CAPITULO XXXII

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Me cuesta bastante levantarme ver el reloj de mesa que suena una y otra vez, fastidiando lo silencioso que se escuchaba todo. La copa que tenía está en la mesa de noche también tambaleando su vidrio por el movimiento vibratorio.

Apagó la alarma con una mano y me dirijo a levantarme, me duele la cabeza. Tengo tantos pendientes el día de hoy. A pesar de ser viernes.

Me arreglo normal para salir a dejar a Bruno, quien está en el comedor  con purificación desayunando.

– Buenos días familia – les digo con un poco de energía que hasta a mi me sorprende.

– Buenos días – dice Purificación. – ¿Quieres que te sirva el desayuno o comerás fuera?

– No, comeré fuera... Gracias.

– alguien se cayó de la cama. ¿Eh mamá? – me dice Bruno escudándose con la taza de café que sorbe.

Pongo los ojos en blanco y sigo al frigobar.

– Date prisa o llegaremos tarde a la escuela. – le miro fijo pero sonrió.

– Voy. – lleva todos sus platos y después se despide de su tía agradeciendo el desayuno.

Bebo de mi café. En silencio al igual que Purificación

Salimos de la casa ya listos para ir a la escuela y yo a mí trabajo.

–Te cuidas muchísimo Brunito. – le doy un beso en la mejilla.

– Si mamá, ¿pasarás por mi?.

– No, La tía Elena pasará. Me dijiste que irías a casa de tu abuelo ¿no?

– pues si, pero sé el roce que traen y por eso no sabía. Pero está bien. Nos vemos en la noche entonces. – el me abraza y me da otro beso en la mejilla. Sonrió ampliamente dejándolo en la acera para que empiece a caminar junto con los otros chicos.

Llegando a la oficina parece todo silencioso. Las mismas caras de todos los días, hacer lo mismo todos los días como si fuera un caset de esos que se repiten una y otra vez. Debería de ser un pecado tener una rutina todo el tiempo. Solo quiero que lleguen los días en los que me pueda ir a España, para relajarme un poco y reconciliarme con mis raíces.

Suspiro cansada pero preparo mi sonrisa para salir al corredor en cuanto se abren las puertas.

–Licenciada Riquelme, buenos días. – me dice Diana al momento en que me ve.

– Hola. Buenos días. – le saludo abriendo la puerta.

– licenciada... – ella suelta tarde el tratar de decir algo, por qué he entrado a mi oficina.

– Eleonor, que gusto... – le miro extrañada y volteo a ver a Diana asintiendo. – está bien Diana, pásame las carpetas – le guiño el ojo.

– Maria Jose. – ella se acerca para darme dos besos en la mejilla.

– ah, si... ¿Que te ha traído por las tierras mexicanas?

– Trabajo, ya sabes... – le hago señal con mi mano para que se pueda sentar. – me ha mandado Guillermo. No sé si sabes pero, bueno... Me mudé a México por problemas familiares y le pedí si me podía transferir aquí. Para seguir en la firma.

Tomo asiento en mi sillón y coloco el saco cerca en mi regazo.

– Algo me había contado, pero hostia. Que no he preparado tu oficina por qué no sabía cuándo ibas a venir. – le miro directamente a los ojos. Eleonor Daniela... es la mujer que me dijo Catalina alguna vez que estaba muy guapa. Es de ojos verdes grandes, pecas alrededor de la nariz, joven por lo que veo. Alta de buena figura y su cabello es castaño largo hasta la cintura. Tiene un blazer negro largo y un pantalón de vestir negro, junto con una playera amarilla manga larga. Le va muy bien al look que trae hoy.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora