Capítulo 37

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No estaba seguro de cuánto tiempo me había quedado de pie, pero cuando quise por fin moverme sentí las piernas algo entumecidas.

Suspiré y aun así me obligué a caminar hacia la cama con la mente en blanco.

Al llegar, solo me recosté mirando al techo.

John tenía razón.

Había preferido herirlo a solo decirle la verdad, pero había sido lo mejor. Sabía que él no merecía ser herido por nadie, y mucho menos por mi, pero era necesario para que se alejara.

Por un momento pensé en que tal vez había cometido un error. Aún así de nada valía arrepentirse, porque ya estaba hecho, y las palabras dichas no pueden ser borradas.

Busqué con la mirada al semi pato, encontrándolo de inmediato. Halé de él, llevándolo a mi pecho y sintiendo cómo unas pesadas lágrimas rodaban por mis mejillas.

John merecía lo mejor, y yo definitivamente no lo era.

Mientras él siguiera adelante y se recuperara de esto, entonces todo estaría bien.

Con esa idea en mi cabeza cerré los ojos, esperando poder dormir.

Cuando desperté, estaba todo claro.

Suspiré y sentí las feromonas de John claramente, lo cual me sorprendió. Giré hacia las sábanas, y era de ahí de donde provenían, así que las tomé, pegando mi rostro en ellas, para luego dejarlas de lado y tomar mi teléfono por la hora.

Aun eran las seis de la mañana, así que tenía tiempo para decidir si iba a la cafetería a trabajar o a renunciar.

El pedido de John había sido que me quedara con ellos, pero eso en verdad sería difícil. No podría soportar verlo cada día, porque así nada cambiaría.

Aun así, no podía dejarlos de la noche a la mañana.

Me quedé recostado por un buen rato hasta que decidí levantarme y darme una ducha.

En cuanto entré a la cafetería, por primera vez desde que volvió del extranjero, John no estaba por ninguna parte.

De inmediato Dalia apareció a mi lado e intenté sonreírle, aunque eso provocó que su sonrisa se borrara, mirándome confundida.

- Hola, ¿todo bien?

Asentí hacia ella, apartando la vista hacia los dueños que estaban tras el mostrador, uno lavando las tazas y el otro secándolas.

- Hola. – Saludé un poco tarde.

Los dueños voltearon a verme y me saludaron, mostrándome una sonrisa algo preocupada.

- Querido, ¡llegaste! – Me saludó la omega, intentando sonar animada.

- Buenos días. – Respondí.

El dueño solo asintió hacia mí con una sonrisa.

Suspiré, dándoles una última sonrisa para ir hacia los casilleros por mi delantal.

- John se fue. – Declaró el omega de pronto.

- ... ¿Qué? – Volteé rápidamente hacia ella, que se apoyaba en el marco de la entrada. Tenía una media sonrisa mientras me observaba.

- Dijo que atendería unos asuntos en Corea un tiempo. Seguramente pasó algo con ese negocio que había abierto.

- Ese chico. – Agregó su padre desde afuera. – Siempre hace lo que quiere. Ni siquiera nos avisó con antelación.

Así que se fue.

Seguramente a eso se había referido con darme algo de espacio.

Agaché la mirada, sabiendo que había sido por mi culpa.

Predestinados (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora