Capítulo 29

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Capítulo 29

Al día siguiente nuestros turnos terminaron después del almuerzo, así que tras comer con Jessica me dirigí a la casa para hacer frente a la difícil situación que me acechaba desde hacía varios días.

Había pensado en pedir disculpas a Carlisle por mi actuación la pasada noche, ya que me comporté de una forma algo infantil e irracional cuando trataba de explicarse.

Una vez estuve en la casa, busqué al rubio incansablemente hasta que di con él en el desierto salón de la casa junto con Esme. Deduje que él había vuelto hacía poco rato, porque su maletín se encontraba en uno de los sillones. Iba a interrumpir, cuando la mujer comenzó a hablar de nuevo con ansiedad.

-No puedo aguantar esta situación más. Te amo, Carlisle. Nunca dejé de hacerlo, y cada día es mayor lo que siento por ti, sé que no me has olvidado, que aún me amas.

-Esme, yo... no te quiero como antes. Tienes que entender que las cosas han cambiado.

-¡No te creo! si no, demuéstramelo. –Dijo de forma seductora mientras se acercaba mucho más a él, quedando a escasos centímetros de su cuerpo. Una vez estuvo en esa posición, la vampiresa miró los ojos del hombre, y acto seguido, lo besó con lentitud y pasión, haciendo que mi corazón se encogiera hasta límites insospechados.

La presión que sentía en el pecho era tan fuerte que no podía resistir, observando como ambos se besaban, y Carlisle no hacía nada por evitarlo en el corto periodo de tiempo en el que mis ojos, atónitos, contemplaban la escena.

Me sentía impotente, traicionada, angustiada y tremendamente desilusionada mientras las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Antes de dejar que el peso de mi cuerpo cediera, salí corriendo hacia la habitación, donde recogí las llaves de mi coche. Enseguida salí con rapidez para ir a la salida de la casa, donde me encontré a Alice, quien regresaba.

-¿Nadine, qué ocurre? -Preguntó asustada, acercándose a mí para centrarse en mis ojos.

-Alice, se acabó. Acabo de verlos besándose, y Carlisle ni siquiera se separó.

-No puede ser... Carlisle no puede hacer algo así, es imposible. –Habló en voz baja, en un leve estado de shock.

-Es comprensible, siempre la quiso él también, confundió sus sentimientos, y no le culpo. Ella es más guapa, inteligente, pasional... es maravillosa. No me enfada que la siga amando, es algo que podía pasar, algo que siempre temí. No le guardo rencor.

-No entiendo nada, Nadine, no puedo creer esto.

-Me voy Alice, no digas nada, porque ni siquiera sería capaz de despedirme de él, me derrumbaría miserablemente; no soy lo bastante fuerte.

-¿Qué harás, dónde iras?

-Tranquila, estaré bien. Gracias por todo, Alice. –Dije mientras agarraba su blanca mano, fijando la mirada en la suya, llena de sinceridad y dolor, para después meterme en el coche y salir con rapidez de aquel lugar.

Conduje rápido sin dejar de llorar a lágrima viva, pero de forma silenciosa, escuchando el sonido de la radio mientras me alejaba de Forks sin poder evitar la imagen de ellos dos, las discusiones, momentos felices... Todo pensamiento causaba un gran vacío en mi corazón, provocándome un dolor insoportable y agónico.

Un gran abismo se cernía sobre mí al imaginar la vida sin él a partir de aquel momento. No podía visualizar un futuro, porque él era todo mi presente, mi mañana, mi vida completa, ahora totalmente truncada.

Tras varias horas de viaje llegué a la casa de mi hermana en pleno centro de San Francisco. Aparqué el coche tras un rato, y me dirigí hacia la puerta de la casa de esta, aún con lágrimas en los ojos que fui incapaz de eliminar.

-¡Nadine! ¿Qué estás haciendo aquí, qué ha pasado? –Dijo con voz apagada y sorprendida al abrir la puerta, y encontrarse con mi fantasmagórica imagen.

-Me he largado para siempre, él ama a Esme.

Traté de contener las lágrimas, pero estas volvieron a surgir con fuerza al recordar de nuevo, haciendo que el llanto se intensificara. No pude seguir hablando.

Mi hermana pasó uno de sus brazos por mis hombros, introduciéndome dentro de la casa mientras trataba de consolarme, perpleja por mis palabras.

Tras unas horas en las que le conté todo lo sucedido, y el gran pesar de mi ser, quedé dormida totalmente derrumbada, concediéndole a mi cuerpo y mente un descanso.


Desperté en mitad de la madrugada, aún en el salón de la casa, sola y en plena oscuridad.

En la parte de arriba se escuchaban unas voces bastante elevadas para las horas que eran; sonidos de disputa y discusión, los cuales me hicieron levantarme extrañada, y dirigirme al foco del sonido de forma cautelosa.

Encontré la puerta del cuarto de Amanda medio abierta. En el interior de la sala, la luz estaba encendida y mi hermana discutía de forma acalorada con un hombre, que supuse que sería su nuevo novio.

Él se comportaba de una forma muy agresiva, chillando desesperado y amenazante con cada gesto de su cuerpo mientras la rubia, achantada, intentaba hacerle frente como podía. Aún así, el miedo se reflejaba en cada facción y en la rigidez de su cuerpo. Presté atención a la conversación, preparada para intervenir.

-¿¡Quién es ese tío que te ha llamado!

-Es el novio de mi hermana, estaba preocupado.

-¿Y por qué coño tiene que llamarte a ti? ¡¿No me mientas y dime quién es¡ -Gritó de forma ruda, acercándose a ella y agarrando violentamente su brazo. No pude aguantar un minuto más y entré con rapidez, exigiendo que la soltara, encarando a aquel idiota.

-Nadine, vete. Esto no es asunto tuyo. –Dijo Amanda, intentando recomponerse sin mucho éxito.

-Claro que lo es, eres mi hermana y no voy a consentir que este tío te trate así.

-Mucho cuidado con lo que dices, no vaya a ser que quedes mal parada.

-Estoy deseándolo. No te tengo miedo. –Hablé con firmeza, observando sus ojos rabiosos con el corazón acelerado. Sorprendentemente no sentía miedo, sólo rabia.

-Lárgate antes de que te arrepientas. O mejor, podrías llamar a tu novio y ver qué tal le va follándose a su amiguita mientras tu lloriqueas por los pasillos. Totalmente patético.

-¡Richard, déjalo ya, ¿vale?! –Gritó Amanda, posicionándose unos pasos por delante, enfadada.

-¡No te atrevas a gritarme, puta!

El moreno avanzó con rabia directo a pegar a la mujer, cuando yo me puse delante de esta, apartándola y recibiendo en su lugar un violento empujón que me empotró contra uno de los muebles de madera de la habitación, haciendo que me golpeara con fiereza el costado izquierdo, dejándome durante unos minutos tremendamente dolorida y apoyada contra la pared.

La rubia comenzó a gritarle desesperada y furiosa que se largara, que su relación acababa de finalizar en aquel preciso instante, que recogiera sus cosas y saliera de allí lo más rápido que pudiera para no volver jamás. El hombre ni siquiera se lo pensó dos veces, tomó sus pocas pertenencias, y en menos de media hora, desapareció de allí con un gran portazo tras dedicarnos nuevas lindezas en un colérico tono.

-¿Cómo estás? Lo siento mucho, de verdad. –Habló Amanda mientras entraba en el salón con una bolsa de hielos para mi gran hinchazón.

-Tranquila, esto sólo será un moratón. ¿Alguna vez te pegó? -Cambié de tema, centrándome en sus ojos para hallar la verdad.

-No. Siempre discutíamos de esta forma, pero nunca llegó a tocarme. Y nunca más tendrás que preocuparte por ello.

-Eres muy valiente, hermana.

-No tanto como tú; gracias.

Tras sus palabras, nos fundimos en un intenso abrazo durante varios minutos, hasta que ambas decidimos volver a la cama al relajarnos, y olvidar aquel terrible episodio para siempre.

Una nueva esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora