CAPÍTULO XLVII

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"Eres incapaz de reconocerte vulnerable"

Palabras que me marcan más que una quemadura que le fue hecha a una res; no tengo que reconocer lo que no soy, soy fuerte y puedo solucionar cada obstáculo que se me presente.

La Paulina del pasado debió de ser una terca, pero esa fama a los ojos de María Jose no la puedo borrar. Es triste pensar que ella no me quiere por lo que soy ahora, sino que está esperando un milagro de Dios o de lo que fuere para que en un abrir y cerrar de ojos recuperaré la memoria. Suerte, tía. Llevo tratando de creerlo desde que no sabía ni mi nombre.

No todo lo que brilla es oro, algunas cosas empiezan a quedar más oxidadas de lo que parecían. ¿Y si después de todo no tengo nada que ver con ella?

¿Por qué me quieren proteger?

Alejo dijo que necesitaba cuidarme, que me lo debía. Nuestra vida jamás fue de amor, si no de alguien que necesitaba pagar una deuda; le entendí en su momento aunque ahora es difícil.

Maria Jose, ella dijo que necesitaba proteger a mi familia, a Bruno y a mi. Obvio no necesito de nadie ni de nada. Pero ¿de que los querrá proteger?¿Unos de otros?

Es difícil tratar de querer averiguar con una persona que no me dice nada. Que me lo quiere ocultar todo.

Eso es algo que extraño, las posibilidades. Posibilidades de saber, de comprender lo que pasa. De no tratar de sobrevivir.

Caminamos en el corredor de la oficina de María Jose después de un trago amargo y una discusión que llego al mismo punto de inicio. O al menos para mi así quedó. Parecía tan afectada por lo que le estaba sucediendo que decidí ceder, tal vez tenga razón. Pero no soy tan cruel para averiguar. O más bien valiente. Se va despidiendo de varios con la mano o con una sonrisa calida sin mostrar los dientes mientras yo me siento incómoda al caminar a un lado de una mujer que por fuera es inquebrantable, traciturna y muy autoritaria tan ¿Cómo decirlo? Elegante. Creo que esa es la palabra.

Cuando llegamos al elevador una mujer aparentemente mayor, le llama.

– Licenciada Riquelme – tiene una carpeta en la mano de cuero roja, pero ella se apresura a querer llamar el elevador con evidente desesperación.

– Dime – voltea por fin a ver a la mujer morena de lentes redondos.

– me mandaron estos documentos por correo a nombre de la licenciada Kim. Le urge la firma. – dice ella extendiendo el bolígrafo y también la carpeta. ¿Kim? ¿La Kim que conozco?. Bueno no, puede ser cualquiera.

Ella parece dudosa de querer firmar, sin embargo lo toma y comienza a leer en silencio; frunciendo el ceño. Se ve tan bonita cuando está concentrada, se le arruga la frente y también frunce los labios, haciendo un puchero.

Tarda en leer un poco en ese silencio incómodo entre la morena y yo. Ella solo me mira de pies a cabeza, se muerde el labio inferior mientras que resalta más el labial poco discreto, que no le va a juego con el maquillaje de hoy.

– Mmm, no puedo... Esta autorización ve con Rafael. Por qué es el encargado de eso. – niega con la cabeza.

– le comento entonces, licenciada. No le quitó más su tiempo. Gracias. – le sonríe calida.

– por nada. – ella también le sonríe sin mostrar los dientes. Y por fin, la secretaria se retira.

El elevador se ha ido y hemos tenido que esperar nuevamente el siguiente.

– ¿Te gustan las hamburguesas? – me pregunta mirandome.

– si. ¿Por qué? – le digo mirandole de vuelta.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora