METRÓPOLIS

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Con lágrimas en los ojos, Sam trataba de asimilar lo que Lena acababa de decirle. Frente a ella, Lena, muy seria, trataba de no romper a llorar.

– No puede ser verdad lo que me estás diciendo...

Lena asintió.

– Lo siento, pero la decisión está tomada. Soy la reina y mi deber es proteger este Imperio y a sus ciudadanos.

– Debe haber alguna otra forma...

Lena negó con la cabeza.

– Lo siento, pero no la hay.

Sam no pudo evitar romper a llorar. Lena quiso abrazarse a ella y consolarla, pero a penas podía moverse del miedo a como iba a reaccionar la que era su Gran Consejera y su mejor amiga.

– Entiéndelo, Sam. Tengo un deber que cumplir.

– Pero.. pero... –trataba de decir Sam entre sollozos.

Lena sacó fuerzas para alzar una mano en señal de paz.

– Es lo mejor, Sam. Si la ciudad cae, todos seremos exterminados. Por eso os he dejado esa ruta de huida en los pasadizos de abajo para ti y para Ruby. Cuando vea que la batalla está perdida, enviaré a Alex para que os ayude a escapar y os acompañe en la huida. Con ella estaréis más protegidas. 

– Lo sé, Lena, acabas de decírmelo. Pero ¿por qué tú no puedes venir con nosotras? Eres la persona a la que más quiero en el mundo después de Ruby, no quiero que nos separemos. Y, mucho menos, que mueras ahí fuera.

– Soy la reina. Mi deber es estar ahí fuera, liderando a mis ejércitos y protegiendo a mi pueblo. 

– Vas hacia una muerte segura.

Lena asintió.

– Por lo menos, mi pueblo sabrá que morí luchando por ellos.

Sam corrió a abrazarse a ella.

– Maldita sea, por qué tienes que ser tan buena reina.

Las dos estuvieron un rato abrazándose hasta que se separaron y se quedaron mirando con lágrimas en los ojos. 

– ¿Qué le voy a decir a Ruby? Ella te adora.

– Por favor, no le digas la verdad hasta qué estéis bien lejos de aquí. Al principio, quería decírselo yo misma, pero no quiero que los últimos recuerdos que tenga de mi hermana sean tristes.

– Se le partirá el corazón...

– Lo sé, pero siempre queda la posibilidad de que ganemos la guerra y no tengáis que huir.

Sam sonrió con congoja.

– Ojalá yo tuviera tu optimismo.

Volvieron a abrazarse. Esta vez, en un abrazo más corto.

– Bueno, tengo que irme. Hay un asunto importante que tengo que atender. Discúlpate por mi con Ruby por no jugar con ella con los patos, cómo le he prometido.

– No té preocupes, le diré que te ha surgido un imprevisto, como siempre.

Se despidieron y Lena se largó por donde había venido mientras Sam no paraba de mirarla alejarse. Cuando la reina desapareció entre los árboles, se derrumbó en el suelo y rompió a llorar.

***

Lena llegó a sus aposentos. Aún faltaba media hora para su encuentro con Lillian. La decisión estaba tomada, jamás le entregaría a Ruby ni a ninguna otra niña; ni aunque esta fuera la hija de un campesino. No se iba a doblegar ante un chantaje de la Reina Madre. Sin embargo, aún no estaba todo perdido. Iba a conseguir que Lillian le diera el instrumento de la salvación y lo iba a hacer jugando a su mismo juego. Aunque, ella iba a emplear algo de ventaja.

RESURGENCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora