METRÓPOLIS

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La fiesta se había reanudado. Alex regresó a la mesa para poder seguir bebiendo, esa noche le apetecía de todo menos estar sobria. Kara la había estado acompañando, aunque su atención estaba más en la comida. No obstante, un grupo de invitados simpatizantes de los kryptonianos quisieron hablar con ella y se la llevaron a un corrillo de gente que la acribilló a preguntas, alejándola de Alex, quién seguía bebiendo sin darse cuenta de que Kara ya no estaba con ella. Por eso, cuando sintió una mano en su espalda llamando su atención, creyó que era Kara queriendo hablar con ella. Se giró al instante y casi deja caer la copa de vino cuando vio que quién tenía delante no era la kryptoniana. 

Sam Arias se encontraba, delante de ella, mirándola con aquellos hermosos ojos tan castaños como sus cabellos y con su rostro iluminado con aquella sonrisa que tanto le cautivaba.

– Quería agradecerte en persona lo que hiciste en el torneo. Hacía tiempo que nadie daba un espectáculo tan grande.

Alex estaba paralizada y boquiabierta. Al igual que las Sirenas embrujaban a los hombres, aquella mujer la tenía completamente embrujada. Aún así, pudo sacar fuerzas para hablar al tiempo que trataba de disimular con todas sus fuerzas su nerviosismo.

– No ha sido nada, excelencia. Solo hice lo que tenía que hacer.

– Créeme, has hecho mucho más que ganar un torneo y dar un espectáculo. El pueblo aún tiene muy reciente a Lex y su moral estaba por los suelos, al igual que la popularidad de la Corona. Los torneos son lo único que les da ánimos y, después de cómo habéis luchado tú y el Paladín Rojo, es como si la gente hubiera despertado y volvieran a sentir esperanza.

– Por desgracia, los torneos no resuelven los problemas por los que aún atraviesa el Imperio.

Sam asintió sin dejar de sonreír.

– Por supuesto, todavía quedan por sanar muchos de los daños que el Rey Loco ha provocado los últimos cinco años. Y, gracias a ese torneo, Lena tiene ahora un gran respaldo popular y lo tendrá más fácil para poner en marcha sus reformas –se puso un poco seria –. Ella quiere cambiar muchas cosas y va a haber mucha gente poderosa que va a intentar impedírselo. Todos los días temo por su seguridad.

– Tú crees en ella ¿verdad?

Sam asintió mientras recuperaba su sonrisa.

– No es solo mi reina, también es mi amiga. La conozco mejor, incluso, que su propia familia. A ella nunca le ha importado que sea una plebeya criada en una granja.

– Puedo preguntarte una cosa ¿Cómo terminaste aquí, al servicio de Lena?

– Cuando tenía 13 años, una plaga arrasó las cosechas y mató a la mayoría de los animales, por lo que la granjera que me crió ya no pudo mantenerme y tuve que venir a Metrópolis para trabajar como sirvienta. Cuando logré entrar en la Fortaleza Luthor, creí que había subido de nivel, pero aquello fue un infierno. Los miembros de la corte me trataban como basura, especialmente, la reina Lillian. La única que se portó bien conmigo fue Lena. No solo me protegía y me trataba como un ser humano, también me permitió acceder a los libros de la biblioteca real y así crecer como una mujer culta. Cuando el rey Lionel la reconoció, me convirtió en su dama de compañía y dejó que me educara con los maestres de la corte.

– Y ahora eres su Gran Consejera. Parece que ya intuía que terminaría cogiendo las riendas del Imperio y te estaba preparando para que la ayudaras.

Sam volvió a asentir.

– ¡Una chica lista y fuerte, una combinación letal! –ambas soltaron unas carcajadas antes de continuar –. Lena corrió un gran riesgo al nombrarme. Por muy preparada que estuviera para el cargo, las grandes casas no ven con buenos ojos que una plebeya ocupe este cargo. Cuando Lena me lo propuso, traté de disuadirla, pero no dio su brazo a torcer.

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