METRÓPOLIS

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La guerra había terminado. El ejército daxamita yacía junto con su reina en el campo de batalla al otro lado de los muros de la ciudad mientras los maestres atendían a los soldados heridos del Ejército Real y los ejércitos aliados en varias carpas que habían sido levantadas tras la batalla.

Dentro de la ciudad, en la Fortaleza Luthor, Lena había reunido a los aliados en la sala del trono, a los que recibió sentada en el gran trono de piedra con Sam y J'onn a cada uno de los lados; la Gran Consejera en el lado derecho y el Gran Comandante en el lado izquierdo, como solía ser habitual.

– Quiero expresarles mi más sincero agradecimiento –comenzó a decir –, en mi nombre y en el de todos los ciudadanos de Metrólopolis y de este Imperio. Sabed que vuestra ayuda será muy bien recompensada y, de la misma manera que ustedes acudieron en ayuda de Metrópolis cuando esta necesitaba ayuda, Metrópolis también acudirá en ayuda vuestra cuando la necesitéis.

– Ya, eso me gustaría verlo –sonó la incrédula voz de Anissa.

Sam iba a decir algo, pero Lena la detuvo haciéndole una señal con la mano mientras miraba a la princesa sureña, quién se adelantó unos pasos.

– ¿Tenéis algo que objetar, princesa Anissa?

La princesa heredera de Freeland se adelantó unos pasos por delante del resto mientras miraba muy seria a la reina.

– No os molestéis por lo que digo, majestad, se que ayudaréis a vuestros aliados aquí, en el norte, pero no espero que enviéis ayuda al sur del Continente después de que nos habéis estado ignorando los últimos siglos.

Detrás de ella, Jennifer, que poco antes había intentado convencer a su hermana para que no dijera aquellas cosas en público, se llevó una mano a la frente mientras meneaba la cabeza.

– Así que no queremos escuchar más promesas vacías –continuó la princesa sureña con voz de reproche –. Hemos venido aquí y hemos cumplido. Ahora, nos gustaría regresar de nuevo a Freeland, donde tenemos mucho que hacer. Cómo combatir a los esclavistas que entran en nuestro territorio y se llevan a nuestra gente para venderla como si fuera ganado. Puede que esto suene a cosa del pasado aquí, en el norte, pero en el sur del Continente la esclavitud sigue estando muy de actualidad.

Durante unos segundos, hubo un silencio sepulcral. Todos esperaban inquietos cual iba a ser la reacción de la reina ante aquellas palabras de la princesa sureña. Inesperadamente, Lena sonrió.

– Esto quería decíroslo más adelante y en privado, princesa Anissa –comenzó a decir –, pero es mejor que os lo diga aquí y ahora. Vuestras palabras, cuando llegasteis aquí, no cayeron en saco roto. Puede que lo hubieran hecho si aún reinara alguno de mis antepasados más recientes, pero ahora la reina soy yo y sabed que mi mayor deseo es cambiar las cosas, tanto en el norte como en el sur. Es por ello que, cuando regreséis a Freeland, no lo haréis solas, sino en compañía de una de las flotas de mi armada con diez mil soldados a bordo que os ayudarán a combatir a los esclavistas.

Los ojos de Anissa se abrieron mucho.

– Espero que no estéis bromeando...

Lena negó con la cabeza.

– Para las bromas están los bufones y en mi corte no hay ninguno. Vos teníais razón, el norte no puede seguir indiferente ante lo que pasa en el sur y, mucho menos ante el problema de la esclavitud. Sabed también que los nobles metropolitanos que ahora se están lucrando con ella van a ser duramente reprendidos.

Desde uno de los extremos de la enorme sala, Andrea observaba y escuchaba aquello mientras dibujaba una ligera sonrisa. Le alegraba saber que Lena, por fin, estuviese alertada de las acciones de Maxwell Lord, Veronica Sinclaire y Morgan Edge y que fuera a tomar medidas contra ellos.

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