CAPITULO XXXIX

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Estoy yendo camino al término del servicio, sobre el funeral. Alejo dijo que después me alcanzaría, tenía algunas cosas que hacer antes por lo que me pareció buena idea estar sola durante un rato. Y aunque me la he pasado viendo por la ventana del auto mientras el chófer conduce no puedo evitar la horrible sensación de que estoy fracasando.

No vi a la rubia en todo el rato que estuve en ese lugar y ahora que voy a ir sola me da mucho nerviosismo. El que no vaya a llegar. Al menos sé como se llama y terminando este circo podré regresar a casa y buscarla. Se que podré localizarle.

Aunque la idea de ir sola a un funeral en el que por supuesto me voy a sentir totalmente fuera de lugar, no pasa desapercibida. Creo que siempre me he sentido así. Sola.

– ¿Gastón? – le digo al chófer que ha contratado Alejo, es un hombre alto de bigote, ojos cafés Moreno.

– ¿Si señora? – me responde mirando por el espejo retrovisor por un momento mientras nos detenemos en una señal peatonal.

– ¿te importaría acompañarme dentro del funeral mientras llega mi marido? No quiero estar sola adentro mientras me miran todos. – me encojo de hombros, suplicando con la mirada que me diga que si.

– no creo que sea buena idea señora, el señor Alejo... Sin que usted se ofenda, por supuesto – me dice nervioso y yo asiento – no le gusta que Tomás y yo nos acerquemos mucho a usted... Y creo que es lo mejor. – volteo los ojos.

– Dios – resoplo. – genial, ¿no se supone que son de una compañía externa?

– señora usted conoce mejor al señor...

– no pasará nada, solo no quiero estar sola y si pregunta... Podemos sentarnos muy aparte, una silla. Por si nos ve... Solo no quiero entrar sola ¿Si?

El suspira pero al final asiente y yo aplaudo como niña pequeña que ha ganado un dulce. No como si lo fuera, pero al menos me deja super tranquila.

Una vez afuera de la residencia, Gastón estaciona el auto, no estamos muy lejos y en realidad está perfecto por si el tiene que regresar. Baja corriendo a abrirme la puerta me toma de la mano para que pueda bajar bien ya que la camioneta tiene un escalón alto.

– gracias – le sonrió – si te sientes incómodo o algo... Me lo dices y sin problemas podrás regresar al auto. En verdad. – le digo acomodándome el saco.

– no se preocupe señora. Entremos si le parece.

Me extiende el brazo cruzado para que yo lo pueda tomar. Me parece un sujeto gracioso y de repente los nervios ya no están. Caminamos por la calle antes de llegar a la puerta principal. Me detengo un momento para respirar antes de entrar. Suspiro fuertemente y sonrió un poco para seguir caminando.

La casa tiene un caminito, que está rodeado de un pasto verde y frondoso lleno de flores. En el otro extremo está una fuente por lo que la luz del atardecer le da una mejor vista a todo.

Una mujer de melena roja distraída viene a nosotros.

– si, deja lo traigo del auto Rita, no os preocupéis... – dice ella sonriendo ampliamente antes de chocar conmigo y hacer que se le caigan las llaves que tenía en la mano. – los siento.

– ups – le digo al unísono de su comentario, mientras que suelto a Gastón del brazo para agacharme por sus llaves. Aún no he podido verle la cara pero le sonrió ampliamente. Cojo las llaves antes que ella y se las extiendo en la mano. En ese momento ella me voltea a ver. Parece quedar pálida y me siento incómoda por que me mira.

– ¿Pau.. Paulina? – susurra. Es casi inaudible pero dado la cercanía puedo escuchar.

– ¿hola? – le digo tratando de romper la tensión que siento por mi parte.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora