CAPITULO LXXII

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"afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado, y apetece gozarlo"
- amor... días antes

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Le di un beso en los labios mientras subía y bajaba, estábamos follando como locas pero eso que importaba, la tenía a ella. Cada gemido que sacaba de entre sus labios y el cabello revuelto lo valía. Me acostó de manera brusca en la cama y subió mis brazos a mi cabeza. Sus labios, sus preciosos labios, estaban en mi boca y luego de mi boca a mis senos como si de eso le fuera la vida, en cualquier momento dejaría yo de respirar y es que ya no podía. Estaba agonizando, estaba siendo tan placentero y era como todas las veces. Tan sedientas, tan anhelante. Se siguió moviendo un poco más hasta que ya no pudimos y venimos casi al unísono.

Me sigue retumbando en la cabeza el último gemido, largo, con los ojos cerrados mientras intentaba seguir y contraia las piernas, hacia con la boca una "o" perfecta, estaba arriba, era la misma diosa que sabía lo que hacía, tocaba sus tetas y sonreía plácida de lo que acababa de lograr.

Le tiré del cabello para atraerla a mi y besar sus labios, yo ya no puedo vivir sin ella. Esa lengua experta o esa escapada de aire involuntario.

- ay - dijo jadeando mientras le jalaba el pelo y la tenía en cuatro, arrugaba las sabanas con sus largos dedos, volteo la cara y me pidió de manera ronca "mas" ¿quien era yo para negarle algo así? era lo que más me encantaba, complacerla en todo

Lamimos, saboreamos y disfrutamos este encuentro. Estuviéramos donde estuviéramos, las ganas que nos teníamos se notaban en este preciso momento, era mi lugar favorito, cualquiera que estuviera acompañado de ella. Es mi mujer y yo la suya.

Nadie se comparaba con ella, dominante, dominada, no importaba. Su sonrisa al final del polvo era lo único que justificaba eso.

Habíamos desquitado todo lo que no nos habíamos visto, estaba del otro lado de la cama mientras Paulina estaba durmiendo, tenía los ojos cerrados, frente mío mientras los brazos los tenía juntos, en la sábana. Las pestañas largas, las cejas pobladas y algunas arrugas en la entrada de los ojos, es mi Paulina, la echaba de menos. Estaba respirando lento, tan, pero tan lento que podía casi contar sus respiraciones, dieciséis por minuto...

Ahora lo que menos quería era pensar en que tenía que hacer, pero era imposible, una vocecita me decía que teníamos que hacerlo muy meditado y muy calculado, de lo contrario esto saldría mal, saldría pésimo y podría ponernos en peligro. Como todo en esta vida teníamos que tener algo incierto porque, claro, era nuestra historia y casi nunca salía nada bien con nosotras juntas.

Yo quería que todo saliera bien, que nosotras pudiéramos estar juntas de nuevo y no podíamos si las dos no nos poníamos de acuerdo, si no hablábamos las cosas y las dejábamos en claro, no podíamos aclararnos ni hablar entre nosotras por que estábamos muy distraídas en lo que nos aquejaba, siempre allí siempre en lo que los demás necesitaban y:

¿Que necesidad la de no ponernos en primera a nosotras?

Pues no lo sé, era algo que se nos daba, era algo que concurría y estaba totalmente en nosotras, no saberlo hacer de esa manera seria una catástrofe. Y Paulina por ningún momento podía dejar que las cosas se salieran de sus manos eso me llevó a la conclusión de que, algo tramaba, lo podía ver en sus ojos despreocupados diciendo: - "oh cariño, no te preocupes, déjalo todo en mis manos" - eso solo podía significar algo:

Un plan.

Un plan tal vez (o no) muy elaborado.

Por un segundo pensé: si el plan es irnos de viaje, y empezar de cero diría que si. Me daría igual todo, tomaría a Bruno y nos iríamos a cualquier sitio, a cualquier ciudad lejos de aquí. No importaba, solo ella, Bruno y yo. Nada más.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora