NATIONAL CITY

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Lena se encontraba tumbada boca arriba en el centro de la enorme cama con la mirada fija en el techo. Se encontraba en aquellos aposentos que, por muy lujosos que fueran, para ella eran una celda. No podía salir, a menos que Rhea lo ordenase, y dos soldados daxamitas vigilaban la puerta día y noche. Si podía salir al balcón, pero lo único que veía era una ciudad medio destruida con las calles plagadas de cadáveres dejados a merced de los cuervos y, más allá de los muros, un inmenso ejército que rodeaba por completo toda la ciudad; con excepción de la parte que daba al mar.

Ese ejército estaba preparado para invadir su Imperio y era cuestión de tiempo que más ciudades sufrieran lo que había sufrido National City. Afortunadamente, Rhea había pospuesto la invasión hasta que sus asesinos volvieran con la cabeza de Imra y así poder celebrar la boda. Rhea había ofrecido una gran recompensa por la princesa titana y una recompensa aún mayor por Sara Lance; incluso ofreció pagar el doble a quién se la trajera con vida para, según ella, "enseñarle modales". Rhea estaba muy furiosa con esa pirata, ya que la había humillado delante de sus súbditos y sus aliados.

Aquello le estaba dando tiempo para no casarse con el hijo de Rhea. Sin embargo, aún seguía siendo su prisionera y aquello le angustiaba. Tenía que escapar de allí y regresar a Metrópolis. En aquellos momentos, su pueblo necesitaba más que nunca a su reina. Sam habría tomado el mando como regente, pero ella sola no iba a poder hacer frente a esa amenaza que no solo se cernía sobre el Imperio Metropolitano, también se cernía por todo el Continente, el cual estaba cerca de sufrir la misma suerte que el Continente de las Esmeraldas. Mucha gente iba a morir y, si Rhea lograba vencer, a los que sobrevivieran les esperaba una vida de esclavitud.

Todo aquello le angustiaba. Pero, había algo que le angustiaba mucho más, que era el no saber que había sido de Kara. Pensar en ella y mantener la esperanza de que viniera a rescatarla le daba fuerzas para aguantar en aquel infierno, pero pasaban los días y seguía sin saber nada de ella. Ni siquiera sabía si estaba viva o estaba muerta y aquello era lo que más le preocupaba.

Cuando escuchó la puerta abrirse, su corazón se encogió y todo su cuerpo se estremeció, ya que pensó que se trataba de Rhea, quién había vuelto otra vez en busca de diversión. Ya había recibido varias visitas suyas los días anteriores. Aún conservaba en su cuerpo los moratones y arañazos de la última vez.

Sin embargo, quién apareció tras la puerta fue Mon-El.

– ¿Qué haces tú aquí? –preguntó sobresaltada mientras se incorporaba en la cama.

El joven daxamita alzó las manos en señal de paz.

– Tranquila, vengo a ayudarte a escapar.

Lena frunció el ceño.

– ¿Ayudarme a escapar?

Mon-El asintió.

– Vengo a ayudarte, como hice con Imra. Mi madre ha tendido que viajar al otro continente a través del portal para hablar con los jefes de los clanes, por lo que los centinelas estarán más relajados. Debemos aprovechar este momento.

– Pero, estás traicionando a tu madre.

Él asintió.

– Lo sé.

Aunque dudosa, Lena se puso en píe y fue hacia él.

– Espero que sepas como salir de aquí.

Él volvió a asentir.

– Lo primero que hago cuando llegamos a una ciudad o un castillo diferente es buscar formas de salir sin ser visto para mis... escapadas nocturnas. Ya me entiendes.

Lena se apresuró a asentir, ya que conocía muy bien la libertina vida del príncipe daxamita.

– No necesito que entres en detalles.

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