METRÓPOLIS

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El terrible día había llegado. Al poco de amanecer, el inmenso ejército daxamita hizo su aparición y, en poco tiempo, tuvo rodeada la ciudad y a los ejércitos que la defendían, los cuales esperaban  ante los grandes muros de la ciudad. 

Kara se encontraba montada sobre su caballo al frente del ejército kryptoniano. No pudo evitar impresionarse ante la visión de aquel inmenso ejército que parecía no tener fin y que hacía parecer pequeños al gran ejército metropolitano, comandado por J'onn J'onzz,  y a los ejércitos que lo respaldaban: el ejército Argo, que ella comandaba, el ejército de Gotham, comandado por Bruce Wayne, el ejército de Freeland, comandado por Anissa Pierce, y la milicia formada por habitantes de la ciudad que comandaban Sara Lance y sus piratas. 

La batalla iba a ser terrible pero, lo peor, era que no tenían posibilidades de ganarla. Puede que pudieran contenerles durante horas pero, al final, los daxamitas les terminarían pasando por encima y destruirían Metrópolis. Asustada, miró hacia atrás y contempló los grandes muros que rodeaban la ciudad, sobre los que había apostados miles de arqueros. Todos bajo el mando de Alex, que era la encargada de defender la ciudad si los daxamitas traspasaban las defensas. 

Por encima de las murallas podían verse las torres más altas de la Fortaleza Luthor. En una de ellas se encontraba Lena, quién se habían pasado toda la noche trabajando sin descanso junto a Winn en aquella caja y aún no había terminado de trabajar en ella, por lo que no había podido volver a verla desde que la noche antes ambas se despidieron con un gran beso en los labios y un fuerte abrazo.

Pensar que aquella pudiese ser la última vez que viese a Lena la estremecía. Que su amada lograse terminar de modificar la caja era la única posibilidad de ganar esa batalla y toda la guerra. Sin embargo, lo haría a un alto coste, ya que miles de daxamitas civiles iban a morir. Esperaba que su madre tuviera éxito subiendo a las Arcas el máximo número de daxamitas posible. Ella ya se encontraba en el Continente de las Esmeraldas junto con Mon-El quién, antes de irse, no paró en insistir en que ella se marchara con él y, ante su negativa, le pidió acostarse juntos y dejarla embarazada para tener así un hijo en común como recuerdo. Por suerte, su madre hizo de intermediaria, evitó que ella le diera una paliza y que él aceptara solo un beso de despedida que ella tuvo que darle haciendo de tripas corazón. El muy cabrón aprovechó para meterle la lengua hasta la campanilla. Por suerte, el saber que no iba a volver a verle más la tranquilizó.

Apartó aquellos desagradables recuerdos de su mente y volvió a pensar en Lena. Aunque su madre y Mon-El pudieran llenar las Arcas, muchos daxamitas se iban a quedar en tierra e iban a morir. Todas esas muertes iban a pesar en la conciencia de Lena, algo que ella quería evitar. Pero, solo había una forma de hacerlo.

Finalmente, Rhea hizo su aparición. Montada sobre su caballo y acompañada por sus aliados humanos, se colocó al frente de sus tropas y se adelantó unos pasos con intención de tener un diálogo antes de la batalla. Rhea estaba segura de su victoria, por lo que lo único que iba a hacer era pedir una vez más que se rindieran incondicionalmente. Aún así, J'onn fue a hablar con la reina daxamitas seguido por ella y los otros comandantes aliados.

– Os doy una última oportunidad. Rendíos ahora mismo y os dejaré vivir como mis siervos –dijo Rhea con aires de superioridad.

– ¡Eso jamás! –dijo J'onn desafiante – Hemos venido aquí a haceros frente. Abandonad este Continente ahora que estáis a tiempo u os echaremos de él.

La reina daxamita soltó unas carcajadas antes de mirarlos a todos con una maliciosa sonrisa.

– Eso debería decírmelo vuestra reina. A la que no veo aquí, por cierto.

– Estoy cumpliendo su voluntad –continuó J'onn –. Me ordenó que os hiciera frente y jamás rindiera sus ejércitos y eso es lo que haré.

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