Capítulo 38

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Abrí los ojos pesadamente, no queriendo realmente hacerlo.

Suspiré mientras veía el techo con la mente en blanco. Me puse de lado, tomando el semi pato entre mis brazos y quedándome en la cama.

Navidad había sido hacía un par de días, y ahora ya era la víspera de año nuevo. No había regresado al café desde el día en que dejé de trabajar ahí, solo quedándome en casa sin hacer mucho.

Era domingo, así que hubiera sido mi día libre si siguiera trabajando en el café, solo que desde ahora todos los días lo eran.

Sabía que debería comenzar a buscar otro trabajo, pero por ahora solo estaba con el dinero que me habían dado en el café, aunque en algún momento se acabaría.

Aun así, me apetecía solo descansar un poco más y quedarme en el apartamento sin pensar en mucho.

De pronto oí el timbre y cerré los ojos, no queriendo levantarme.

Cuando volvió a sonar me levanté de la cama con toda la flojera del mundo, yendo hacia la puerta y fijándome por la mirilla, aunque ya sabía quién era.

Dalia estaba viendo hacia abajo, probablemente con su teléfono.

En cuanto lo alzó colocándolo en su oreja, supe que había atinado. El mío comenzó a sonar de inmediato y sonreí ligeramente.

Era su patrón cada vez que venía.

Abrí la puerta y colgó de inmediato, pasando la vista por mi.

- Vaya, no sé por qué no me sorprende verte en pijama a esta hora. – Se cruzó de brazos, aun mirándome. – En fin, feliz víspera de año nuevo. – Canturreó, pasando de frente y entrando al apartamento.

Se dirigió directo a la habitación, sentándose en la cama.

- Feliz víspera – Repetí. – ¿Qué haces aquí? – Pregunté al alcanzarla, pero quedándome de pie viendo cómo se sacaba las zapatillas y se sentaba de piernas cruzadas.

Prácticamente había venido cada día, pero como era víspera de año nuevo creí que estaría en casa con su familia o pasando el rato con sus amigos universitarios.

Dalia tomó al semi pato y lo acarició como si fuera un animalito.

- Es casi año nuevo, y así como vine en Navidad porque aquí otros no van a visitar, pues vine. 

- Bueno, no sé donde vives, y si avisaras antes de venir cada vez, te lo agradecería. – Dije, acercándome y sentándome a su lado.

Cada vez le repetía lo mismo, pero ya comenzaba a acostumbrarme a eso.

Hizo un puchero, inclinándose levemente a mi.

- Pues pídeme la dirección si no sabes. – Golpeó mi frente con el dedo, empujándome hacia atrás ligeramente. – Y además me preocupas, ¿sabes? No sé qué comes, qué hiciste en navidad, qué-

- Viniste para Navidad. – La corté. – Incluso te di un regalo.

No quería sentirme tan deprimido, así que me había pasado todo el veinticuatro buscando regalos para todos, aunque al final solo les entregué a Dalia y a Steve.

Rodó los ojos.

- Sí, sí, incluso quisiste que entregara los otros. – Hizo un ademán con la mano. – No soy tu recadera, y aunque acepté entregarle a David, que ni idea de por qué le compraste algo, los otros debes entregarlos tú mismo, ¿bien?

Aparté la mirada, sabiendo que tenía razón. Tenía obsequios para los dueños, e incluso había comprado una chalina para John que era más suave que el peluche que me dio, aunque obviamente nunca se la entregaría.

Predestinados (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora