LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR

CAPITULO LXIII

Siempre estuve influenciada por todo y cuando digo siempre me refiero a que desde que tengo uso de la razón que a duras penas me quedó.

Alejo quería una esposa, perfecta y la tuvo. Todos sus conocidos mencionaban lo perfecta que me veía y lo hermosa pareja que éramos. Nunca les creí pero como se trataba de hacer que las cosas funcionaran por la apariencia no hubo más remedio.

Alejo también quería una casa que pudiéramos llenar de niños y tuvo la casa, los hijos por algún motivo nunca los tuve (con el) pero fue lo bueno de nuestro matrimonio. No teníamos que pelearnos más que por las plantas a las que no hay que hacer daño, se quedarán en casa cuando yo me vaya.

El, también quiso que tuviéramos muchos vienes y que a lo largo del tiempo nuestras vidas fueran muy buenas, lo hizo con el paso de su trabajo y de todo lo que construyó. Solo que, yo, como todo lo que me había pasado estaba quedando atrás y jamás me di cuenta hasta que ella aprecio de manera inesperada en ese funeral, esos ojos verdes que no detuvieron el tiempo, si no que lo hacían pasar cada vez más rápido y que no era insufrible como lo que pasaba. Dónde posiblemente me he sentido más traicionada y más lastimada, pero ese es el problema de enamorarte de una desconocida en tan poco tiempo.

Alejo y yo estamos entrando a la casa, el está recargado en mi hombro y de alguna manera agarrándose de las paredes al paso que vamos a su habitación. Lo dieron de alta y ha contratado una enfermera para que lo cuiden mientras trabajo un poco y con eso no dejar morir mi vida. Lucia ha venido conmigo y ha ayudado a bajar algunas cosas del coche como medicamentos y demás.

Una semana, ella no había dejado de marcar, de insistir y por una parte me ilusionaba al pensar en que ella me quería tanto como yo lo hacía por ella.
Aunque también trataba de que las cosas por mi parte quedarán guardadas en ese cofre que jamás abro con nadie, como si fuera un recuerdo peligroso que quisiera ocultar. A la vista de alejo apagaba el teléfono y en ocasiones para dormir solo miraba la pantalla por una última vez para ver si insistía y así yo tomar la llamada.

Decirle que no quería que las cosas fueran así pero no había otro modo, yo no soy libre del todo y no quería que se quedara un largo tiempo pensando en que no soy lo suficientemente valiente para elegirle, que eso me hace una mentirosa y me empecé a convertir en lo que más odio, en la mujer que guarda tan bien las apariencias y que por algún motivo parece bien y feliz aunque se la esté llevando el diablo y llore cuando ya está muy pasada de sentimientos.

Estoy segura de que Paulina del pasado probablemente estaría muy decepcionada de mi y de no llevar como es debido las cosas, de saber resolver todo como todos le cuentan que es. Pero esa mujer ya no existe, falleció y muchos se quedaron con ella como un recuerdo que no buscan soltar por qué al final todos los seres humanos nos aferramos a recuerdos que nos destruyen el alma a cambio de un momento de sonrisas desastrosas.

Estamos tan acostumbrados al amor que lo hemos hecho dramatico y sufrido, lo hemos hecho probablemente la cosa más radioactiva que podría existir. Es sufrido, no es codicioso, no se envanece, todo lo sufre y todo lo perdona. Todo el tiempo demostrando que no podemos vivir cerca de él por qué nos arruinamos. No sabemos manejarlo.  No sé lo que es querer mucho y eso es lo que probablemente tenga que meterme en la cabeza, que si de alguna manera quiero de más, las cosas se me salen de control y es lo que menos quiero.

– Cariño ¿Puedes quedarte el resto de la tarde en casa? No hace falta que vayas al trabajo. – dice Alejo, quién se está recostando en la cama

– No lo sé, probablemente me quedé y trabaje en el despacho.

– Eso me haría muy feliz – el sonríe y toma mi mano con algo de fuerza.

– si necesitas algo, estaré abajo y puedes decirle a tu enfermera que me busque.