31. Ji-Eun

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Había pasado la tarde con Eunwoo en la antigua pizzería donde solía hacer de repartidor. Ese pequeño lugar se había convertido en su segundo hogar por el tiempo en el que se había mantenido ahí antes de comenzar con lo de Uranio. Había tomado el trabajo no por necesidad, sino porque se negaba a gastar un solo centavo de la tarjeta que su madre le había entregado cuando decidió irse de casa.

En fin, solo así había logrado mantenerse a raya hasta antes de la presentación de esta noche. Su convicción de no tomar nada de sus padres seguía siendo algo que planeaba cumplir a raja tabla, así que no podía permitirse perder su empleo en Uranio, menos ahora que ya no podía contar con Jongin.

Se despide de Eunwoo, mientras enciende un cigarrillo para intoxicarse y olvidar el recuerdo de su hermano, que lo perseguía desde aquel día en el que le había pedido que se quede en casa de sus padres y él se había negado. Luego de un corto saludo al personal de seguridad, ingresa al local. El ambiente festivo inunda sus oídos. En automático se dirige hacia el backstage y la gente que lo ve ingresar suelta un suspiro pesado de manera colectiva. A esas alturas, ya nadie esperaba que llegara a tiempo.

No está conectado con el resto. El tiempo ha pasado de una manera extraña. Cuando termina de cantar y tocar, se dirige hacia el patio de Uranio, que, a esas horas de la noche, era un campo de batalla bastante tranquilo.

– Jungkook, el alcohol no hará que las cosas mejoren –Hoseok se acomoda a su lado y lo mira con preocupación–

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– Jungkook, el alcohol no hará que las cosas mejoren –Hoseok se acomoda a su lado y lo mira con preocupación–. Jongin...

Jungkook suelta una risa burlona–. Lo que sea que te haya contado Jongin no me interesa –suspira con cansancio–. Estoy harto de todas sus excusas de mierda, ¿sabes?

– Tu hermano solo quiere lo mejor para...

– ¿Déjame adivinar? –el pelinegro lo interrumpe, conteniendo todo el enojo que comienza a apoderarse de su mente­– ¿Para mí? No, Hoseok, no soy un imbécil.

Hoseok suspira y solo atina a darle un apretón en el hombro.

– Lo que sea, cuando quieras hablar, aquí estaré –dice, antes de dejarlo solo nuevamente.

– ¿Eres así de idiota todo el tiempo o solo de vez en cuando?

Jungkook se detiene a medio proceso de encender otro cigarrillo y voltea, encontrándose con una muchacha, cuyo rostro está cubierto de pecas que logran resaltar incluso bajo las luces que adornan el patio de Uranio. Cuando encuentra sus ojos, ella sonríe con aire sarcástico.

– Supongo que lo soy todo el tiempo –dice, terminando de encender su cigarrillo.

– Eso es bueno, porque entonces somos dos –la chica le extiende la mano y Jungkook la toma, algo confundido, pero divertido–. Ji-Eun. Trabajaremos juntos aquí –cuando él la mira extrañado, ella suelta una carcajada–. No te voy a reemplazar, tranquilo, solo me encargaré del equipo de sonido.

Jungkook sonríe y, solo cuando ella lo hace también, es consciente de que es la primera vez en un buen tiempo que ha sonreído sin sentirse presionado y sin preocupaciones.

– Un gusto, Ji-Eun. Soy Jungkook, pero creo que eso ya lo sabes –le ofrece una lata de cerveza.

Ella abre la lata y, tras tomar un sorbo, vuelve a mirarle–. Un gusto, Jungkook.

El chico de la bufanda lila (taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora