Capítulo 80

141 12 4
                                    

Capítulo 80

Tras un par de días, el dolor aún era intenso e inaguantable.

Había pasado cuatro días encerrada en la habitación que Eric me había cedido, apenas sin moverme de la cama. Ni siquiera había visto a mi hijo, cosa que hacía que me sintiera aún peor de lo que estaba, pero realmente no creía que fuera la mejor circunstancia. Aún así, el quinto día no pude soportarlo más y llamé a Rosalie para que lo trajera a casa de Eric, y así poder verlo. La vampiresa aceptó, con lo cual decidí que era el momento de salir de la cama y tratar de aparentar por el bien del niño.

Traté de ocultar con algo de maquillaje mi horrible aspecto, aunque conseguí poco. Me vestí y me peiné, para después ensayar ante el espejo algunas sonrisas falsas, tratando de vaciar mi mente de todo el problema. Cuando el timbre sonó, salí rápidamente hacía la puerta, ansiosa.

-¡Hola, cariño! ¿Cómo estás? –Dije con alegría a la vez que abrazaba al pequeño fuertemente, y él me respondía de igual forma. –Gracias por todo esto, Rosalie.

-No tiene importancia, tranquila. ¿No está Eric?

-No, estamos solos. Pasad. ¿Qué tal te va todo? ¿Van bien las clases? –Le pregunté al niño mientras caminábamos hacia el salón.

-Sí, estoy mejorando ahora que he conseguido no escuchar a esos imbéciles.

-Cuánto me alegro, cielo. -Respondí acariciándole el pelo rubio.

-¿Cuándo vas a hacer las paces con papá? ¿No vas a volver nunca a casa?

Instintivamente miré a Rosalie. Ella me devolvió la mirada con un deje de tristeza al ver que intentaba desesperadamente fijar mis ojos en los de mi hijo sin llorar para responderle.

-Cariño, verás... no creo que vaya a volver a estar con papá. Tú podrás vivir con quien quieras, y nos verás a todos a diario. A ti no tiene por qué afectarte, ¿vale?

-Desde que te has ido parece otro. Ha pedido vacaciones y se pasa el día encerrado en su despacho, ni siquiera caza. Piensa que no tiene sentido seguir viviendo, y quiere morirse por haberte hecho daño.

No pude evitar que mis ojos se anegaran en lágrimas y fluyeran, con lo que rápidamente volteé la cabeza para evitar que Albert me viera. Gracias al cielo que Rosalie estaba allí.

-Oye, tengo que hablar con tu madre, ¿vale? ¿Por qué no vas a fisgar entre los libros de Eric? Tiene algunos muy antiguos. –Dijo la vampiresa con una bonita sonrisa, haciendo que Albert, triste y afectado, asintiera entendiendo que sobraba en aquel momento. Cuando se fue la rubia habló en un tono lúgubre. –Lo llevas fatal, ¿no?

-No te lo imaginas. ¿Es cierto lo que ha dicho sobre Carlisle? –Pregunté sin poder evitarlo tras un brevísimo silencio.

-Sí, está irreconocible. No quiere ver a nadie, sólo a Albert de vez en cuando. Desde hace una semana no caza... va a volverse loco, y por eso no creo que todo sea tan simple. ¿Y si esa zorra le obligó de algún modo? Nadine, lo conoces, todos lo hacemos; es imposible que se haya acostado con ella sin más.

-Lo sé, a mí también me parece raro, pero si lo hubieras visto... Dios mío. –Sollocé cubriendo mi rostro con mis manos, desmoronándome. Enseguida sentí como la mujer apoyaba una mano en mi espalda.

-Tranquila, vamos a descubrir la verdad.

La puerta de la calle se escuchó, y ambas de inmediato miramos hacia delante esperando contemplar a Eric, pero nos quedamos enormemente sorprendidas cuando en vez de al vikingo encontramos a Inga con aquella triunfante sonrisa que tanto odiaba. Sentí como el asco y la ira comenzaba a hervir mi sangre.

-Vaya, Nadine. ¡Qué mal te sienta perder! ¿eh? –habló riendo mientras me miraba con superioridad. -Sé que nos viste en la consulta. Te dije que ganaría, pero es normal, sólo hay que mirarnos a ambas. Tu tiempo bueno ya está pasando, y él es un hombre perfecto que necesita a una mujer que pueda comparársele. No te preocupes, le haré muy feliz.

-¿Qué le hiciste para que lo hiciera? –Preguntó malhumorada Rosalie, manteniéndose a mi lado de una forma protectora, fulminándola con la mirada.

-No se ha podido resistir a mis encantos, eso es todo. Como en los viejos tiempos.

-Mientes, y todos lo sabemos. Él no recuerda nada de eso, ¿algo sospechoso, no? Vamos a descubrirte y haremos que Eric te prohíba pisar estas tierras.

-Ten cuidado, guapa: Eric es mi creador, él estará de mi lado. ¿Algo más o ya puedo irme a buscar a Carlisle? –Preguntó con un tono provocativo mientras me miraba con una sonrisa satisfactoria.

Entonces no pude contenerme más. Todo el odio explotó en mi interior y me abalancé sobre ella propinándole un puñetazo que no hizo más que herirme la mano enormemente, pero aún así, no paré e intenté clavarle un abrecartas cercano, que reposaba en una mesa central de la estancia.

Inga me agarró de la mano herida y la retorció hasta que un feo sonido me alertó de que me había roto algo, después me agarró del cuello mientras me insultaba en un idioma desconocido.

-¡No te atrevas a tocarla! –Gritó Rosalie atacando a la mujer y lanzándola contra el otro lado de la sala. No obstante, la rubia se incorporó antes de caer y agarró a la joven del cuello, apretando tanto que una grieta se produjo en su piel.

-¡Tengo mil años más que tú, zorra! ¡Podría matarte ahora mismo!

Albert apareció en ese momento en la estancia alertado por los gritos, y rápidamente corrió hacia su tía mientras yo gritaba que soltará a Rosalie e intentaba atrapar al niño, pues a saber qué sería capaz de hacerle esa mujer.

-¡Inga, suéltala ahora mismo! –Exigió Eric con los colmillos extendidos, visiblemente enfadado mientras Carlisle contemplaba con horror la escena junto a él.

Ambos acababan de llegar y ninguna nos habíamos percatado de ello. Sentí como mi corazón comenzaba a latir frenético al contemplar a Carlisle, vislumbrando al instante la decrepitud de la que me habían hablado.

La vampiresa soltó con indignación a Rosalie y miró fijamente a su creador durante unos segundos, para después salir del lugar a velocidad vertiginosa, cerrando con un portazo tan fuerte que algunos de los cuadros del pasillo se cayeran y el cristal de sus marcos se hicieran añicos.

-¡¿Estás bien?¡ -Me preguntó la rubia, ya recuperada, mientras mi hijo también se acercaba rápidamente.

-Sí, no es nada. –Hablé entre gemidos de dolor para tratar de no alertar a Albert, aunque mis lágrimas no paraban de resbalar y manchar el suelo.

-Rosalie, Albert. Contadme que ha pasado mientras Carlisle la examina.

Quedé sorprendida ante ese comentario, pero nadie rechistó, con lo cual Carlisle y yo nos quedamos solos en la gran estancia. Lentamente se acercó hasta mí y me ayudó a levantarme del suelo con cuidado. Evité con todas mis fuerzas sus ojos negros como el carbón, llorando.

-¿Puedo tocarte? –Preguntó con hilo de voz mientras me miraba fijamente con el rostro lleno de tristeza. Yo asentí aún sollozando, tendiendo la mano lentamente, temblorosa. –Te ha roto el meñique y el metacarpiano. Parece que te ha hecho un esguince en la muñeca también.

Notaba el frío en mi carne con cada uno de sus roces, y no pude evitar echarlo de menos profundamente. No era capaz de contener el llanto al sentirlo tan cerca pero a la vez tan lejos, ni sentir un profundo dolor al poder casi palpar su tristeza.

-Tendrás que ir al hospital, necesitaras una escayola y una radiografía. Siento que estés sufriendo tanto, jamás me lo perdonaré. Quizás hubiera sido mejor que nunca me hubieras conocido. –Susurró entrecortadamente, como si estuviese a punto de llorar, totalmente arrepentido y triste. Se dio la vuelta para alejarse, pero instintivamente agarré su brazo, haciendo que se detuviera y se diera la vuelta.

-Conocerte es lo único que ha valido la pena en mi vida. Me has dado todo lo que amo. –Le dije de forma sincera, contemplando fijamente sus ojos tristes por primera vez. En un breve instante ambos nos acercábamos el uno al otro, y segundos después terminamos besándonos de forma lenta, lo que hizo que de pronto me sintiera mucho mejor.

¡Muchas gracias a todos!

Una nueva esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora