METRÓPOLIS

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Cubierta con una capa y una capucha, Maggie se adentró en aquellos peligrosos barrios del borde exterior donde, según le dijo Cat Grant, los Capitanes de la Guardia Real no eran muy bienvenidos. Anduvo por aquellas peligrosas calle escondiéndose en las sombras hasta llegar a su destino, La Rosa Negra. Por fuera, parecía una posada normal y corriente, pero pronto se dio cuenta de que el lugar estaba siendo vigilando desde varios puntos oscuros de la calle.

Si era un lugar donde nobles y miembros de la corte acudían buscando intimidad, estaba claro que no querían a nadie husmeando por allí. Debía andarse con mucho cuidado si quería entrar. Había oído historias sobre otros Capitanes que habían desaparecido mientras investigaban en el borde exterior y sus cuerpos aparecían días o semanas después, muchos de ellos con signos de tortura y abuso. 

Rodeó el edificio y se dirigió hacia un callejón al que daba la parte de atrás del edificio, buscando una forma de poder entrar. Había una puerta trasera, pero estaba bien cerrada. Junto a esta había una ventana, pero estaba protegida por unos barrotes. Sin embargo, un poco más arriba, había otra ventana sin barrotes que parecía abierta y lo suficientemente grande para alguien de su tamaño.

Estaba muy alto, pero en el callejón habían unas viejas cajas vacías. Rápidamente, comenzó a apilarlas bajo la ventana.

– Sabes lo que dicen que le hizo la curiosidad al gato... –sonó una burlona voz a sus espaldas.

Se dio la vuelta brúscamente y vio a cinco encapuchados dirigiéndose hacia ella. Dos de ellos se adelantaron, desenfundaron sus espadas y se lanzaron contra ella. Maggie desenfundó la suya y logró dar muerte a los dos encapuchados. Después se encaró con los otros tres, que se detuvieron a varios metros de ella.

– ¿Quién es el siguiente? –les dijo desafiante.

Sin embargo, los encapuchados no desenvainaron sus espadas. En lugar de eso, sacarón unas ballestas de debajo de sus ropas y la encañonaron con ellas.

– ¡Sorpresa! –dijo el encapuchado del centro con tono burlón –. Ahora, arroja tu espada y ven con nosotros.

Maggie no obedeció. Se mantuvo desafiante empuñando la espada. Prefería morir atravesada por las flechas a lo que fuera que esos mal nacidos le harían si la atrapaban con vida.

– Tú lo has querido

Se disponían a disparar cuando un cuchillo arrojadizo se clavó en el cuello del encapuchado del centro, sorprendiendo a los otros dos. Otros dos cuchillos se clavaron a la vez en el cuello de ambos antes de que les diera tiempo a reaccionar. Maggie se giró sorprendida y sonrió al ver a Kate frente a ella. Había sustituido su armadura negra por ropas de guerrera, también negras, una gran capa del mismo color, un antifaz y una peluca pelirroja parecida a la que llevaba en el yelmo de su armadura.

Corrió a abrazarse a ella y ambas se dieron un apasionado beso en los labios.

Corrió a abrazarse a ella y ambas se dieron un apasionado beso en los labios

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