plan que dices que tienes sea bueno.

Sara asintió y de su bolsa extrajo unas cadenas para las muñecas, las cuales mostró a una Mia sorprendida.

– Me entregarás a ellos como ofrenda de paz.

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