CAPITULO XXVI

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Los días pasan, la gente se mueve, va y viene. Aveces siento que me he quedado estancada, pero la realidad es que he estado en mi oficina haciendo nada más que pensar.

Catalina ha venido a México desde hace cuatro días y me ha acompañado por algunos momentos en casa cuidando a Bruno. Le he dado el coche de Paulina para que este aquí en México así como una tarjeta de débito para cualquier cosa que necesite.

Anoche pude conciliar el sueño a base de unas pastillas que encontré en el cajón de Paulina, pero tuve pesadillas. Soñaba con un disparo y una muerte, no sabía de quién era la muerte hasta que me asome al ataúd rojo y vi el cuerpo de Paulina. Su papá y sus hermanos han estado desconsolados al igual que yo. Pero no hemos podido averiguar mucho, también me han pedido que los ayude con el cabaret. Lo que ha vuelto el doble de pesada mi vida, al no saber casi nada del lugar y de tener que lidiar con algunos trabajadores.

– ¿Cómo está mi abogada favorita? – Catalina entra saludandome a mi oficina energéticamente y trae  comida en una bolsa, genial. Lidiar ahora con el que tengo que comer.

– bien. – me volteo de nuevo volteando los ojos al papel que tengo enfrente.

– no escuché muy convencida a la señora Riquelme.

– no me digas así...

– ¿pero estas brava? ¿Que he hecho?

– nada, perdón perdón... – suspiro fuerte cerrando los ojos.

– Maria Jose... Te dejo la comida y me voy, no hay problema.

– no, o sea quédate... Tengo algo de trabajo y no creo que me dé tiempo de almorzar.

– te ayudo con los casos para que comas.

– joder, no. – mi paciencia se está agotando y la verdad es que como todos los días no tengo ganas de hablar con nadie.

– ¿entonces que quieres? ¡Habla claro!

– no quiero nada. Y tampoco quiero ser grosera. No quiero discutir contigo aquí. En verdad. – le digo con toda la paciencia.

– bien entonces te dejo, iré a comprar unas cosas para Bruno y luego iré a buscarle. Nos vemos – se acerca hasta a mi y me da dos besos en la mejilla para encaminarse a la salida.

La oficina está más tranquila, ya no me rondan reporteros y mis amigos, Rafael y Rita han aceptado mi proceso. Por lo que han decidido ser empáticos y ayudar en lo que puedan. Salgo al tocador con mi celular en la mano que tengo sana por qué aún estoy recuperandome de la cortadura que me hice.

– Maria Jose, linda... ¿Cómo estás? – me saluda Kim, esa voz fastidiosa que no escuchaba hace días. Pero me doy la vuelta por qué me siento con ganas de poder darle la cara.

– hola – le sonrió hipócritamente. – ¿que te ha traído por aquí? – le digo sarcástica.

Ella ríe y voltea sin embargo se contiene – aveces eres tan linda – me sonríe y se va al tocador justo a dónde me dirigía yo.

– a veces eres tan insoportable – le digo siguiendo mi camino.

– pronto te dejaré de ser insoportable. – me guiñe el ojo y puedo ver qué se dirije al espejo.

– La única razón por la que te perdonaría seria por qué ya estuviera muerta.

– ¿quien? ¿Tu o tu esposa? – me tira con veneno.

– no juegues con eso maldita hija de puta. – me le plato enfrente para mirarla directo a los ojos, muy cerca de su cara – en la vida, vuelvas a decir eso. – le señaló con mi dedo índice a la cara.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora