CAPITULO XIV

542 38 10
                                    

Creo que han pasado muchas horas, pero me despierto sobresalta, mi música se ha repetido. En realidad no me acuerdo cuando me quedé dormida.

– Disculpe señorita, que he perdido la noción del tiempo y no se qué hora son ni cuánto tiempo de vuelo queda...

– No se preocupe señorita. Estamos a dos horas de llegar a Madrid. – me dice con una gran sonrisa. Que chica tan energética.

– Gracias.

– de nada, ¿quiere que le traiga algo?

– Mmm, solo una botella de agua, será suficiente. Porfavor.

– enseguida – ella sale de mi vista.

En cuanto pongo en pausa la música siento que puedo volver a la realidad. Con los pies en la tierra y no literalmente como me gustaría. Al menos el vuelo no me ha agotado mucho más que Estar sentada, que es lo que más me abruma. Pero tendré que levantarme para lavarme la cara que seguro he de estar en un desastre total.

La azafata ha traído el agua y se la he agradecido; es muy atenta con todos los pasajeros. Voy al baño del avión, en realidad me da un poco de asco. Por lo que solo lo utilizo para poder lavarme la cara y así poder estar más o menos presentable para cuándo vea a Catalina. Sabe que mi vuelo llega a la una y espérarme no será problema.

Me dirijo a mi asiento, a mi lado no hay nadie así que puedo libremente cruzar y poder descansar en paz, quizá eso me ayudó a poder conciliar el sueño. No tener un extraño a un lado. Me preguntó que estará haciendo Paulina. Digo, debe de ser muy tarde... Y solo llevo el MP3 de ejercicios que tenía cuando vivía en Madrid. Así que no marca la hora. Mi celular madrileño está en la bolsa de mano pero no lo puedo encender así que de nada me sirve. Esperaré a bajar para poder encenderlo.

El tiempo mientras miro hacia la ventana pasa más lento de lo que me gustaría, recuerdo que cuando me vi al espejo apesar de haber dormido, tenía unas ojeras que no te las esperas. Ho-rro-ro-sas como dice Paulina. Me río un poco yo sola verificando de no parecer una loca que simplemente se ríe por allí sola.

Eso me ha hecho pensar en que, algo le puede pasar a Paulina, las amenazas han ido muy lejos después de haberle destrozado el coche y de ponerle notas de muerte en el parabrisas. Quién coño será el gilipollas que la estará molestando. No creo que sean los de la cárcel, esa gente no se andaría con rodeos, si son... Doy gracias a todos los dioses que ella aún está bien y no le han hecho nada, no soportaría que algo le pasase, ella y Bruno son mi vida, mi familia, mi todo. Cierro los ojos de solo pensar en perderlos. Esta de la mierda tener esos pensamientos.

El piloto anuncia por fin que estamos por aterrizar y nos invita a tomar medidas. Siempre que el anuncia los aterrizajes me da un no se que, cuando la gente corre desesperada a la entrada, conozco la sensación de querer bajar de un avión lo más rápido posible, en especial cuando tienes emergencias, pero también conozco la sensación de la aglomeración de personas. No la soporto, ni siquiera sé cómo he podido sobrevivir a la cuidad de México. Que parece un hormiguero, el tráfico, la gente, a todo de esa ciudad. Quizá es por mi vida con Paulina, por qué en si la vida allí es difícil. En cambio en Madrid es más... Cómo decirlo, relajada. Si, tal vez esa es la palabra.

Una vez he descendido del avión, siento un mareo cuando voy caminando de la autopista a la salida. Debe ser que la luz me afectó, o algo.

Cuando se me ha pasado, sigo caminando a la salida. En la recepción puedo encender mi celular y hablar lo que necesite. Lo primero a Catalina para que me venga a recoger la tía, que no aguanto ni un segundo más aquí.

Y después a Paulina, para avisarle como prometo que ahora si, literalmente he pisado suelo madrileño. Hermosa tierra mia. Cómo la extrañé, el aire, mi hogar.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora