CAPITULO LXIV

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Uno siempre sabe como se obtienen los finales, trata de no ver, pero a la verdad... es difícil hacerse el ciego

Uno trata de salvar los pedazos de lo que queda y quedarse (redundando) de los buenos momentos, pues, lo bueno. Esa tarde yo no sabía que me estaban siguiendo hasta que me pude dar cuenta porque es imposible ver al mismo sujeto en la cafetería, en la florería y fuera de la oficina.

- ¿si? - me dijo ella tras el teléfono.

- cariño soy yo - dije en la florería mientras tomaba un ramo de lirios y pagaba.

- si, ¿por qué tienes un número diferente?

- es el de la oficina... he olvidado el otro - le mentí. - no me dará tiempo de que nos veamos esta noche, porque tengo que ir a por Bruno y - suspire - arreglar nuestros temitas.

Le había mentido en todo lo que le estaba diciendo, ese era el precio de no saber y sobretodo, pensar de más. A lo mejor era mi idea y nadie me seguía, a lo mejor yo que estaba siendo paranoica por el miedo a la pérdida... pero yo no podía parar. Yo no sabía nada

- esta bien, no te preocupes, ya has movido mucho tu rutina por mi... solo, avísame cualquier cosa ¿si?

- claro, mi amor. No te preocupes - dije para dirigirme a la salida y poner mis lentes de sol. Colgué y guardé en mi cartera el móvil. Fue justo cuando de reojo lo vi, un hombre alto, de cabello negro, una gorra roja con lentes de sol alto y de tes morena.

¿Que habría hecho María José si no se hubiera dado cuenta?

Muy fácil, hubiera subido al coche. Pero no lo podía dejar pasar, así que en vez de ir al coche desvíe el camino a donde él estaba, en efecto; Él no siguió su camino como lo hubiera hecho cualquier persona que no la debe ni la teme, si no todo lo contrario en cuanto notó mi caminar, dio la vuelta en retirada. Así que llamé su atención.

- ¡hey! - le dije llamandole. Fue cuando caminó más rápido y se metió entre el gentío de la calle principal de esta ciudad. Lo traté de buscar entre las personas, pero... me fue inútil. Estaba perdida en un mar del que nadie buscaría nada.
Vale, si no fuera tan ciega lo hubiera podido lograr.

Fue entonces que con un poco con el corazón acelerado regresé al coche, subí a el y suspire lo más profundo, había caminado (casi corrido) demasiado y muy rápido, era imposible no haberme cansado.

Vale, María José... si ya viste que te siguen hay que tomar precauciones ¿y si es un reportero? ¡Claro! Por qué los reporteros no llevan cámaras y corren a toda velocidad como maratonista. Ok, eso último pudo ser... exagerado.

El teléfono empezó que sonar, era Elena y me estaba dando un paro cardíaco de susto.

- ¿Hola? - dije tratando de ocultar mi respiración

- Majo, ¿que haces?

- nada, estoy en el coche - le dije presionando el botón para dar marcha.

- Mmm, bueno. Bruno pregunta si vendrás a buscarlo.

- si, estaba yendo para allá.

- Majo, creo que tenemos que hablar de varias cosas.

- Dios mío, ¿ahora que hizo Bruno? ¿Te ha faltado al respeto o ha sido grosero?

- No para nada, pero me ha contado una cosita, te espero y aquí hablamos...

- Vale, Elena - le dije suspirando. Fue cuando ella colgó.

Años atrás:

-¿que pasa si alguno de los cuerpos es de él? Es que no puedo, María José, no puedo... - dijo perdiendo el control de sus propias respiraciones

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora