Capítulo 50

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Capítulo 50

Días después, las cosas comenzaron a complicarse más si cabía, ya que el niño seguía creciendo y los dolores eran insoportables. 

Los moratones cubrían prácticamente todo mi vientre, el cual había crecido un poco más cuando creía que era de todo punto imposible. Pero la cosa no acababa ahí, la debilidad había vuelto debido al gran peso del niño y a sus fuertes golpes. Aún con aquel panorama me encontraba feliz, y menos temerosa de lo que creía que estaría; lógicamente se debía a que podía hablar con Albert, con mi hijo ni siquiera nacido. Al pensar en ello no sentía miedo por mí, sólo porque él estuviera bien.

Carlisle adelantó sus vacaciones en el hospital para estar conmigo a todas horas en la recta final del embarazo, ya que el parto estaba al caer, tanto, que no sabíamos en qué momento se podía producir, y lógicamente él lo llevaría. Así pues, no podía moverse de la casa.

Cada día que pasaba mi estado empeoraba, y con él, también el rubio, quien se encontraba inquieto y asustado. Lo podía ver claramente en sus ojos nerviosos, llenos de incertidumbre, en las facciones ahora rígidas de su rostro, en alerta total. Nunca lo había visto de ese modo, tan vulnerable. Eso también me asustaba, y sobre todo me ponía nerviosa.

Pasaba la mayor parte del mi tiempo en el gran salón bebiendo sangre constantemente, pero cada vez me sentía más débil y adelgazaba más. Incluso el color volvía a desaparecer de mi piel, nuevamente pálida y enfermiza.

El anochecer estaba cubriendo el paisaje, una de las tardes en las cuales me encontraba en la sala–quirófano que Carlisle había improvisado al enterarnos de la noticia, mientras el rubio me realizaba pruebas básicas para seguir mi triste estado, y como no, radiografías para observar la evolución de las costillas, las cuales me dolían más que nunca; el bebé había crecido más, y cada movimiento que realizaba era una tortura para mí. La prueba no reveló nuevas fracturas, pero sí que estaban desplazándose de su lugar original. Oh sí, dolía bastante.

Carlisle las miraba atentamente mientras me informaba de lo que veía con un murmullo, para después descolgarlas de la pantalla lumínica y dejarlas sobre la mesa, dirigiéndose a mí, extremadamente serio.

-¿Qué ocurre? –Pregunté asustada, estudiando su cara.

-Temo por tu corazón. Si el niño sigue creciendo comenzará a aplastar el diafragma, subiéndolo hacia arriba cada vez más, y te asfixiarás. Tu corazón no recibirá la suficiente sangre ni oxígeno, y se colapsará antes de que puedas ahogarte.

-Ya queda muy poco, podré aguantar. Ayúdame a levantarme.

Él fue directo a cogerme en sus brazos sin medir más palabras, pero le detuve diciéndole que me dejará intentarlo, por lo cual, me agarré el vientre con una mano mientras con la otra me apoyaba en la camilla. Instantes después de comenzar mi odisea, un fuerte dolor me hizo doblarme hacia delante, haciendo que mis piernas temblaran, dejando de responderme. Carlisle velozmente me sujetó, evitando que cayese al suelo.

Susurré un gracias jadeante por el dolor y el esfuerzo, acto seguido, pasando a agarrar su mano para incorporarme, rozando su anillo, y entonces pasó algo extrañísimo; me transporté como a otra dimensión, dejando de sentir y observar lo que ocurría en la habitación.

Estaba sufriendo una visión en la que podía vislumbrar como un espectador en el cine una película; la mía era en un tiempo pasado, lo sabía por las vestimentas antiguas de la gente, por la arquitectura de aquella calle sin asfaltar, ni nada parecido. Después de aquello, vertiginosamente viajé al castillo de los Vulturi, donde vi al trío junto con el rubio, vestidos igualmente, de forma anticuada. Aro se acercó a Carlisle, sacando el anillo del bolsillo y entregándoselo con una pequeña sonrisa, diciéndole:

-Ahora tú mismo formarás tu propio aquelarre.

-Gracias, Aro.

De repente todo se volvió oscuro y volví en mí, observando atónita la estancia, con miedo y el corazón frenético. El rubio me preguntaba con insistencia qué me ocurría, pero no pude contestarle, ya que comenzó a faltarme el aire, y dejé de sentir.


Abrí los ojos con lentitud, sintiéndome muy cansada. Tenía la mascarilla de oxígeno puesta, y sólo recordaba aquella visión extraña de la historia del anillo de mi marido. Intenté quitarme el chisme de la cara cuando el rubio se posicionó a mi lado, realizando la acción con rapidez.

-¿Qué ha pasado? –Pregunté, intentando incorporarme, pero tras sentir fuertes dolores desistí con un quejido.

-Has sufrido un paro cardiorrespiratorio. -Me miró fijamente, suspirando al terminar la frase, para después de unos segundos volver a hablar con seriedad. -Nadine, debemos sacarlo ya o morirás en unos días.

-Pero... –Traté de hablar cuando él me cortó tajantemente, algo alterado.

-No, Nadine, no podemos esperar. Si no sale por sí mismo en 3 días como mucho, te operaré. Recuerda que prometiste que me dejarías salvarte sin conversión.

-No a costa de arriesgar la vida de nuestro hijo. –Mis palabras se ahogaron en mi garganta al final de la frase, sintiendo como las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Noté como Albert se revolvía en mi interior.

-El niño estará bien, estoy trabajando mucho en todo esto, y estoy casi seguro de que no le pasará nada; él está listo.

Sus palabras me tranquilizaron, y su tono volvió a la normal dulzura que le caracterizaba. Me tomó en brazos sin el mínimo atisbo de esfuerzo en su cuerpo, y me abrazó con amor, para después dejarme con suma delicadeza en el suelo. Después continuó hablando a ceño fruncido.

-¿Qué ocurrió antes de que te desmayases? Estabas consciente pero no me respondías, parecías... ausente.

Observé su rostro con susto, recordando lo sucedido, pero antes de hablar agarré su mano y toqué el anillo con expectación y algo de miedo, pero no ocurrió nada. Volví a centrarme en sus ojos, hablándole de forma ausente, mientras pensaba en lo ocurrido.

-No sé qué pasó, pero toqué tu anillo y como si viera una película, vi Volterra en el pasado. Parecía el Renacimiento, el Barroco... o algo así. Te vi a ti, a todos ellos, pero Aro te entregaba el anillo y te decía que ya podrías formas un aquelarre, o algo parecido. –La cara de Carlisle cambió rápidamente de la preocupación a la sorpresa, y a la incomprensión.

-¿Cómo es posible? –dijo más para sí que para mí–. Nadine, eso pasó exactamente así, y yo no te lo había contado. Has tenido una visión del pasado, pero no sé por qué, ni cómo es posible.

-Me temo que tendremos que llamar a Eric.

-Sí, aunque supongo que vendrá mañana de todos modos. Le llamaré para asegurarme, pero tú deberías tratar de dormir algo, es tarde.

-Lo intentaré por lo menos.

Dibujé una pequeña sonrisa en respuesta a la del hombre, para después dejarme llevar en sus brazos hacia la habitación, donde me depositó con suma delicadeza en la amplia cama. Acto seguido, marcó el teléfono del vikingo y comenzó a hablar con él mientras yo me acurrucaba, intentando hallar una posición cómoda para dormir, sin parar de pensar en aquella visión tan extraña que había tenido, en qué podría ser aquello, y por qué la había sufrido.

Entre tantos pensamientos y preguntas sin respuesta, al final quedé dormida.

¡Muchas gracias a todo el que lo lea!

Una nueva esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora