CAPITULO XXXVII

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No puedo esperar para poder tocar tierra de una vez, sentada a un lado de un sujeto que siento que me quema la piel con tan solo mirarme, eso está grave. Querer simplemente despedazar lo que sea que nos une, arrepentirme una y otra vez de haber aceptado venir. Por querer ayudarle; cuando el lo único que ha hecho es mentirme, mentirme de verdad con cosas graves que debí de saber.

Tengo dos opciones, estar tranquila y pasar la semana que quiero en Madrid lejos de el. O estar los días del velorio y regresarme a Estados Unidos de dónde no debí de salir, obvio estoy optando mucho más por la segunda opción. Me volteo a un lado tratando de evitar cualquier contacto con el o con otro pasajero.

Hay muchas situaciones que pasan por mi cabeza desde lo que me dijo, Maria Jose... Una mujer rubia que aparentemente me lastimó, mi familia destruida, mi matrimonio no sobresaliente. ¿Que mas falta?. 

Lo único que quiero es ir a algún lugar y tener una ducha, que este tiempo sentada no ha dejado más que tiempo a solas conmigo para pensar y es lo que menos deseo.

Son las diez de la mañana en Madrid, gracias a Dios y al cielo hemos aterrizado. Alejo ha contratado un chofer para que nos lleve y nos traiga a cualquier lado de la ciudad que ocupemos. Pero sinceramente, lo que más quiero es alojarme lejos de lo que sea que planee. Un domingo tan peculiar, cansada por el vuelo, cansada por la diferencia de horario y sobretodo: cansada de ver tanta gente. No voy a negar que haber llegado ya a Madrid me ha permitido aclarar la sensación que tenia, estoy decida a querer ver a la rubia que tantas veces me ha robado el sueño y a la que ahora me roba la tranquilidad.

En el coche reviso mi móvil, tengo que hablar con Lucia... Así que solo le envío un mensaje.

Lucia, buenos días. ¿Cómo va todo en la oficina?

– Vamos a ir a la casa que tengo aquí para quedarnos– me dice Alejo destapando el frasco de licor que siempre carga con el.

– irás tu. El chófer me puede dejar en un hotel del centro... – miro por la ventana.

– ¿Que? Pero acordamos hospedarnos juntos en esa casa.

– No, lo has acordado tu por mi. Yo no. – me volteo a verle. – dime el sitio al que hay que ir para el funeral y allí te veré.

– Dios, dime qué esto es un chiste – se frota la cara.

– Deberías de estar acostumbrado a la lejanía que ya estaba entre nosotros. – me volteo de nuevo arrinconandome en la esquina del asiento.

Cómo le he indicado al chófer, me ha dejado en el centro, concurrido y con calor que hace camino por la calle sin detenerme, Alejo se bajó conmigo mientras el chófer le espera. Por lo que me ha seguido a dónde estoy caminando, aunque claramente se que mi rumbo es incierto y no tengo ni la menor idea de a dónde voy.

–No puedes andar sola por allí. No conoces la cuidad– me dice caminando de tras mío. 

– que sería de una aventura si no estás perdido. – le digo sarcástica. – además, tu deberías de ir a tu casa para arreglarte y consultar que es lo que ha pasado.

– Paulina – me toma del brazo haciendo que me detenga de golpe para tenerlo frente a mi cara, muy cerca de mi. – no puedo permitir que estés en la cuidad sola, conozco este lugar. No quiero que te pase nada. – me safo de su agarre para mirarle y acomodar mi cabello.

– Deja de tratarme como alguien que Tiene que estar protegida por ti... Por qué te aseguro que no es así...

Me doy la vuelta y sigo caminando decidida a cualquier parte que sea buena, hay mucha gente y por suerte Alejo ya no me sigue. He encontrado un hotel que se veía bonito, así que he decidido que en este me quedaré, no queda muy lejos de donde deje a Alejo por lo que me servirá para ubicarme mejor.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora